Recién desembarcado en Bruselas para la comparecencia del lunes en el Parlamento, me hallo en unas condiciones informáticas que no deseo a mi peor enemigo por mi mala cabeza. No tengo ordenador y mi acceso a internet es un suplicio. Solo me funciona el móvil. Así que no extrañe que en los próximos dos o tres días Palinuro falte a la cita. Será la primera vez, pero ha sido preciso llegar al centro de los centros del siglo XXI tecnológico en Europa para encontrarme prácticamente sin conexión. He subido posts a veces desde Tenochtitlán o el Mato Grosso pero esto es distinto. El hotel en el centro de Bruselas no tiene Bussiness Center. Hace bien; ¿para qué si hoy todo el mundo tiene portátil? Sí, salvo que se lo haya olvidado en casa y se encuentre en un país cuyos portátiles –y vendidos en Media Markt- solo tienen el teclado propio del lugar. Subiré algún post a fuerza de voluntad, pero no es seguro. La wi-fi es inexistente y el tethering funciona así así. Ni siquiera puedo subir las imágenes como acostumbro y, si acaso, solo las que internet me deja y como me deja..
Con esta pesadumbre encima, al poner pie a tierra, fui a consolarme al Museo de Magritte, extraordinario lugar cuidado con verdadero amor por la ciudad como corresponde a la honra del embajador universal de la cultura belga, heredero de una antigua tradición estilística que se ha llamado de muchas formas pero tiene un elemento en común que quizá ninguna haya reflejado. Va de los primitivos flamencos al propio Magritte y contemporáneo y alter ego pictórico, Delvaux y discurre a lo largo de los siglos como una visión peculiar expresada en la pintura de Breughel y James Ensor y los simbolistas o en la literatura o el teatro de Ghelderode o Dürrematt, el del Proceso por la sombra de un burro.
El museo no tiene prácticamente ninguna de las más conocidas obras sin duda porque son las que vendió y se encuentran en colecciones privadas o museos de todo el mundo. Aquí hay pintura menor, aunque muy significativa, con muchos de sus temas, guaches, dibujos, bocetos, fotos y abundancia de otro material de todo tipo, cartas, libros, carteles, partituras y algo de escultura y con abundantes explicaciones de los avatares vitales del genio que fueron muchos. Su madre cometió suicidio por ahogamiento (como años después haría Virginia Woolf) siendo él adolescente. Algunos autores sostienen que ese hecho marcó su pintura. Razonable es que haya tenido alguna influencia, pero no es determinante. Lo decisivo y dio significado a su obra le vino de propia mano, recogiendo sus experiencias y pasándolas por la trituradora: empezó dadaísta, se hizo luego fervoroso surrealista de la mano de Breton con tanto éxito que lleva el marchamo de “pintor surrealista”, más que Dalí a quien conoció en Cadaqués. Su primera producción, arrancando del impresionismo, se abre a De Chirico y Max Ernst y se orienta luego en el surrealismo político. Se afilia a desafilia al partido comunista y, por último, rompe con Breton. Esto último tampoco es tan relevante; debe de haber pocos surrealistas que no hayan roto con Breton.
Definitivamente, da la impresión de que lo que influye más en el surrealismo magritteano es el hecho de que, habiéndose quedado en la Bélgica ocupada por los nazis y en condiciones económicas deplorables, abriera una especie de taller de falsificaciones conjuntamente con su hermano en donde se “produjeron” Dalis, Picassos, Braques, etc, actividad que amplió a la falsificación de otros objetos como los billetes de banco. El museo no muestra estas actividades tan típicamente anti-sistema o yo no fui capaz de verlas pero tengo para mí que esa actividad de falsificación está íntimamente relacionada con el significado, simbolismo y metafísica del lenguaje de su pintura. El celebérrimo cuadro de Ceci n’est pas une pipe, no solamente plantea el dilema del significante y el significado sino también y, con verdadera razón, entre lo real y lo falso siendo así que, a su vez, ese “real” es una imagen que, por definición, no merece más respeto que la que la falsifica. “Ceci n’est pas une pipe” como podría decirse “Ceci n’est pas un Dali”. Cosa que el propio Dalí hubiera apreciado, pues también él apoyó la falsificación de su obra formando lienzos en blanco.
Si el poeta es un fingidor, dice Pessoa, el pintor es un falsificador. Y ese espíritu de falsificador constituye la autenticidad de Magritte y explica el misterio de algunos de sus más sorprendentes títulos, como prohibida la reproducción, o la traición de las imágenes. Toda su pintura está llena de imágenes traidoras.
Lo dicho, si puedo subir algún post los próximos días, lo haré. Si se pone el asunto prácticamente imposible como ahora mismo, dejaré de hacerlo.