Comencemos con un topicazo: la izquierda está dividida y la derecha, no. Sigamos con tópicos: ello se debe a que en la derecha priman los intereses y en la izquierda, los ideales; a que aquella es jerárquica y autoritaria y esta, democrática y libertaria; aquella, dogmática y esta, crítica; conservadora la una, innovadora la otra. Conformismo frente a rebeldía; orden y obediencia frente a desorden y desobediencia.
Al ser tópicos, aburren. Tienen su parte de verdad y también de mentira. Por eso son tópicos o lugares comunes. Pero no agotan el asunto. Casi nunca o nunca se menciona el narcisismo que es sin embargo un factor característico de la izquierda, ausente en la derecha. Puede entenderse como causa o efecto de la situación. El hecho es que se da. ¡Y de qué forma!
La derecha actúa como una falange macedónica, en formación cerrada. Nadie se sale del bloque a guerrear por su cuenta, salvo que lo hayan pillado llevándose la pasta a Suiza, en cuyo caso, la formación lo abandona a su suerte. En la falange hay líderes, pero estos son fácilmente sustituibles. Se mantienen mientras valen. Si no valen, los sustituyen sin contemplaciones. Caso Hernández Mancha. En la izquierda, en cambio, se guerrea en desbandada, sin formación, al estilo de las tribus bárbaras. Y los líderes perduran aunque no valgan. Caso Rubalcaba.
El narcisismo es prevalente en la izquierda, casi se diría inherente a ella. Suelen gastarse chanzas del estilo de "Frente judaico de liberación" para aludir a su fraccionamiento. Pero como si fuera un fenómeno independiente de la voluntad humana, casi telúrico, y no el claro resultado de una pulsión narcisista a extremos a veces patológicos.
Obsérvese la provincia de la izquierda a vista de pájaro. ¿Qué se ve? Una colección de personalidades, personajes, figuras y figurones que darían para una nueva Commedia dell'arte, todos pugnando por sobresalir, por aparecer en los medios, descalificar al vecino y colocar su discurso. Pedro Sánchez, Susana Díaz, Edu Madina, Carme Chacón, Julio Anguita, Cayo Lara, Alberto Garzón, Gaspar Llamazares, Tania Sánchez, Pablo Iglesias, López de Uralde y me dejo algún otro emergente, seguro. Es decir, un corral lleno de gallos con alguna "galla"; pocas porque el narcisismo es una neurosis predominantemente masculina. Los hombres parecen gustarse más a sí mismos que las mujeres; ignoro por qué. Y encuentran incomprensible que ese gusto no sea compartido por la Creación entera.
Ese acuerdo entre fuerzas de izquierdas que, según Raimundo Castro, teme el PP, no está más cercano antes de las elecciones que el retorno del Rey Arturo desde Avalon. Por eso lo usa el PP como una amenaza para después. Pero es innecesario. Las izquierdas ya hacen lo posible por evitarlo antes o después. Para cerciorarse, alguna afirma con énfasis que la disyuntiva izquierdas y derechas es irrelevante. De esto se sigue que tanto da entenderse o desentenderse con las unas o las otras. Ahora o mañana.
Todos los estudios de estrategia aplicados a la guerra, a los juegos, al mercado, a la vida, a la política coinciden en que la unión en el propio campo y la desunión en el de enfrente es una fórmula prácticamente segura de victoria. Eso es de universal conocimiento. Y también que la derrota y la victoria en estas condiciones son siempre dobles. El vencido no pierde una batalla, sino dos: la que él ha perdido y la que el adversario ha ganado. Como en los juegos de suma cero. Para fastidiarlo más, el perder y el ganar tienen carácter acumulativo y la izquierda amarga experiencia en acumular derrotas.
Arrasa Podemos, aunque ya no tanto, al romper con el discurso conformista. Salimos, dicen, a ganar. Se trata de ganar, viejos pantouflards; quitaos del medio, estantiguas, no estorbéis, que arrollamos. Se acabó la melancolía de los beautiful losers. Ahora llegamos los beautiful winners. Muy probablemente esta arenga despierta la ilusión colectiva que los medios creen haber detectado y quienes la sienten predican por doquier con un estilo un poco de testigos de Jehová.
Muy bien. ¿Y si no ganan? El discurso de acabar con la resignación de los eternos perdedores tiene trampa. Va dirigido a toda la izquierda, pero su destinatario especial es IU, no el PSOE que no solamente no ha perdido sino que ha ganado muchas veces, más que el PP, y no tiene por qué darse por aludido. Sí, sí, debe darse, razonan los de Podemos, porque ganó pero hizo lo contrario de lo debió hacer, mientras que nosotros no fallaremos. Esto último es un futurible y ya se verá, si se ve. Pero lo otro es opinable. Es legítimo que el PSOE tenga su opinión sobre su propio pasado y lo interprete en sentido positivo.
¿Y si no ganan? ¿Si se da otra variante del huerto de los narcisismos? Convendría haber llegado hasta ahí sin mandarse los padrinos cada fin de semana. Moderar el lenguaje, concentrarse en el enemigo común y no perder fuerzas en peleas internas de egos en estado de soufflé. Y ello no solamente por la conocida opinión de Palinuro de que no hay motivo alguno -fuera de los personalismos narcisistas- para no llegar a un acuerdo electoral de mínimos de la izquierda sino por otra razón de mayor alcance. Si llegamos a la elecciones en estado de enfrentamiento total entre el PSOE y lo que concurra a su izquierda, se dará la razón y la justificación a la tendencia más conservadora del socialismo para pactar una gran coalición con el PP, sobre todo ahora que en aquel renace el recio espíritu del nacionalismo español.
La idea de un gobierno de coalición de la izquierda es hoy una quimera. Las izquierdas tienen nueve meses para conseguir que deje de serlo. El tiempo de gestación de una niña.