He visto todas las películas de Alejandro Amenábar excepto Mar adentro, sobre mi tocayo Ramón Sampedro. No tuve estómago. En general, las he encontrado aceptables, aunque sin llegar al grado de alabanza que muchas veces se le tributa. Tesis tenía la frescura de obras primeras. Los otros, cierto encanto por ambientación. Abre los ojos es curiosa y alambicada intriga. Ágora, una buena y justa historia, la que más me gustó. En juicio resumido, aprecio por un director con personalidad, oficio y audacia, bien situado sobre la media de los cineastas hispanos. En guardia por una tendencia a los recursos baratos, alguna pretenciosidad, muy rebuscada, imitativo y escasa originalidad expresiva y narrativa. Aunque con habilidad para pasar por rompedor.
Según noticias, Regresión, recién estrenada, estaba rompiendo marcas de taquillas y atrayendo espectadores a cientos de miles, haciendo incluso que algunas salas subieran los precios para aprovechar el tirón. Nos compramos las palomitas en envase familiar y nos plantamos a verla con gran expectación. El cine estaba vacío y nosotros mismos soportamos la proyección hasta el final solo por no parecer descorteses. Se ve que esto del impacto del film va por barrios.
Contar historias de terror gótico y elementos satánicos en los Estados Unidos tiene sus dificultades obvias de ambientación. No hay viejos castillos, ni húmedas mazmorras, no existen subterráneos misteriosos, cementerios abandonados ni conventos con lúgubres pasadizos. Y aunque uno sitúe la acción en los años noventa del siglo XX para ir de antiguo, los personajes se desplazan en Buicks kilométricos y se paran en los semáforos, aunque no siempre. Relatar la historia en un pueblo perdido de Minnesota no añade un gramo de misterio, por más que uno la ruede solo por las noches de forma que los personajes parecen todos noctámbulos y llene el escenario de viejos galpones con puertas desvencijadas que baten con el viento, naves imponentes de iglesias a media luz, gentes con capuchas y figuras entrevistas con ráfagas de luz. Todo eso y el resto de trucos de terror, planos, close ups, travellings inquietantes, ya viejos en tiempos de los estudios Hammer, no evitan que la película resulte plúmbea y sin el menor interés a la media hora.
La historia tiene un parecido de familia con Rosemary's baby (1968), de Polanski, otra fábula de íncubo satánico en el Nueva York del siglo XX, pero cien veces mejor. Demasiado parecido. Como, además, el argumento versa sobre un confuso combate por la prevalencia entre la superstición y la mentalidad científica sin atreverse a dar paso a lo imposible, como en la película del director polaco, además de aburrido, es decepcionante.
Se da a entender que el film pretende denunciar un par de fraudes: las creencias sobre ritos satánicos propagadas por televisiones de ínfima calidad en los Estados Unidos y las pretensiones seudocientíficas de la llamada "terapia de regresión" en Psicología, una forma de hipnotismo seguramente tan falso como el mesmerismo. Pero lo hace en el contexto de un relato de terror extremadamente convencional que le quita toda la validez a la idea. Salvo que..., sí, efectivamente, salvo que la peli sea de risa, en cuyo caso no habría nada que decir. Pero entonces sobran las advertencias del principio y del final ("una historia basada en un hecho real") con sus pretensiones de denuncia. A no ser que, en efecto, la finura de la ironía llegue al extremo de tomarse a chanza estas advertencias también. Como película de humor está muy lograda. Las misas negras y los sangrientos crímenes satánicos son de carcajada. Claro que el resto de los efectos y recursos están más vistos que las películas de Drácula.
Si la película va en serio, tiene mucha gracia y, si va de graciosa, es insoportable.
Si la película va en serio, tiene mucha gracia y, si va de graciosa, es insoportable.