En la lucha secular entre el espíritu taoísta y el confuciano en China, el último acaba siempre ganando. Todo el mundo venera el taoísmo como sublime doctrina que predica la anulación del yo por inmersión en otro ente superior que se parece mucho a la nada; la prueba es que es idéntico al camino, al Tao. Pero todo el mundo también se atiene a la vida práctica sabiamente organizada en ritos, a ser posible ancestrales, como recomendaba Confucio. Y Confucio gana. Hubo una especie de débil intento de aprovechar el marxismo oficial en la China para relacionarlo con el taoísmo a través de la dialéctica por aquello de que todo es pasajero, pero cerró la tienda con la Revolución Cultural. Esta trajo trajo un confucianismo de pacotilla con nuevos ritos contenidos en un Libro Rojo que venía a sustituir a las Analectas. Mao reverdeció al culto a Confucio y el actual presidente o "lider preeminente" cierra el círculo incorporando las enseñanzas del maestro a la Constitución mediante la correspondiente reforma constitucional aprobada, sin grandes debates, por 2.958 votos a favor, 2 en contra y tres abstenciones. Un resultado así ahorra todo comentario que no sea una tomadura de pelo hablando por ejemplo de que los diputados de la Asamblea Popular Nacional parecen las figuras de terracota de Sechuan, 8.000, por cierto, y ninguna es igual a otra; no como los diputados.
El camarada Xi Jinping es ahora mismo secretario general del PCCh, presidente de la RPCh y presidente de la Comisión Militar Central. Tiene todos los poderes y, como los tiene todos, los usa para perpetuarse en el mando nombrándose presidente vitalicio. Tendencia frecuente en los países comunistas. El de Corea del norte es una dinastía. Putin le va en zaga si bien a este lo del comunismo le queda ya lejos. El chino, de momento, va para vitalicio. Si también hereditario queda por ver.
El juicio negativo que este hecho suele recibir (y negativo con matices pues a los chinos no se les critica mucho) es algo hipócrita. La reforma exquisitamente constitucional de Xi implica crear una dinastía de cargos vitalicios. El hilo conductor no es el hereditario ni el voto popular sino uno oligárquico, en cámara, como en el Vaticano para elegir Papa; decide el PCCh a través de la ANP y, en último término, la Comisión Militar, que para eso está.
Puede parecer criticable pero no más que usar el principio hereditario. Es verdad que el hereditario facilita los trámites formales de sucesión mientras que la oligárquica abre un periodo de confusa batalla interna y juego sucio hasta que alguien se alza victorioso. A cambio tenemos la seguridad de que este ha sido el más hábil en la pelea mientras que tal cosa no puede asegurarse del principio hereditario.