À bout de souffle huía una tensa Aguirre, perseguida por Gonzo, de "El Intermedio", de la Sexta, empeñado en saber algo sobre los negocios de su marido, el presunto lobista. El DRAE no recoge el término, pero sí Lobby, que define como "grupo de presión". O sea, el marido de Aguirre es un "grupodepresionista". Casi suena mejor "lobista". Nada, hombre, en castellano tenemos el término "cabildero", el que se dedica a cabildear, o sea, a apañar tratos ventajosos para sí o sus clientes. "Cabildero" es recio y castizo español, pero tiene muy mala fama. En cambio "lobista" parece otra cosa. Hasta habrá quien se lo ponga en la tarjeta de visita o en un nick de twitter. Aquí, lo gordo es que el marido de Aguirre también se dedique al cabildeo en la Comunidad que ha sido jurisdición de su cónyuge, y en 2014. Es decir, ahora mismo. Esto sí que parece el fin de la carrera política de Aguirre.
Una larga carrera muy vistosa, marcada por momentos apoteósicos en contundentes controversias con sus adversarios, pero tocada por la sombra de la corrupción. Desde el origen mismo de su mando en un episodio de auténticos truhanes hasta el momento presente. Su defensa, sin embargo, ha sido siempre la misma: sí, ha estado rodeada de una turba de mangantes pero ella, personalmente, nunca se ha llevado un euro. Nunca. Confiesa su amargura por las traiciones, pero reafirma su integridad personal. Ella nunca se ha llevado nada, lo cual tiene su mérito porque, según algunos, es la única.
Aguirre tiene fuerza y personalidad y, cuando no suelta esas simplezas de neoliberal estilo mormón, mezcladas con el batiburrillo nacionalcatólico que tiene en la cabeza, dice cosas con cierta gracia. Por ejemplo, hace tiempo cargó contra las mamandurrias y hace poco proponía "acabar con las mentiras y los mentirosos". Teniendo en cuenta que su mandato ha sido el reinado de la mamandurria (incluida la de Carromero) y en donde se han dicho más mentiras que en una feria de ganado o un consultorio sexológico, cualquiera diría que se trata de un caso típico de "proyección". La dama acusa a los demás de lo que ella hace. Por supuesto. Eso es evidente, pero no explica por qué lo hace.
Mi hipótesis es que Aguirre no vive en la realidad sino en una ficción, en una obra teatral que se ha inventado. La divinidad, a través de San Miguel Arcángel o de San Isidro, la ha designado salvadora de Madrid y España como hizo con la doncella de Orléans. Falla algo la cuna pero el caso es en todo similar: Juana/Esperanza ha recibido la misión sagrada de rescatar el reino de los ingleses/la antiEspaña, dada la incompetencia culpable de un blandengue Carlos VII/Rajoy. Aguirre vive en su mundo y predica en él, sin reparar siquiera en el efecto de sus palabras. No escucha nunca salvo a sí misma.
Aguirre tiene temple dramático con vislumbres trágicos. Su cuñado, dramaturgo, podría convertirla en un personaje inolvidable de la farsa hispánica. Tiene la capacidad de agitación de Lisistrata, la ambición de Lady Macbeth, la perseverancia de Leonor de Aquitania, la indiferencia ante el desastre de los suyos de Hedda Gabler, la firme voluntad de vencer de Leni Riefenstahl y Ayn Rand. Y ella, a su vez, quisiera ser Thatcher. Con toques de Boris Johnson pero, definitivamente, the iron lady. Uno diría que hay un descenso, pero Thatcher también tiene su grandeza en su firme y evidente vulgaridad. Es la de la sociedad que la rodea; sociedad de clase media, sociedad civil de gente vulgar que no quiere líos ni se mete en ellos, que se gana la vida como puede y saca adelante a sus familias pero siempre de forma honrada. La áurea mediocridad, base sólida del poderío thatcheriano. Por eso resumía las especulaciones en la famosa fórmula de TINSTAAFL que decía con sonrisa cautivadora: There Is No Such Thing As A Free Lunch. "No hay comida gratis". Bueno, salvo que estés en algunos de los círculos de corrupción de la capital del Reino, el de los contratos troceados, el de las recalificaciones falseadas, los concursos amañados, las mordidas, las comisiones, los sobresueldos, los cursos ficticios, las subvenciones ilegales, las desviaciones de fondos, las tarjetas negras, la información privilegiada, los cabildeos y los choriceos. En tal caso te salen gratis las comidas, las bebidas, las dormidas y hasta los viajes al Caribe.
¿Ven el drama de Aguirre? Una heroina trágica que quiere identificarse con la dama de hierro y resulta ser de latón porque la sociedad de la que se ha rodeado no es la sociedad civil de Thatcher, sino el mercado de la Ópera de tres centavos. No es Margaret y Denis Thatcher sino, más bién, Polly Peachum y Mackie el navaja.
Este golpe en la imagen de Aguirre a seis días de las elecciones es la erupción del Vesubio para la Pompeya de sus ambiciones. Su defensa hasta ahora había sido que ella personalmente no se había lucrado con la corrupción, no se había llevado un euro. Ella no, pero su marido, sí, según parece. Ella no, pero su marido, la otra parte de la unidad familiar, la familia, sí. La familia ¿no es ella? Esa familia que Aguirre ha defendido siempre a capa y espada contra las hipotéticas amenazas del aborto y el matrimonio homosexual. Esa familia que, según Thatcher es lo único que hay entre el individuo y el Estado porque la sociedad no existe. Vaya Aguirre a Londres y pregunte cuántas veces hizo Denis Thatcher de cabildero entre Downing Street y Westminster.
Y actúe en consecuencia.