Antaño, los cambios en las afinidades electivas de los políticos solían hacerse discretamente, una vez los acuerdos y contrapartidas eran suficientemente sólidos. Todavía se recuerda en los mentideros de la villa y corte el sigilo con que Bono y Pérez Mariño negociaron el aterrizaje del juez Garzón de número dos en la lista del PSOE por Madrid en 1993. Es verdad que, unos años después, rebotado el juez y vuelto a sus puñetas, la florentina jugada estuvo a punto de costarle la cárcel a Felipe González. Pero no hay duda de que la gestación y primera lactancia fueron impecables.
Actualmente, la llamada nueva política desdeña -dice- los reservados de los restaurantes, los contactos discretos, los pactos bajo cuerda y todo quiere hacerlo a la luz del día. Vale decir, marcando protagonismo en los medios. Los medios amplifican el efecto de los grandes y simbólicos fichajes, dan lustre a los partidos que los consiguen y perfil heroico al fichado. Pero la era mediática es tornadiza y voluble y, al igual que la captación de una gloria del foro o de la cátedra resuena en los confines del imperio, si la gloria, por las pequeñeces de la vida cotidiana, desiste del empeño, el efecto desmovilizador impacta todavía más.
Pérez Royo y Gómez Benítez desisten de ir en las listas de Podemos. Su captación se vio como un éxito que, además de prestigiar a la organización, animaría a otros. A la inversa, su baja es un fracaso y el ejemplo tiende al derrotismo con mayor intensidad. Añádase que el partido de los círculos morados tropieza con crisis, enfrentamientos, discrepancias en varias zonas del país y no de las menos importantes: Galicia, País Vasco, Cataluña, Valencia y Andalucía. Prácticamente media España disconforme con el estilo que la dirección imprime al partido. Todavía va a ser cierto que Podemos no llega a las elecciones del 20 de diciembre (supuesto que se celebren) o, si lo hace, será en condiciones bastante endebles.
La montaña mágica de las elecciones europeas de mayo de 2014 parió un ratón.
En IU de Andalucía, otro desestimiento, Lidia Falcón, histórica y aguerrida militante de la izquierda y feminista (presidenta del Partido Feminista de España) da un portazo a la lista al congreso por Sevilla, acusando a IU de "sectarismo". No es algo novedoso. IU arrastra merecida fama de sectaria desde antes de ser ella misma, cuando solo era un proyecto alumbrado en el muy sectario Partido Comunista de España. Pero también es cierto que el historial de Falcón, caracterizado por un personalismo y un narcisismo desmesurados, no era lo más apropiado para encajar en esta organización de la izquierda.
La salida hace unos días de Alberto Sotillos de la candidatura de Ahora en Común, acaudillada por Garzón el joven y el apartamiento de Bea Talegón de esta misma organización, prueban que, en los últimos momentos antes del cierre definitivo de las candidaturas electorales, los movimientos son y serán cada vez más convulsos. Y los desestimientos, por su naturaleza conflictiva, serán siempre más visibles que los consentimientos.
Una razón más para temer un verdadero batacazo electoral de la izquierda.