diumenge, 13 de setembre del 2015

Sherlock Holmes inmortal.


En El último problema, escrita en 1893, Sherlock Holmes muere peleando con el malvado Moriarty, al despeñarse ambos en la catarata de Reichenbach, en los Alpes suizos. Pero, como es bien sabido, el público no aceptó que Doyle pusiera fin a la vida del que quizá sea el más famoso detective de todos los tiempos y se elevó un clamor para que este "resucitara" como, de hecho, sucedió en 1903, cuando Doyle publicó La aventura de la casa vacía, en la que Holmes reaparece en una acción situada en 1894 y explica a Watson que, en realidad, no murió en lucha con Moriarty, sino que simuló su muerte para escapar de sus enemigos. Conan Doyle siguió, pues, satisfaciendo la demanda de Holmes hasta 1927. En la última historia, titulada Su último saludo en el escenario, Holmes se retira a una pequeña casa de campo en Sussex, en donde dedica su tiempo a la apicultura. Durante su retiro sabemos que todavía resolvió un caso más, el de la historia de La melena del león. Luego, silencio. No sabemos cómo murió Holmes.
 
Ahora, Bill Condon, basándose en una novela de Mitch Cullin  de este mismo año, lo trae a la pantalla en su retiro de Sussex pero veinte años después, en 1947. Holmes tiene 93 años, sigue cultivando abejas y lucha contra el Alzheimer, que va haciendo rápidos progresos. Si algo tenía que mortificar a aquel detective genio de la deducción y la lógica basada en una atención casi enfermiza a los hechos era la pérdida de la memoria. La historia arranca al regreso de Holmes de un viaje al Japón, a donde ha ido a buscar unas raices de pimentero japonés a las que se atribuyen propiedades regenerativas superiores a las de la jalea real. Todo ello se desencadena cuando el detective recibe la noticia de la muerte de su hermano Mycroft y se pasa por su club Diógenes, a recoger sus pertenencias.
 
El núcleo del argumento es una lucha oir recuperar la memoria. La historia se refiere a un caso final del que apenas recuerda retazos, pero a cuya solución atribuye él ahora su decisión de retirarse sin que, sin embargo, tenga una idea clara de por qué. Curiosamente, ha de ser el caso que más le importe en la vida porque, en cierto modo, es sobre él mismo y constituye su gran fracaso. A la tarea le ayuda el hijo de la señora que atiende al detective retirado, con el que establece una curiosa relación. Los dos, el viejo, Ian McKellen, y el niño, hacen sendas interpretaciones espléndidas y la madre no se queda atrás. Un triángulo en el que se cruzan historias, sentimientos, recuerdos, ricos e intensos que van creando un clima de suspense muy bien enmarcado en una ambientación espléndida, algo agobiante y unos exteriores magníficamente fotografiados.
 
La cuestión es el caso que Holmes trata de recordar escribiéndolo en un relato que va dejando leer al niño según lo produce. Holmes escribiendo es, en realidad, una rareza. De la abundante producción de Conan Doyle, casi toda ella simula estar escrita por Watson, alguna otra -algunos escasos títulos- por el propio Doyle y solo dos historias por Holmes. Esto permite al novelista y a la película algunas familiaridades, como cuando Holmes explica a sus huéspedes japoneses -que parecen saberlo todo de él- que nunca fumó en pipa y jamás llevó el gorro de caza, pues eran invenciones de Watson. Holmes aprovecha así para dar rienda suelta a su desprecio por la ficción y la fantasía, al tiempo que está escribiendo sus recuerdos que, en el fondo, son otra fantasía.
 
Después de diversas peripecias, la historia se resuelve felizmente y Holmes recuerda cuál fue el acto fallido que su memoria se negaba a registrar pero que lo había llevado a retirarse de la profesión y, por último, a tratar de recuperarlo. No lo comentamos más aquí por no destripar el suspense pero sí señalaremos que se trata de la única vez en que Holmes está a punto de sucumbir en un lance de amor. Ello implica cierta heterodoxia de parte del novelista ya que, como se sabe, Holmes fue siempre un impenitente soltero con una relación muy esquinada con las mujeres. La única vez que él y Watson se separan es cuando el doctor se casa, si bien regresa luego a la famosa vivienda de Baker Street cuando queda viudo. La película incluye una última participación de Watson en la historia que Holmes nonagenario trata de desentrañar mediante la cual, aquella parece tener un final que no es el real. Pero Watson ha dejado una pista y esa es la que, descubierta por el niño, lleva a la solución final.
 
Supongo que entre los fanáticos de Holmes habrá quienes reprochen el sacrilegio de que un extranjero y, además, estadounidense, ponga sus manos en la memoria del héroe, pero la verdad es que la historia está lograda. Mezcla con habilidad rasgos holmianos tradicionales -sobre todo en cuanto a su fabulosa capacidad deductiva- con un espíritu romántico y melancólico, especialmente visible en ese recurso de juntar un anciano y un niño en una relación de trasmisión de la llama de la vida y, en este caso, el espíritu lógico.