Celebran el aniversario de la Constitución de 1978 con una revista de tropas en atavío de gala y una recepción palaciega. Como siempre no dan ni una, lo confunden todo y hacen un lamentable ridículo solo mitigado por los mensajes apologéticos y agradecidos que largan los periodistas cortesanos, tiralevitas y sobrecogedores, para consumo de las humildes gentes del pueblo. No saben distinguir una Constitución, que es un instrumento de la convivencia civil, de la efeméride de una batalla o el bautizo de algún infante. Y ahí se amontonan todos a la foto en el besamanos, tentempié y sobresueldo.
A la fiesta este año no acuden IU ni los nacionalistas ni once presidentes autonómicos, muchos de los cuales tendrán cosas más importantes que hacer, como jugar al golf. Un aniversario más y acaban haciendo bienal la celebración, como han hecho ya con las reuniones de la Comunidad Hispánica de Naciones, otra realidad que han destruido gracias a su fabulosa incompetencia. Otro aniversario y no va ya ni la tropa y los dos payasos inflados que le pasan la revista -los dos bajo sospecha de haberse embolsado dineros dudosos- se inspeccionan el uno al otro.
Como siempre, la palma de la hipocresía y la estolidez se la lleva Rajoy, quien asegura no oponerse a la reforma de la Constitución siempre que haya un consenso como el de 1978, consenso al que su partido se sumó solo a medias y sin aclarar si él, hoy, votaría "sí", "no" o se abstendría, que de todo hizo la derecha de entonces; como la de ahora. Un consenso que, para conseguirse solo necesita que él y los suyos lo apoyen y dejen de oponerse a él. Esto no es tomar al auditorio por imbécil porque un imbécil jamás actúa así.
No le va en zaga Felipe González, cada vez más insulso jarrón chino. Si no hay reforma, dice se puede derrumbar lo conseguido. Si lo conseguido se ha conseguido gracias a la Constitución, ¿cómo puede esta ahora ser un peligro? ¿No será que no se consiguió de verdad y que ha bastado el acceso al poder de esta derecha nacionalcatólica, fascista y meapilas para desbaratar aquel embeleco? Así es y a la celebrada Constitución que solo sirve como invocación, pero no como realidad práctica, no le presta atención nadie. Nadie, excepto Anguita para recordar lo obvio: que todo cuanto ha hecho el gobierno de Rajoy es anticonstitucional, sin darse cuenta de que en España, lo constitucional y lo anticonstitucional viene siendo lo mismo.
Por la reforma está también Rubalcaba. Pero, ojo, no por cualquier reforma, abierta a todas las opiniones y proyectos; ni hablar. Eso sería una locura. Por la reforma que a él le place: la de la planta territorial del Estado y el Senado. Para nada más. No para deshacer la del art. 135, que él y los suyos aliados a la derecha impusieron tiránicamente; no para el derecho de autodeterminación (eso jamás, que se pierden las elecciones); no para la forma monárquica del Estado. ¿Por qué no? Porque a él no le da la gana. Lo mismo que Rajoy.
¿Está claro? Los dos partidos dinásticos, cada vez más hundidos en el descrédito, celebran en solitario, con ausencia de la comparsa izquierdista y del folklore del sano regionalismo, el aniversario de un texto en el que no creen. Y cuanto menos creen, más bambolla, más entorchado, más cornetín, más rigodón, más estupidez. Más corrupción.