Con estas declaraciones, Felipe González reafirmará a muchos en su felipofobia y se ganará nuevos enemigos. ¡Mira que comparar el independentismo con el 23F! Muchos no se lo perdonarán. Y, sin embargo, no es lo más grave que ha dicho. Lo más grave es reconocer que Cataluña es lo que más le ha preocupado en los últimos cuarenta años. ¿Y no ha encontrado usted, siendo The One entre los suyos, ni un momento para proponer la sombra de una propuesta de solución? Entonces, las cosas que menos le preocupaban, ¿cuánto le preocupaban? ¿Nada?
Grave crisis de Estado, dictamina el prócer, como si acabara de aparecérsele, imponente como Manderley a la luz de los relámpagos. Y lleva más de diez años incubándose hasta manifestarse a plena luz con una hoja de ruta de 18 meses. 18 meses han tenido los tres partidos dinásticos para hacer algo, proponer, instar algo frente a una crisis que, en efecto, es de Estado porque afecta a la Corona. Ni lo vieron. No vieron nada. Siguieron -y siguen- haciendo política para una España imaginaria que permita prescindir de los catalanes, pero no de Cataluña.
Han acabado viendo lo que llevan diez años negándose a ver. No es seguro que acepten responsabilidad alguna por su irresponsabilidad y negligencia y, si lo hacen, tardarán otros diez años. Los políticos españoles solo entienden el presente como historia.
Pero el destrozo del independentismo catalán es en el arco de la izquierda española de la que, como del Templo, no quedará piedra sobre piedra. Aterrorízase esta izquierda con los vídeos de las muchedumbres vitoreando a la Guardia Civil al grito de "¡A por ellos!". Ahorrémonos comentarios evidentes. La izquierda socialdemócrata censura esas formas violentas. Pero, cuando Rodríguez Ibarra pide un gobierno de coalición con el PP, en realidad está pidiendo un ¡A por ellos! menos gritón. El PSOE se ha esfumado como la niebla matinal ante el referéndum. Prometió en algún momento aportar alguna propuesta para actuar en positivo ya que el gobierno no hacía nada. Y nunca más se supo. El referéndum es ilegal. El PSOE respalda al gobierno. Anda en dudas con el 155 (González no tiene ninguna) pero podía darse cuenta de que esa pantalla ya ha pasado y ahora estamos en una especie de estado de excepción encubierto. Da igual: respaldará lo que sea. Detenciones, requisas, registros, cierre de webs (llevan 140 cerradas), incluso de entidades privadas. Lo que sea.
Creen los socialistas que salvan su responsabilidad apuntando a su propuesta de diálogo el día 2 de octubre. Vaya usted a saber cómo estará el patio el 2 de octubre. Lo que importa es aquí y ahora, a tres días del referéndum, quedan 72 horas para negociar, como dijo Puigdemont a Évole. Negociar la pregunta, la fecha y la mayoría. Pero el PSOE esto no lo oye ni lo ve. Es rehén del PP, cuya política es la confrontación.
Confrontación con un amplio y denso movimiento social, transversal, plural, intergeneracional. Confrontación con un fenómeno de nuevo tipo, una revolución. Que el PP no la vea o, caso de verla, la repudie con indignación, es lógico. No lo es tanto que la nueva, genuina, auténtica y transformadora izquierda de Podemos y adláteres tampoco la haya visto y, de haberlo hecho, la haya combatido con tan sañuda como dogmática torpeza. Agarrarse al relato de la corrupción pujolesca y el 3% para descalificar una revolución de este calibre es lamentable. No porque este juicio coincida con el de la derecha en el gobierno y en los medios. Tampoco porque, en sí misma, sea una objeción ridícula. Es lamentable porque no ve la parte de verdad que su oposición encierra: claro que el independentismo tiene el apoyo de los del 3%, incluso, presumo, hasta del mismo Pujol. Pero es porque tiene el apoyo de la burguesía mayoritariamente, que es mucho más que el 3%. Precisamente es este paso de la burguesía al independentismo, el que convierte el movimiento en una revolución porque es republicana y es nacional a fuer de interclasista. Y los de Podemos, empeñados en una política nacional de otra nación (la que comparten con el PP, el PSOE y C's), no han visto ni escuchado la revolución en Cataluña. ¿Saben por qué? Porque es en Cataluña, y su política es para España, para la España que vitorea Iglesias, la de siempre, la que incluye la Cataluña asimilada.
Podrían darse una vuelta por alguna asamblea de la CUP en donde se discuta sobre la dialéctica del eje social y el eje nacional.
De momento, desnortada y sin habla, la izquierda española tiene tantas posibilidades de imponerse electoralmente a partir del 2 de octubre (suceda lo que suceda el 1) como un partido que abogara por suicidios colectivos.