Mi artículo de hoy en elMón.cat, titulado Nosaltres i ells, en el que se hace hincapié en la importancia de los dos factores que, estando entrelazados, contribuirán decisivamente a la independencia de Cataluña: el carácter pacífico y no violento de la República Catalana y la internacionalización del conflicto. Esta última era el paso imprescindible para adquirir la relevancia que permita confiar en una intervención exterior. Sé que mucha gente ve con escepticismo dicha intervención no solamente por la inercia institucional de la comunidad internacional sino también a raíz de las repugnantes declaraciones de algunos dirigentes de la UE, singularmente su actual presidente, Juncker. A cambio del oropel de una sobornos de tercera (lo han hecho premio Princesa de Asturias y doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca) este payo se ha permitido decir que algunas de las imágenes del vandalismo policial del 1/10 son un montaje. Faltan reflejos en la izquierda de dicha UE (si es que queda alguna) puesto que, si no fuera así, hubieran debido emplazar hic et nunc a Juncker a que, sin dilación, demuestre cuáles imágenes están trucadas y, si no aporta ninguna, a dimitir e irse a su casa.
Al margen de las maniobras de estos políticos reaccionarios de pacotilla, la lucha por el reconocimiento exterior de la República Catalana, la ayuda al independentismo catalán, llegará del exterior, cuando España haya demostrado suficientemente ser un fallido Estado fascista, gobernado por una cáfila de ladrones y sinvergüenzas que han tenido la feliz idea de montar una asociación para delinquir y la han llamado "partido político". Una vez corroborado el mayoritario apoyo a la independencia el 21D, solo quedan dos vías: a) España y Cataluña pactan una vía pacífica a la independencia mediada por la UE o 2) la UE impone a España una secesión pacífica de Cataluña en función del principio de injerencia del derecho internacional humanitario que hoy reconocen los Estados democráticos y civilizados del mundo.
Aquí, la versión castellana:
Nosotros y ellos
Si el actual conflicto entre Catalunya y España se diera en condiciones de vacío absoluto o, por lo menos político, el resultado sería ya un éxito catalán sin duda. La armas, los medios de que ambas partes se valen, siendo opuestas en significado, son tan superiores en un caso frente al otro que la cuestión debería estar zanjada ya.
Frente a las razones del independentismo, basadas en los derechos de los pueblos, las sinrazones del centralismo, basadas en la servidumbre de esos mismos pueblos.
Frente al espíritu y la práctica de la democracia y el pluralismo, los del autoritarismo homogeneizador que reputa peligrosa toda diversidad y una amenaza para la perpetuación del poder tiránico.
Frente a la cultura, el cultivo del patrimonio artístico e intelectual, la incultura del desprecio por la memoria y por las tradiciones y costumbres que contribuyen a forjar el espíritu del pueblo.
Frente a la tolerancia entre las diversas creencias y visiones del mundo, la intolerancia e intransigencia de un credo dogmático que pretende imponerse en el ámbito externo del comportamiento y el interno de la conciencia.
Frente al respeto, la falta de respeto; frente a la comprensión, la incomprensión, frente al espíritu crítico, la fe del fanático.
En efecto, si el conflicto entre Catalunya y España se diera en el vacío, en condiciones artificiales del debate entre las opciones y los objetivos, la victoria del independentismo sería clara y se habría producido hace tiempo, por lo que cada una de las partes representa y ha representado en el pasado.
Pero el conflicto se da en un contexto histórico concreto, con una correlación de fuerzas específica y que condiciona las posibilidades de cada una de las partes, sobre todo de la independentista. El independentismo carece de aliados fuera de Catalunya en el conjunto del Estado. Los electores españoles en su abrumadora mayoría, casi la unanimidad, son contrarios al independentismo catalán y no hacen ascos a la idea de que sus partidos y su gobierno recurran a medios no ortodoxos para abordar la cuestión catalana. Por el contrario, la mayor fuerza del unionismo catalán se da en España, fuera de las fronteras catalanas. Hasta el extremo de que, bien sabido es, como tal unionismo, sería invisible e irrelevante en Catalunya si sus actos no se nutrieran de levas en España a base de autobuses y bocadillos.
La fuerza del independentismo catalán reside en su propio pueblo, en su ciudadanía, que no debe ni puede esperar apoyo o solidaridad dentro de la península, salvo casos específicos y nada seguros.
De ahí que esta fuerza, que crece a medida que se acercan las elecciones del 21D tiene que mantener celosamente y sin desfallecimiento alguno su carácter de revolución pacífica y no violenta. Porque solo el escrupuloso respeto a los principios de la desobediencia civil, continuará funcionando como el elemento decisivo del independentismo, su fuente de legitimación y su lazo de unión.
Pero sobre todo será la base desde la que pueda articularse la única ayuda que el pueblo catalán va a recibir y la única que garantizará su triunfo definitivo, que es la intervención exterior. Esta ha comenzado ya a articularse gracias a la internacionalización del problema propiciado por el exilio de Puigdemont en Bruselas y es la verdadera garantía que acabará obligando al Estado a una negociación a partir del 21D y según como sean los resultados.
Por eso, dichos resultados deben ser en la medida de lo posible, superiores a los anteriores pero no debe olvidarse que, por muy superiores que sean, no servirán de nada si el movimiento cae en alguna provocación del Estado y rompe su comportamiento pacífico.
Únicamente esta firme acción no violenta garantiza el imprescindible apoyo exterior, ya que el independentismo nunca tendrá fuerza suficiente para enfrentarse en este terreno con el Estado. Su fuerza será siempre moral pero, siéndolo, dará pie a la invocación del derecho de injerencia en función del derecho internacional humanitario en el caso de que el independentismo no reciba el trato democrático y respetuoso que el Estado está obligado a dispensarle.