Esta expresión de origen incierto suele emplearse en sentido negativo para significar que los seres humanos podemos dejar por escrito cualquier cosa, por extraña, disparatada o absurda que parezca. Viene a ser la consecuencia de aquel otro dicho latino del verba volant, scripta manent o lo que está en papel permanece, mientras que lo dicho se lo lleva el viento.
El Museo de vestidos de papel de Mollerussa es un curioso mentís directo a ambas convenciones: el papel no solo aguanta las demasías sino también las más sutiles, sublimes y refinadas manifestaciones artísticas y no garantiza su permanencia sino el carácter frágil, efímero, incierto de la belleza que, como la de la rosa, el perfume, el aleteo de la mariposa, se desvanece sin notarlo. Y en ello consiste su magia, la magia del momento irrepetible que queda guardado entre las muselinas de los recuerdos gratos.
Esto es lo que, casi contradictoriamente , consigue el museo de vestidos de papel de Mollerussa, una institución única en el mundo. Sí, sí, vestidos de papel. No de tejido, paños, sedas, no. Papel y nada más que papel. Papel, eso sí, de todo tipo, francés, couché, maché, rizado, traslúcido. Pero papel y nada más que papel, bordado, cosido, trenzado con hilo de papel.
Y es ya una tradición que comenzó a mediados de los años sesenta, en un concurso en honor de Santa Lucía, matrona de las modistas en que se dio en la muy original idea de confeccionar y exhibir en una galería al estilo de las casas de modas todo tipo de creaciones hechas exclusivamente de papel. Con los años han ido sumándose nuevas aportaciones en las tres líneas principales que son los vestidos de moda (confección y prêt à porter), históricos y de fantasía. Más recientemente se ha añadido una parte de menores, trajes de barbies, casi del tamaño de muñecas. Poco a poco, la celebración anual ha dejado un fondo de cientos de modelos entre premiados y no premiados que forma un verdadero patrimonio de ensueño de la ciudad en exhibición permanente en el museo instalado cabe el Teatro municipal de l'Amistat, con su fabulosa faachada de cristal.
Todo ello está documentado en el libro 50 anys de vestits de paper a Mollerussa, escrito por el que fuera cronista de la villa, Miquel Polo Silvestre y su hija Carme Polo Vives, almas inspiradoras de esta original idea y atracción en la que últimamente pueden verse versiones de creaciones de grandes y reconocidas/os modistas/os, pues cada año se invita a una de ellas a participar con una aportación.
Efectivamente, el papel lo soporta todo, hasta esta explosión de creatividad y genio producto de manos primorosas capaces de crear de algo tan modesto y anodino como el papel estas obras radiantes entre las que los esspectadores paseamos fascinados sin acabar de creernos que sea posible tanta perfección y tanta imaginación: trajes y fabulosos vestidos de María Antonieta, Eugenia de Montijo, Mary Poppins, Luis XVI. Volantes, ribetes, todo tipo de pasamanería, pedrería, joyas, borlas, miriñaques, maantillas, transparencias, para bailarinas, aristócratas, mujeres de nuestro tiempo, fábulas, samurais, pájaros de fuego... pensad en un figura por fantástica que pueda parecer y es casi seguro que la encontraréis en esta galería que cada año se enriquece y renueva por la necesidad de remplazar la fragil y pasajera materia prima de que están hechas estas maravillas, color y papel; materias de los sueños.
Los organizadores esperan que esta tradición de cincuenta años que carece de igual en el mundo sea reconocida por la la Unesco patrimonio espiritual de la humanidad y aspiran asimismo a entrar en el libro Guinness de los récords como el único museo de vestidos de papel del mundo.
Lo que me extraña es que no lo esté ya.