diumenge, 9 d’abril del 2017

Lo que no puede pasar, puede pasar


Curiosa esta película de Alex de la Iglesia. La fórmula de gente encerrada en un espacio, al estilo de El ángel exterminador, tiene algunos precedentes. En realidad, viene del teatro porque cumple a rajatabla la ley de las tres unidades clásicas de acción, lugar y tiempo. En verdad, todo el teatro es eso y, en el caso del cine, es donde este se muda en en el otro y tiene que hacer filigranas con los demás recursos, cámara, efectos especiales, etc. para que  el resultado sea soportable.

Los personajes que el destino reúne en el bar de la plaza de los Mostenses (creo) son un sintecho estilo El Bautista, un fetichista de lencería, una chica así como normal, un hipster de la publicidad, una ludópata, la dueña estilo Madame un poco apache, un ex-policía con el vino agrio y el dependiente del bar, algo corto. Tribus urbanas. Los dos únicos que se nos antojan normales son el cliente impaciente y el tío de securitas o algo así que sale a socorrerlo y es porque los matan al comienzo de la película. El arranque de la historia es brillante.

Pero cuando esta se estabiliza, hay que tirar de personajes y encadenar los episodios que motiven el clima creciente de locura que se instala cuando se saben encerrados por una razón que no comprende. Al menos lo suficiente, por inconexo que sea, para que la crítica hable de un thriller. La falta de información por medios tecnológicos los lleva a fabular disparates.

Ahí asoma la idea simbólica al entrecruzarse al azar unos destinos vulgares en una circunstancia límite para la que ninguno está preparado. Muy teatral. Un Huis Clos estrepitoso, abigarrado, algo demencial. Dicho lo cual, el ritmo se acelera, entreverado de rasgos de ingenio y burlas consistentes a algunos terrores del siglo, como el ébola. Ya en el tremendismo de ir a provocar, nos pasamos un tercio final de la historia literalmente nadando en la mierda de las cloacas de Madrid y no son las de El tercer hombre.

El factor humano, que tampoco prometía mucho, queda en casi nada, devorado por la historia del retorno al estado de naturaleza o lucha entre lobos (bastante torpes, por cierto) por la supervivencia. Mensaje que se abre con un gag de astracanada de unos gordos tratando de pasar por el boquete de la cloaca y que se repite para solaz del público mientras el sintecho recita lo del ojo de la aguja del evangelio.

Vale. No está mal. Pero aburre un pelín.