La jornada de ayer fue un triunfo del independentismo y la democracia. No pasaron. Ochenta y dos años después, no pasaron. Venían a humillar, a provocar a organizar violencia y tumulto. Verdad es que ya no eran las columnas del ejército de Franco, sino cuatro gatos de una sindicato financiado por C's y desautorizado por los otros sindicatos de la policía. Pero sus intenciones eran las mismas.
Palinuro pidió hace ya días que, en atención a la seguridad ciudadana, la Generalitat prohibiera la manifa españolista. Ahora, sirve de poco enfrascarse en cuestiones contrafácticas de qué hubiera pasado si, en efecto, se hubiera prohibido. Pero es que, además, es plausible pensar que quizá no haya sido desacertado permitirla, cambiando su recorrido, porque así se ha visto su peso, su importancia real y su carácter fascista. 3.000 manifestantes venidos de toda España con gente de Vox, Tabarnia y grupos similares frente a 6.000 independentistas. Los 3.000 hubieron de plegar velas y retirarse más que a paso.
Un triunfo. En la pugna por controlar el territorio entre el poder español y el catalán este control ha empezado con buen pie para la revolución catalana. El primer acto de defensa de la república ha sido un éxito. Con alguna sombra que será preciso examinar con cuidado, sin apasionamiento. Hablamos de la violencia que se dio ayer en algunos momentos, de las cargas policiales y las acometidas de los independentistas.
La primera y más evidente conclusión es que el independentismo ha regalado al enemigo la imagen que estaba buscando. Y está claro que, aunque sea una o media docena, piensa explotarlas propagandísticamente hasta la saciedad. Los CDRs y, supongo, Arran, piden la dimisión de Torra y Buch. Una petición radical. Del otro lado, sin duda, lloverán las lamentaciones y condenas por lo sucedido y las advertencias de que, si nos cargamos el principio de no-violencia, haremos un mal negocio.
Sin duda, los episodios de violencia deben ser examinados con cuidado y, según sean los hechos, una vez constatados, deberán dar lugar a reconocimientos y/o responsabilidades. De todas formas, tampoco hay que exagerar. Han sido unos cuantos brotes de violencia que, por mucho que se empeñen los unionistas, no empece el triunfo mantenido del independentismo.
Unos brotes, sí. Pero han sido. Y aquí es obligado recordar que, cuando los actos colectivos han estado organizados por la ANC u Ómnium, que llevan años, trabajando en ello, nunca ha habido violencia porque siempre han sabido controlarlos. Esto parece distinto. No hay control (la misma ausencia de control se considera una ventaja), ni siquiera seguridad frente a los posibles infiltrados. Tampoco me gustan especialmente las capuchas o los antifaces. Es verdad que han sido unos brotes y aislados; pero es preciso vigilar para poner la energía de los sectores más radicales al servicio del objetivo común.
Las cargas policiales tienen una lectura suplementaria. También aquí se ha regalado una imagen muy valiosa para el españolismo: los independentistas enfrentados a los Mossos, una situación cargada de malos presagios porque la policía catalana, a las órdenes del gobierno catalán, debe seguir unos protocolos de actuación acordes con la política de este gobierno, que no puede ser la de reprimir a quienes defienden la república catalana en las calles porque, entre otras cosas, eso es lo que se supone que él debe hacer.
¿Por qué se da ahora esta aparente disonancia y hasta contradicción entre la acción de la gente y la de las instituciones y los partidos? Es una pregunta complicada porque la respuesta más directa quizá sea excesivamente dura. A dos días del 1-O, en el que habrá una movilización extraordinaria en toda Catalunya y que, seguramente, transcurrirá con la habitual calma, la pregunta es: y después, ¿qué? ¿Cuándo se producirá el conflicto final con el Estado? ¿Cuándo la ruptura?
Algunos comentaristas critican al gobierno acusándolo de que no se ocupa de implementar la república, sino que anda pensando en elecciones. En la parte radical del independentismo se avisa de que si a los políticos les tiembla el pulso, el pueblo los destituirá y elegirá otros. Como se ve, en realidad, todos podrían estar pensando en las elecciones, aunque no en las mismas elecciones.
El punto muerto en que entraremos si el aniversario del 1-O no genera acciones posteriores solo podrá superado si el govern da pasos rápidos para la implementación de la República con el fin de producir la ruptura. La reacción represiva del Estado no se haría esperar y los actuales dirigentes indepes podrían pasar a acompañar a los presos y exiliados políticos. Nadie quiere llegar ahí, presumiblemente, pero es posible que no haya otra opción. La idea es que el aumento de la represión consolide ya definitivamente la República en la calle en una acción popular masiva y continuada de resistencia y desobediencia.
En su discurso de septiembre, antes de la Diada, el presidente Torra avisó de que la república y la independencia exigirían sacrificios de todos y todas. Y eso quiere decir exactamente eso: de todos y todas porque la revolución catalana no es de nadie, sino de todos y todas.