Las campañas electorales son reyertas de truhanes, pero se preparan como si fueran justas de caballeros. Pablo Casado, el portavoz del PP que hace bueno a Carlos Floriano, ha presentado el lema y la imagen con que concurrirá el PP, esto es, el emblema del partido. La parte iconográfica es la silueta de una cabeza azul sobre fondo rojo, como si fuera un anuncio de los años cincuenta de Okal, lenitivo del dolor. La cabeza añil lleva sobreescrita una leyenda algo más celeste pero que ocupa todo el espacio: cerebro, rostro, cuello.
La leyenda es una orden. Usa el imperativo "piensa", muy típico de la mentalidad autoritaria. Pero son autoritarios de hoy, o sea, medio anarquistas, porque dicen que pensemos pero "sin prejuicios". También es una orden, pero se atenúa porque se nos pide que nos liberemos de algo generalmente tenido por malo, los "prejuicios". O sea, "piensa", a secas, sin prejuicios, sin nada, libremente. Bueno, no serán tan autoritarios. Un momento: a continuación señalan que la mente nos puede jugar una mala pasada. O sea: "piensa", sí, y hazlo sin prejuicios, pero, ojo, que el órgano pensante ("tu mente") puede ir contra ti, perjudicarte. Y es que, caramba, nada hay más peligroso que una mente abierta, libre. Por eso es preciso orientarla, encauzarla. No adoctrinarla, claro es, nada de eso, sino simplemente iluminarla, hacerle ver el recto camino. A continuación, el PP especifica una lista de veinte (20) cuestiones sobre su gestión que suelen plantearse falsamente y aporta veinte (20) respuestas correctas, para que las mentes libres las aprendan, las incorporen, las hagan suyas y las repitan por doquier.
Como el catecismo del padre Astete.
El PP no se limita a presentar su emblema con el orgullo y la satisfacción que rebosa el señor Casado, supongo que por la Iglesia. Viene luego la política de comunicación en cuanto a su participación en los debates. Campo de minas.
Todo el mundo sabe que los debates, los directos, las ruedas de prensa, las intervenciones públicas, el mero llamar a un taxi en la calle es un reto para Rajoy. No sabe llamar un taxi, ni hablar en público, no sabe leer ni entiende su letra y, cuando no tiene un guion claro y ha de improvisar dice auténticos dislates del tipo de "un plato es un plato y un vaso, un vaso", "en España hay españoles que son mucho españoles" o "van a subir el IVA de los chuches".
Un debate de más de uno (él mismo y nada más) ya le resulta problemático, así que uno de cuatro debe de parecerle la noche de Walpurgis. ¿Cómo supone El País que el presidente de los sobresueldos va a aceptar sentarse en un debate a cuatro en su redacción para que pueda ser emitido en directo a todas partes? Es como pedirle al Papa que oficie una misa satánica.
Es verdad que los tres aspirantes, que se dan traza de ser canes de raza, con algún viso de lobo solitario, no son más que gozquecillos atolondrados. Ladran en falsete por las calles pero, en el fondo, comparten con Mariano Rajoy la impostura en que él se mueve, como si España fuera un Estado de derecho y una democracia, como si hubiera división de poderes, garantía de los derechos de los ciudadanos, independencia de la justicia, actividad parlamentaria legislativa y de control y un gobierno responsable y no la arbitrariedad reinante de una mayoría absoluta parlamentaria que ha destrozado el Estado de derecho y la democracia.
Por supuesto, mientras los partidos de la oposición compartan este simulacro y no replanteen todo negándose a reconocer legitimidad alguna en un gobierno de un partido corrupto con un presidente bajo sospecha que se niega a dimitir, los debates seguirán siendo falsos, acartonados e inútiles.
Y aun así, Rajoy no los quiere.