A veces pasan cosas fuera de Catalunya tan importantes como las catalanas. Y hay que prestarles atención, porque, además, diversifican temas.
Pues, señor, parece que concluye ese ridículo melodrama del excepcionalismo británico. Ya comenzó voceado por ese político simpático, dicharachero y gracioso, Nigel Farage. Recuérdese al vivo eurodiputado ferozmente antieuropeísta, definiendo con toda exactitud a M. Rajoy como "el líder más incompetente en toda Europa" en sede parlamentaria. Y se quedó corto. A este maverick se sumaron luego otros de su linaje, como Boris Johnson y, entre mavericks acabaron convenciendo a los ingleses (no a los escoceses, que son como los catalanes de allá) de que salir de la UE era bueno, provechoso y haría temblar el falso poderío del continente. La salida sería la gloriosa vuelta de Britannia rules the waves. Y ahora resulta que los jubilados británicos lo tendrán crudo para disfrutar sus pensiones en España, sin hablar de las poderosas y arcanas cuestiones de las relaciones mercantiles y financieras. Y eso que era, y es, una especie de convidado de piedra: no moneda única, no política social común, no Schengen. Y, a pesar de todo, tras la agónica peripecia de May, el país se ve horrorizado al borde de un innombrable abismo, el abismo del Canal de la La Mancha. No se dirá que no es un ridículo que puede acabar en una moción de censura hoy.
También hay una vertiente trágica. En sus Devociones para momentos inesperados, que versaban sobre la variable y, por tanto, miserable condición del hombre el apóstata John Donne, celebradísimo poeta del XVII, ya avisaba: "Ningún hombre es una isla autosuficiente; cada hombre es una pieza del Continente, una parte de la tierra firme." Si May y sus conservadores hubieran recordado tan sabias palabras hubieran evitado este triste destino, esta hora aciaga. Los versos de Donne acaban con una sentencia célebre: "no quieras saber por quién doblan las campanas; doblan por ti."