Lo interesante de los debates son los preparativos. Las invitaciones, los rechazos, los retos, los acuerdos, las estipulaciones, los tiempos pactados, todo lo que agita las aguas de la opinión unos días antes y mantiene ocupados a analistas, comunicadores y asesores. Finalmente, tras haberse puesto de acuerdo hasta en los turnos para toser, los debatientes se exhiben en la pequeña pantalla para la realización de ese trámite que los teóricos contemporáneos llaman espectáculo y los más radicales, estilo Baudrillard, simulacro. Los candidatos simulan un debate espontáneo sobre asuntos de palpitante actualidad e interés de la ciudadanía.
Y el interés cae en picado. El debate es una sucesión de minimítines en tiempo tasado en los que los candidatos tienen instrucción de colocar el meollo de su mensaje. Apenas hay intercambio y el que hay es de una calidad insultante. Tómese como ejemplo ese acuerdo al que llegaron ayer Cifuentes y Ciudadanos para acabar con los corruptos en Madrid . Una pica en Flandes, ¿no? Anunciado a banderas desplegadas en prime time. Y ¿cómo piensan estas buenas gentes cumplir tan noble propósito? Pues comprometiéndose a firmar un pacto anticorrupción para echar de las instituciones a cualquier político manchado por la corrupción. Como suena. Estas gentes en verdad toman al auditorio por una manga de alelados. Anuncian por la televisión que piensan cumplir la ley. Porque echar a los corruptos es obligado. Es lo que manda la ley. Acabar con la corrupción no es comprometerse a castigar a los culpables, sino impedir que aquella se dé mediante medidas preventivas, de vigilancia y responsabilidad.
Pero nadie dice nada porque en los debates cada cual va a colocar su mercancía. Por cierto, en términos de mercadotecnia, Gabilondo tiene que mejorar, ser más conciso y claro y acuñar expresiones menos lejanas y más afortunadas. En eso falta a todos bastante práctica. Enuncian males, sí, pero sus propuestas son confusas. A todos menos a Cifuentes, que trae el argumentario bien elaborado en el partido. Son propuestas muy contundentes, destiladas al extremo, muy probadas en ocasiones anteriores y con mucha fuerza de convicción. Su contenido parte de un núcleo ideológico-programático neoliberal que parece irrefutable: libertad de elección. En las distancias cortas, en cosas como la corrupción, es posible poner en un brete a Cifuentes. Pero, llegando a los otros dos asuntos básicos, impuestos y educación, se yerguen dos expresiones que son baluartes conservadores frente a los que la izquierda fracasa: primera (para la promesa de bajar los impuestos) en donde mejor está el dinero es en el bolsillo de la gente. Segunda (para seguir con la educación concertada) garantizamos la libertad de elección de los padres. La candidata colocó las dos píldoras sin que sus contrincantes pudieran hacer nada.
La incapacidad de la izquierda de desmentir estas falacias es alarmante. La libertad tiene que ir acompañada de igualdad o no es tal. Tratar de forma igual a los desiguales es privarlos de libertad. Nadie quiere subir los impuestos indiscriminadamente sino tratarlos de forma diferenciada por criterios de igualdad y justicia social. Hay mucha gente que no tiene dinero. Ni bolsillos tiene. El único dinero de que puede disponer es el que pone el Estado vía justicia fiscal. Y lo mismo con la libertad de elección de centros educativos. Hay muchas familias que no pueden pagar los sobrecostes que normalmente cargan los colegios privados concertados. Resulta así que quienes disponen de ingresos superiores se benefician de un servicio público del que quedan excluidos quienes menos tienen pero que, sin embargo, sufragan vía impuestos. Eso es la libertad de elección de unos padres a costa de la de otros.
De aquí al 24 habrá otros debates tan apasionantes como este. Los de ayuntamiento prometen ser con espíritu zarzuelero para el que Aguirre se pinta sola. Por cierto que, estando en ferias de San Isidro, seguro que aprovechará la ocasión de ir a alguna corrida. Una idea sería la del día 21, la corrida de la prensa. Ahí se matarían dos pájaros de un tiro: se mostraría a la prensa quién representa el auténtico Ser de España y quién el sórdido espíritu de la anti-España.
Los debates cuyos preparativos más prometen son los de las generales de noviembre. Aunque no descartaría alguno con motivo de las catalanas de septiembre. Para mucha gente, el éxito repentino de Ciudadanos es su supuesta catalanofobia. Un debate sobre el derecho a decidir de los catalanes en la televisión española estaría muy bien. Y Ciudadanos haría su agosto. ¡Qué más quieren los españoles que catalanes que quieran ser españoles! Ahí, Ciutadans arrasa.
En cuanto a las generales, los debates se perfilan complicados. Siguen rituales como de torneos. El interés de Iglesias por debatir en televisión primero con Rajoy y luego con Sánchez y su negativa a hacerlo con Rivera indica una aceptación implícita del código de la caballería. El guerrero quiere justar con el de arriba; no con un zangolotino recién llegado como Rivera. Pero, precisamente ese es el código que se le aplica. Ni Podemos ni Ciudadanos tienen diputados y, por tanto, no son caballeros. Los caballeros no cruzan armas con los villanos. Y si resulta algo "casta" llamar villanos a Iglesias y Rivera, llamar caballero a Rajoy es rondar lo escatológico.
Se perfilan uno o más debates singulares de los dos candidatos del PP y del PSOE, sean quienes sean y parece inevitable que haya alguno de Iglesias con Rivera. La manera más clara de romper el bipartidismo es actuar como si ya estuviera roto. Un debate de Iglesias y Rivera no necesita permiso de nadie. Lo compra cualquier cadena privada porque tendrá mucha audiencia. Y así se escenifica el tetrapartidismo. Claro que entonces los de IU y UPyD, o lo que quede de ambas, pedirán participar. Pero si los caballeros no justan con villanos, los villanos no justan con mendigos.