El "otro discurso", del presidente Torra, estaba llamado a condigna respuesta. No solo de los sectores frikies de la política, como los C's o los de Vox, para los cuales Torra es el enemigo público número uno al que hay que detener, procesar y castigar ejemplarmente. También habrían de hablar los partidos más serios, más dinásticos, más del sistema, PP y PSOE.
Y lo han hecho, cada uno a su modo. Los del PP quieren acabar ya la broma, como les gusta decir, y enseñar modales a los catalanes aplicando el art. 155 sin mayores miramientos.
Los socialistas son más de miramientos y responden ofreciendo diálogo y respeto a la ley frente a lo que califican de monólogo. Por cierto, un monólogo sostenido porque tal fue el juicio que también merecieron a Sánchez los ventiún puntos para un acuerdo presentados por Torra en Barcelona: monólogo. Este Torra va de monólogo en monólogo, ignorando la invitación al diálogo que el gobierno reitera una y otra vez con la paciencia de Job.
Porque el diálogo es el fórmula, la panacea. El diálogo es encuentro, intercambio, conocimiento del otro. La obra filosófica más importante de Occidente está escrita en forma de diálogos. Y en forma de diálogos se han venido proponiendo las nuevas ideas, los mayores avances, los grandes progresos. Con diálogos se ha transformado la realidad y hasta se ha inventado. La Utopía, de Moro, es un diálogo. Así que, ¿qué diablos pasa con estos catalanes que se obstinan en ignorar la oferta de diálogo del gobierno y en seguir monologando por los caminos del Señor?
Un monólogo es, entre otras cosas, una parte imprescindible de un diálogo. No es todo él, pero sí una parte esencial. Bastaría con que el gobierno contestara a ese monólogo por escrito (caso de los 21 puntos) u oralmente para que el diálogo se estableciera.
La conclusión lógica es que quien impide el diálogo es la parte que lo reclama. Lo hace imposible desde el momento en que se niega a considerar el sentido de las propuestas "monologadas" y, lo que es más descarado, sin presentar propuesta alguna que no sea el principio de legalidad, igual que el PP en su día.
La situación es insostenible al negarse el Estado a ver que el problema no es de legalidad sino de legitimidad de esa legalidad.