La Lista Falciani tiene pinta de ser el sumidero por el que se van a ir los últimos restos de la autoestima colectiva. Y la indignación subirá varios enteros. Es lástima que no cotice en bolsa. Pero es visible, palpable. Por eso quienes poseen esta preciada información -hasta ahora bajo secreto en poder del ministro de Hacienda- están dosificándola para aumentar la tensión y el suspense. Dejan caer un par de sonoros nombres y cuelgan el cartel de continuará, como en las antiguas tiras de los periódicos.
El difunto señor Botín, al parecer, tenía unos 2.000 millones de euros a buen recaudo. Habiéndonos acostumbrado a apalear miles de millones ajenos o propios, pero enajenados por arte de birlibirloque, nadie observa que se trata de una fortuna. O al infeliz de Palinuro se lo parece. Sobre todo comparándola con sueldos de 500, 600, 1000 euros mensuales brutos. Un mileurista necesitaría trabajar 166.666 años para reunirla. Eso es igualdad. No hace falta recordar la relación entre el tiempo y el dinero. El tiempo es oro. Unos no tienen nada. Tienen que comprar su vida a base de venderla porque venden su tiempo. Los otros, los que lo compran, tampoco tienen más tiempo que el común de los mortales, como acaba de demostrar fehacientemente el señor Botín. Pero ese es otro asunto.
El mismo Botín que, hace poco, besaba caballeroso la mano de la presidenta de Andalucía, manejaba esas ingentes sumas a través de testaferros, o sea, gente que gestiona dinero ajeno en circunstancias irregulares. Siempre me he preguntado cómo evitarán los ricos las traiciones de los testaferros. Pero lo hacen. Obviamente, si algún testaferro defrauda a su mandante, a nadie le interesa divulgar la noticia. Aun así los testaferros son sumisos, están atados por cadenas de oro. No se les puede gritar ¡desperta testaferro!, como los almogávares gritaban ¡desperta ferro! cuando se sentían traicionados y eran capaces de cualquier cosa.
Capaces de cualquier cosa no parecen los testaferros pero sí quienes están encargados de velar por la ley y su recto cumplimiento. Cada vez que se manifiesta el ministro de Hacienda da la impresión de amenazar a unos, avisar a otros y repartir dones y favores entre los demás. Eso es posible porque, a diferencia de otros lugares civilizados, los datos fiscales de los ciudadanos en España son secretos. Se pretextó el terrorismo para hacerlo así. El terrorismo pasó, pero los datos siguen siendo secretos. Y posibilitan que el ministro salga haciendo algo parecido a un uso indebido de información privilegiada.
Dos declaraciones suyas muestran que España es un país peculiar. De un lado sostiene el ministro que la lista Falciani es un asunto antiguo y, de otro, que es solamente el "aperitivo" de lo que hay en Hacienda. Es antiguo, ciertamente, pero el propio Montoro lo es en un ministerio en el que lleva más de tres años con la lista sobre la mesa. Lo del aperitivo, aparte de una metáfora de cafetería, suena a baladronada. También de cafetería.
Lo que tiene que hacer el ministro es publicar la lista de defraudadores. Y dejarse de amenazar a la gente de una forma innecesaria y estúpida. Si he leído bien, insta a Podemos a que presente declaraciones de todos sus dirigentes. Es absurdo. Eso tiene que hacerlo Podemos, No podemos y todo el mundo. Incluido el señor Montoro. Todos. Luego, corresponde al señor Montoro investigar si se ha hecho y cómo se ha hecho. Pero carece de sentido advertirlo antes. Es como si la autoridad competente nos comunicara que tenemos que cumplir la ley. No hace falta. La ley ha de cumplirse incluso aunque se desconozca. ¿A santo de qué prevenir de la necesidad del cumplimiento? Pues para intimidar.
En esto de la caja común, las fortunas volanderas, los fraudes domésticos, los latrocinios desmesurados de mangantes que apandaban aquí e iban a depositar sus ahorros en nido suizo, toma fuerza el discurso de Podemos de la Patria que todo el mundo detecta como nuevo y difícil de refutar por vergüenza torera. La Patria no es la bandera, ni el himno, ni la monarquía, la religión, la lengua o el territorio. La patria son los cuartos y en dónde se tengan.
La cuestión es que existe libertad de circulación de capitales y el patriotismo de sus propietarios los lleva a apacentarlos en predios más ricos que aquel del que surgieron. Querer restringir esa libertad apelando al patriotismo puede ser una forma de acicatearla. Y, en definitiva, el dinero que se va, legal o ilegalmente, es dinero que no se invierte aquí.