Ahora que llevo toda la semana, en los exámenes de la UNED en Bergara, País Vasco, zona de profundo sentimiento abertzale, se me ha ocurrido hacer algunas comparaciones entre las dos (tres, contando Navarra) comunidades autónomas con mas tensión independentista.
A pesar de la furia asesina de ETA en el pasado, el independentismo vasco no asusta gran cosa a la oligarquía española (incluida la vasca) porque las magnitudes no le parecen preocupantes. Con una población en torno al 7% (entre Euskadi y Navarra) del total español y un PIB de 65.000 millones (PV), quinto puesto en la clasificación del Estado y 18.246 millones (Navarra), puesto 14, de marcharse ambas, las cifras no producirían mucho descalabro. Además esa eventualidad está ya descontada pues el cupo vasco y el concierto navarro -que hacen a estos territorios fiscalmente soberanos de hecho- apenas reportan nada al conjunto del Estado, pero sí permiten que tengan los niveles de vida más altos en casi todos los órdenes.
En cambio, Cataluña es muy otra cosa. Con el 16 % de la población del Estado y un PIB de 204.660 millones de Euros, es la primera economía del país. Además, ese PIB, con el que se financia a sí misma y también en gran medida a otras partes de España, supone aproximadamente 21 por ciento del estatal. De irse, la economía española perdería mucho. Sin duda, gran parte del griterío ultrapatriótico español, de los rugidos de los fachas, los balbuceos de Rajoy y los crispados dislates de Sáez de Santamaría reflejan el terror a perder ese momio. Sobre todo ahora que el ministro Montoro, tan parecido a Nosferatu, ya reconoce que el déficit fiscal de Cataluña es de 10.000 millones de euros, cuando hasta hace poco los gobernantes lo negaban y aún lo niegan, siendo así que, probablemente, esa cifra también sea falsa y el déficit se acerque en realidad a los 15.000 millones.
Esos datos demográficos y económicos condicionan sobremanera la evolución política de ambas comunidades y explican que, aunque el independentismo vasco ha sido violento y también articulado en tiempos de Ibarretxe, el que el Estado teme de verdad es el catalán. Dicho en plata, si se otorgara a Cataluña el sistema del cupo vasco, probablemente el país no aguantaría. Se explica igualmente la peregrina y ambigua relación de ambos territorios con España. Hasta hace poco, los partidos mayoritarios (PNV y CiU) llegaban a acuerdos con el gobierno central y completaban mayorías parlamentarias a cambio de concesiones en materia de competencias y financiación. Desde comienzos del siglo XXI (más o menos) la situación ha comenzado a variar y si el nacionalismo vasco todavía llega a acuerdos con el español (el PNV ha votado a favor de unos presupuestos infumables del PP), los indepes catalanes, no. Los caminos se separan o ahora se hace evidente que siempre estuvieron separados. A los vascos les va bien en España gracias al cupo/concierto; a los catalanes, no. Muchos de estos siguen creyendo que tienen un aliado en el nacionalismo vasco, unos por inercia y costumbre y otros porque saben que, aunque no sea verdad, no les interesa abrir nuevos frentes. Pero no es así.
Los frentes están abiertos. La burguesía vasca no solo no es independentista, sino que tiene ramalazos muy españolistas. Quizá la burguesía catalana también lo fuera pero por razones que sería prolijo examinar aquí, se ha hecho independentista. Y ahora es cuando descubre que, en el fondo, no había tal alianza. El nacionalismo vasco amenaza con la independencia pero, 1º) la amenaza es poco creíble; 2ª) no es enteramente sincera y, en el fondo, no especialmente interesado en apoyar el independentismo catalán. ¿La razón? Es obvia. Cuando Rajoy dice que todos los españoles son iguales ante la ley, como siempre, miente. Fiscalmente hablando, vascos y navarros no son iguales a los demás, sino que tienen regímenes privilegiados.
Y eso explica muchas cosas.