El Salvados de Jordi Évole el próximo domingo huele a pólvora. Y no del Rey sino de la que corren o corrían los árabes disparando sus espingardas al galope. Sin duda tendrá una audiencia inmensa y habrá que ver si supera el top alcanzado por Iglesias en una versión anterior.
Esperanza Aguirre no pone la mano en el fuego por Rajoy. Hace bien. Como norma general, no es avisado poner la mano en el fuego por ningún ser humano. Además, Rajoy no es solamente un ser humano o por tal lo tenemos, sino que es el presidente de su partido y ella lo conoce bien. Por supuesto, si no pone la mano en el fuego por él, sobra preguntar por el resto de los miembros de la organización que muchos conceptúan como una asociación de pillastres y, en este aspecto concreto, parece una cofradía de miembros de la orden de la Parrilla de San Lorenzo, achicharrado por un costado y por el otro. No pone la mano en el fuego por Rajoy y, claro, menos por Cospedal, Arenas, González. Son las enseñanzas de Blesa, Rato y otros quemamanos. Un cínico diría que los políticos quieren tener las manos salvas y, sobre todo, libres.
¿Y por ella misma? ¿Pondría Aguirre la mano en el fuego por ella misma?
No sé si le habrán hecho esta pregunta. Parece que la grabación del programa ha terminado con cierta agitación. Espero con interés ese Salvados por ver si, aunque no le hayan hecho la pregunta, ella la ha contestado. A veces decimos cosas distintas de las que queremos decir.
Las entrevistas en televisión, sobre todo a cargo de gente con tantas tablas, tantos recursos, tanta retranca, tan competente como Évole, son una verdadera aventura para los entrevistados, un adentrarse en territorio no cartografiado, una jungla opaca en la que seguro se dan situaciones inesperadas. Con esto en mente debe reconocerse el valor de la señora Aguirre.
Valor o desesperación, que suelen estar próximos.
Los políticos son personas construidas que estudian sus comparecencias, preparan sus parlamentos, administran sus entrevistas, ensayan gestos y ademanes, proyectan una imagen, tienen asesores, escuchan sus consejos, recitan sus juicios. Pero si entran en diálogo con alguien tan inocentemente peligroso como Évole, pueden encontrarse en un proceso fulminante de deconstrucción y salir de él desplumados como pollos.
Aguirre cultiva una leyenda de experimentada política, de dilatada y muy diversa carrera, expeditiva, clara, decidida, maestra de la comunicación. Añade un carácter mezcla de refinada educación, señorío y pulsiones castizas, casi populacheras, al estilo de la recién finada Cayetana de Alba. Nadie duda de su eficacia en el logro de sus objetivos, pero sí de su eficiencia y no sienta plaza de gestora especialmente buena, si bien parece que su proverbial simpatía compensa por esta carencia.
Sin embargo, nada de lo anterior obsta para que haya presidido el gobierno de la comunidad en el que se han dado más casos de corrupción a lo bestia, que ha involucrado al partido también presidido por ella, y una serie de cargos de su gobierno, incluidos consejeros de su absoluta confianza de los de no poner ni la mirada en el fuego, mucho menos la mano. Un gobierno de un partido que, al parecer, se ha financiado ilegalmente y, por lo tanto, ha ganado las elecciones de modo fraudulento. Una mafia, vaya. Esa presunta realidad es la deconstrucción de la señora Aguirre.
Hace bien en no poner la mano en el fuego ni por ella misma.