Los rostros de la imagen lo dicen todo. Ls autoridades españolas pasaron la manifestación entera tragando sapos. Se empeñaron en asistir a un acto en protesta por un atentado que no fue previsto y en cuya solución no tuvieron nada que ver. Al tiempo, esa presencia se concibió, organizó y explicó a la opinión pública como una muestra de unidad contra el terrorismo. La unidad ¿de quién? La presencia del Jefe del Estado, el gobierno y la oposición entera, así como un largo séquito de políticos lo dejaba bien claro: la unidad de la nación española.
Cuando, en los prolegómenos de la manifestación, se criticaba la "politización" de esta por los independentistas y se advertía de que no se llevaran banderas, en realidad, ya estaba "politizada" desde el momento en que se ponía al servicio de una idea de nación sin duda mayoritaria en España, pero quizá no en Cataluña. La CUP, se recordará, bajó las ínfulas al Rey, negándole la presidencia del acto con razones críticas de mucho peso. Y la Corona aceptó, prueba de que su máximo interés era poner al Rey en Cataluña, reconquistar el corazón de los catalanes y reconstituir la mortecina nación española.
La manifestación estaba politizada por el nacionalismo español desde su inicio. Desde el comienzo mismo del acto aparecieron algunas banderas rojigualdas, casi todas sin crespón, que aspiraban a ser un mar de oro y fuego. Para ello se había destacado a algunos nacionales que regalaban banderas españolas de plástico y no las cogía nadie. El mar se quedó en charco. El fracaso en la politización de la derecha nacional española fue patente durante todo el recorrido de la manifestación, con abucheos y pitos al Rey y letreros muy críticos hacia él.
A su vez, la proliferación de señeras y esteladas, además de ser tan legítima como la española, pone de relieve que en Cataluña hay una opinión muy sólida a favor de la independencia y muy crítica con el modo en que se ha administrado y se administra el país. En realidad, Cataluña es la única oposición real al gobierno del PP porque lo es también al Estado del que emana. La izquierda española podría distinguir ambos momentos, oponiéndose al gobierno, aunque no a su Estado, pero lo cierto es que no ejerce apreciablemente como tal oposición en ninguno de los momentos. La cuestión catalana prevalece en la política y, en ella, el punto fuerte es la unidad nacional española.
Rajoy señala que estamos orgullosos de haber ido a Barcelona. Las afrentas no las escuchamos. La traducción con un embustero sistemático nunca falla: no están orgullosos de haber io a Barcelona sino muy irritados y todavía les zumban los oídos con los pitos, los abucheos, las imprecaciones y los letreros.
Son los sapos que han de tragarse quienes gobiernan en provecho propio e interés de los suyos y en detrimento de la mayoría de la población. Es verdad que les vota una mayoría, pero también lo es que se trata de una mayoría relativa exigua, de una tercera parte; que muchos de quienes les votan lo hacen manipulados por unos medios de comunicación al servicio del PP; y que, además, ganan con todo tipo de trampas e ilegalidades. Más sapos por tragar.
Ahora tienen un problema real. Por mucha que sea su capacidad de tragar sapos, no están en condiciones de detener el referéndum del 1/10. A la desesperada la prensa especula con la posibilidad de dividir el bloque independentista de JxS mediante un entendimiento entre ERC, Podemos y los Comunes con vistas a unas elecciones autonómicas, dando por inviable el referéndum. Y se advierte que algo así haría trizas al PSOE. Asoma la vieja querencia.
Lo anterior es posible, cómo no, tratándose de intereses políticos. Pero mucho más posible y probable será la destrucción de ERC si esta aparece como directa o indirectamente responsable del fracaso del referéndum. Todo lo que vaya contra el referéndum tiene mala prensa en Cataluña. Subsiguientemente, también quedaría tocado Podemos por adoptar decisiones prácticamente en secreto.
El independentismo es un río de no retorno.