divendres, 10 d’agost del 2018

Detener el avance del fascismo

Está muy claro. La proliferación de agresiones callejeras en Catalunya deja las siguientes conclusiones: a) prácticamente todas las agresiones de palabra y obra provienen de los unionistas; b) en prácticamente todas hay  personas directa o indirectamente involucradas en C's, Vox y otros grupos de extrema derecha; c) prácticamente todas quedan impunes; d) presumiendo falta de autoridad de Estado, los dirigentes de C's, Rivera y Arrimadas animan a sus seguidores a imponer por su cuenta su sentido de la ley y el orden en el ámbito público; e) no son manifestaciones esporádicas de "espontáneos", sino acciones premeditadas y sistemáticamente realizadas para sembrar el miedo, la inseguridad y las alteraciones del orden público que deberán servirles de pretexto para una intervención armada.

Hay mucho parecido entre el estilo fascista de los años treinta y el de los seguidores de C's: oratoria vacua, patriotismo de pacotilla, reaccionarismo nacional-católico y clima de violencia e intimidación en las calles. La Falange, vamos. O el ascenso del nazismo. Incluidas fuentes de financiación privadas orientadas a la desestabilización, como ese empresario español en Suiza que , al parecer, financia la defensa de los GDRs, los grupos de agresores, algunos de los cuales lo hacen por convicción y otros por una paga.

Además del aliento prestado por sus dirigentes, los comandos violentos gozan de un tratamiento privilegiado en la policía y los tribunales. No se investigan sus identidades; cuando estas constan, no se inician actuaciónes, como ese policía nacional que agredió a Jordi Borrás y sigue en el servicio. Si se inician es para darles carpetazo en unos tribunales que son hiperactivos en condenar supuestos delitos de cantantes y raperos de izquierda en los que no hay violencia. Realmente vista la reiteración del modelo, está claro que la impunidad con que avanza el fascismo en España responde a la complicidad del Estado.

Por si hubiera dudas, unos doscientos militares retirados publican un manifiesto de apoyo a Franco, como soldado, subrayan, cual si fuera posible separar la milicia de su condición de dictador genocida. Ese manifiesto representa el sentir de la inmensa mayoría de los militares. En su avance el fascismo español sabe que cuenta con el ejército. Como lo sabían los nazis en Alemania, pues salvo honrosas y heroicas excepciones, el ejército alemán apoyó el nazismo.

Y ¿qué decir de la iglesia? ¿Alguna duda? Los prelados españoles están por la unidad del reino de este mundo que corresponde a España. Pregúntese al cardenal Cañizares. Nada de aventuras secesionistas. Nada de aventuras. A lo segurito: al momio de este Estado "no confesional" que se deja parasitar por un "estado" confesional dentro del Estado. Los curas también apoyan el concepto de "orden público" de los grupos y  partidos fascistas. España sigue siendo nacional-católica.

Frente a ese macizo de la raza, erigido en los cuarenta años de franquismo y cuarenta más de postfranquismo, ¿qué hay?

Un gobierno del PSOE tan entregado a la derecha que parece ella misma, transubstanciada en forma de regeneración socialista: no hay impuesto a la banca; ni se permite la investigación parlamentaria de la relación CNI/atentado de las Ramblas; ni se libera a los presxs políticxs (incluso se niega que existan); no se admite la autodeterminación; no se deroga Ley Mordaza; no se anula la reforma laboral; la monarquía española es ejemplar.

Y, como es ejemplar, el rey presidirá el acto de homenaje a las víctimas porque sí, aun no habiendo sido invitado y en contra de la voluntad de una mayoría de catalanes. Es un acto de autoridad por imposición de un Estado que carece de autoridad moral para imponer nada. Solo se hará valer como un acto de violencia colonial.

Si el gobierno no hace nada por frenar el avance del fascismo, su aliado, Podemos, un partido que muchos creyeron traía viento nuevo, todavía hace menos. No ha tardado mucho en convertirse en parte del establecimiento que ferozmente atacaba. "Si no puedes derrotarlos, únete a ellos”, dice el manual del superviviente. Y unidos están en la casta y en el respeto a las instituciones del Estado, entre ellas, la corona. Basta con escuchar a la portavoz adjunta en el Congreso suplicar a  Puigdemont y a los indepes que hagan un ejercicio  “de contención verbal”. Pedimos contención a unas personas que padecen exilio y prisión injustos. En Román paladino, que se callen, que puede despertar la bestia fascista que ya campa a sus anchas. Es dura de tragar la peladilla, propinada por quien tampoco se ha distinguido poco ni mucho por reclamar la libertad de los presos políticos. 

Y, aun así, van a perder. Porque todas sus argucias, su instrumentalización del Estado, prostitución de la justicia, guerra sucia mediática y no mediática no les sirven de nada frente a una sociedad movilizada por un objetivo compartido, con abundancia de recursos materiales, de iniciativa e ingenio. Allá van esos autobuses de Ómnium por las calles de Barcelona pidiendo libertad para los presos políticos. Los verán muchos turistas y saldrán en los medios internacionales. Mucho más que el autobús de hazte oír. Contrarrestar esta campaña estilo tabarnio es complicado. Poner gualdrapas rojigualdas a otros autobuses proclamando que en España no hay presos políticos sino políticos presos no augura nada bueno. Y ponerse a embestir autobuses se hace peligroso, aunque te financie la Begún. 

La presunta alternativa de gobierno en España no ha sido tal, pues el de Sánchez es continuista del anterior en casi todo (y, desde luego, lo más importante) muy especialmente en lo referido a Catalunya. Sánchez sostenía tener un proyecto  basado en el diálogo y una solución misteriosamente llamada “política”. El "diálogo" arranca con dos "noes", la libertad de los presos y la autodeterminación y nace muerto y la "solución política" parece consistir en un referéndum en torno a una oferta del Estado para el territorio rebelde que cuente con el 80% de apoyo en Catalunya, lo que equivale a no decir nada.

El fascismo actúa cuando la oligarquía teme que pueda perder el poder.