diumenge, 26 d’octubre del 2014

La muerte en Toledo.

Ayer, sábado, asistí a un interesante seminario en Toledo organizado por una asociación de la sociedad civil, compuesta por gentes del lugar y profesionales de la UNED, llamada La peña pobre. Con ese título ya está dicho todo en el terreno económico. Pero no en el intelectual y espiritual, que es el que cuenta. El tema que se trataba –y sigue tratándose hoy- desde muy distintas perspectivas era el de la muerte. Nada menos. La muerte en Toledo. Y en el marco del Castillo de San Servando, antigua fortificación árabe desde la que se disfrutan unas vistas incomparables de la ciudad del Tajo. La asociación, compuesta por gentes encantadoras y motivadas, capaces de aguantar a silla firme cavilaciones dispares sobre tan acongojante tema en unas horas en las que se jugaba el partido Madrid-Barça, está alentada e impulsada por Paz Rincón, colega mía de la UNED y Paco Carvajal, que sabe más de Toledo que Tirso de Molina y Marañón juntos. A ambos mi agradecimiento por permitirme participar en la reunión.
 
Mi exposición habría de haber sido brevísima puesto que consistió en intentar demostrar que la muerte, cuyo tratamiento es una constante en la historia de la filosofía occidental, fuertemente influida por la obsesión cristiana con el fenómeno, es un indecible, algo incomprensible y sobre lo cual, en relidad, no cabe decir nada que no sean vaguedades, topicazos o puras tonterías. En mi apoyo llamé a Epicuro, señalé cómo su indiferencia ante la muerte es la causa del odio cristiano al epicureísmo que, a pesar de todo, ha subsistido  como venero oculto en la historia del pensamiento, según demuestran casos como el de los libertinos (Gassendi, etc) y llega al día de hoy, bravamente defendido por Michel Onfray. No obstante, esa indiferencia no ha conseguido evitar que la muerte haya seguido siendo motivo central de la reflexión filosofica y por eso corona Heidegger su sistema  considerando que el hombre es un ser para la muerte, una forma profunda y obvia de decir que no hay nada que decir al respecto. Por eso, la fórmula enlaza con el famoso final del Tractatus de Wittgenstein: De lo que no se puede hablar, hay que callarse.
 
Y ahí hubiera terminado mi charla. Un viaje a Toledo para decir que sobre la muerte no hay nada que decir. Afortunadamente y a modo de explicación, se me ocurrió hacer una pequeña presentación en pwp, comentando los puntos más interesantes y a vuelapluma de la iconografía de la muerte en la pintura occidental. Desde la Edad Media al tiempo de hoy. La he convertido en un vídeo y es la que espero se despliegue si se pincha en la ilustración de este post, coronado con una reflexión artística sobre la impenetrabilidad de la muerte.