dimarts, 1 de gener del 2019

Dosmildiecinueve

Pesan en el ánimo los/las presas políticas y los exiliados.Estas fiestas son avasalladoras. Celebran dos tránsitos naturales a los que a veces se ha rendido culto, el solsticio de invierno y el año nuevo. Todos los dioses solares tienen un ciclo. Jesucristo es un típico dios solar: nace y muere puntualmente todos los años. El año nuevo es un trocito de la palingenesia universal. Se formulan los propósitos de una nueva vida. Son fiestas que se pasan en familia, recogidas las gentes y desbordando alegría. A veces empañada por la tristeza. La de que haya personas buenas en la cárcel por defender democrática y pacíficamente sus ideas. No se trata de amargar la alegría ajena sino de señalar que la injusticia de que haya presos/presas y exiliados políticos no puede ocultarse detrás de la alegría y el contento. Y la prueba es que ha habido vigilias de noche vieja ante las cárceles de Lledoners, Mas d'Enric y Puig de les Basses. Una muestra más de que el unionismo debiera cambiar radicalmente de actitud. De entrada, dejar de hablar de políticos presos y reconocer que se trata de presos políticos. ¿O hay vigilias para apoyar y pedir la libertad de Zaplana o Rato?

Por eso aparecen las personas encarceladas por sus ideas en el discurso de Torra. Son elemento esencial en un proyecto de emancipación catalana a la que está llamada la ciudadanía en su conjunto en pro de la República independiente. Escuchando a Torra se preguntaba uno si Deulofeu no erró en sus cálculos por exceso y postpuso hasta 2029 lo que había de suceder en 2019.

Hay una reacción franquista palpable. La derecha se ha fracturado en tres, pero las tres tienen  un mismo fundamento reaccionario y, tratándose de Catalunya -que es de lo que se trata- se funden en un frente nacional que, en su propuesta más liviana, exige la aplicación de un 155 perpetuo y en la más gravosa, la abolición de las Comunidades Autónomas. En esta petición tienen mucho eco social por cuanto ha calado la crítica a las CCAA como mecanismos (adicionales) de corrupción y despilfarro. 

Es uno de los puntos en que se echa de ver la diferencia entre España y Catalunya. Aquí, una propuesta de abolición de la autonomía y vuelta al centralismo tendría un apoyo ridículamente bajo. Al contrario, el apoyo social mayoritario es a la independencia. La diferencia entre España y Catalunya es abismal y no se arreglará por mucho que los españoles insistan en que los catalanes deben cumplir una ley que no reconocen como suya por mayoría. 

El año catalán, anunciado por Torra, quiere ser republicano, de una República de hecho que la otra parte no reconoce, pero mantiene viva la realidad de un poder dual también de hecho. Por supuesto, se trata de una situación abierta a todo tipo de equívocos y falsas suposiciones. El Estado continúa ostentando el monopolio de la violencia, pero en Catalunya hay en realidad dos poderes que, además, no colaboran. Prueba al canto: el desbarajuste dentro de los Mossos a raíz del 21-D. Esta dualidad se reproduce en el exterior. España habla con una voz y Catalunya con otra a través del Consell per la República. 

La pregunta es si la República existe o, como dice un policía a un manifestante en la calle: "¡Tu república no existe, idiota!" Aparte del hecho de que haya una República digital en marcha a través del Consell, la cuestión es si tiene existencia material. Desde el punto de vista independentista, sí, aunque en condiciones precarias por la hostilidad que encuentra en España.

Para el unionismo, en el gobierno o en la oposición, la República catalana es una quimera y en Catalunya no hay República alguna. Sin embargo tiene que ver que tampoco hay monarquía alguna. Que el Parlament ha pedido formalmente su supresión y el Rey es persona non grata en multitud de municipios. En realidad, Catalunya vivirá una situación de interregno con la jefatura del Estado en suspenso, mientras no se acepte la voluntad mayoritaria de los catalanes.

Y eso debiera pasar en 2019.