En la tercera de las novelas de Torquemada, Torquemada en el purgatorio, el pretencioso usurero confunde a Damocles con Aristóteles, habla de la "espada de Aristóteles" y trata luego de arreglar el yerro a su modo. Ayer podría haberlo hecho con más donosura a la vista de la frenética actividad de los diputados catalanes en despachos, pasillos, salas, rincones... en todas partes excepto en el pleno. Pendía sobre este y sobre la cabeza de Torrent en concreto la espada de Damocles del indeseado aplazamiento del debate parlamentario, quizá una nueva clausura del Parlament y quién sabe si su disolución, acompañada de prisión para él y la mesa de la asamblea, según la decisión que se tomara en el asunto de los diputados suspendidos por el pintoresco juez Llarena.
Solo que en este caso, la espada en cuestión no amenazaba la demasía del cortesano adulador sino la falta de lógica de toda la actuación del Parlament. Por una vez, Torquemada tenía razón y la que pendía era la espada de Aristóteles, padre de la lógica, cuyo principio de no contradicción dice que es imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo.
No es posible desobedecer y obedecer al mismo tiempo al Tribunal Supremo o al oráculo de Delfos, se pongan como se pongan los letrados del Parlament. Hay que optar. Suponiendo que el amable público, los electores y la gente en general lleguen a entender los sutiles matices entre designar, delegar, denominar, nombrar o salir por peteneras y suponiendo que ello interese a alguien a estas alturas, el intento de desobedecer la decisión de Llarena sin incurrir en fraude de ley pende del mismo hilo que la espada de Damocless. O se acata el auto que suspende a los diputados presos y exiliados con todas las consecuencias o no se acata, también con todas las consecuencias.
Se comprende la angustia de los representantes, su desesperado intento de encontrar una vía de angosto escape para poder seguir funcionando en las condiciones represivas que el Estado español y sus serviciales jueces imponen. Se comprende; pero no se justifica. Si no es hoy con la delegación de voto de los diputados, será mañana con la reprobación del rey o con el proyecto de Constitución catalana. Les jeux son faits; la confrontación institucional con el Estado es inevitable y la desobediencia, obligada.
Torrent y sus colegas de mesa deben recordar que representan la soberanía parlamentaria, que no puede ser menoscabada y menos por decisiones arbitrarias de órganos judiciales con el pedigree franquista de los jueces españoles. Quim Torra explicó en su discurso unos días antes de la Diada que el camino a la República y la independencia exigiría sacrificios. Se entiende que de todos y no solamente de quienes salen a la calle a ejercer los derechos democráticos frente a unas fuerzas de seguridad al servicio de la oligarquía mesetaria. También de los dirigentes.
Acatar formalmente las decisiones inicuas de los tribunales en la esperanza de cortocircuitarlas más o menos astutamente puede ser una solución a muy corto plazo pero al medio no solo lleva al fracaso, sino a la humillación. Quien no este dispuesto a realizar los sacrificios que el logro de la independencia exige, debe hacerse a un lado y no obstaculizar la marcha general, entre otras cosas porque, además, no conseguirá nada. Se agradecen las seguridades dadas ayer por los diputados de JxCat y ERC de que el gobierno no padecerá, aunque El País daría una fortuna por conseguir su fracaso. Si algo queda claro a estas alturas del proceso es que quien lo frene o lo frustre por razones de discrepancias tácticas o de deseos de seguridad personal, habrá incurrido en una responsabilidad abrumadora de consecuencias imprevisibles.
El tiempo empieza a apremiar y no es defendible decir que se va a desobedecer a un Estado opresor obedeciendo las arbitrariedades de sus jueces. Eso va más allá de la prudencia para entrar en el terreno de la estolidez.