¿Lo imagino o los dos partidos dinásticos están a la greña? Pero no a la greña entre ellos, cual acostumbran, sino dentro de sí mismos. Hay gresca en los dos. Y gresca en las alturas. Los pobrísimos datos de las encuestas siembran el nerviosismo entre dirigentes, militantes de alcurnia, barones, cargos públicos, asesores, políticos profesionales que, si no son una clase ni una casta, algo tienen en común. Datos que auguran catástrofe a corto y medio plazo. Donde no hay harina, etc., etc. La señora alcaldesa, que debe de haberse leído el libro de Miriano y ya está ejercitándolo, pregona los torvos designios de su marido, el único que, junto a Aguirre, según los mentideros de la Villa, puede encabezar una escisión del PP por la derecha. Hay bronca, en efecto, y mucha, en el cuarto de banderas, en especial con las excarcelaciones de etarras que han sacado de sus por lo demás estrechas casillas al ministro del Interior. El gobierno es flojo, blando, pastelero, todo lo hace mal. Y hasta es complaciente con el desafío del separatismo catalán. Vuelven las escuadras, cuando la vieja guardia, al estilo Armada, se retira para siempre.
En el otro partido la bronca es por el presente y por el reciente pasado. El presente está diferido, aplazado a unas primarias que cuesta más convocar que un parto de quintillizos. Porque todos las quieren y todos las temen. Interesante se ha puesto también el pasado, a golpe de memorias. Resulta que la balsa de aceite zapateril era un corral de gallos que ahora sacan los espolones. A Solbes le ha pasado como a Rato, se vio como un milagro y se ve como una plaga. A juicio sale la gestión del gobierno socialista en la crisis. Solbes acusa a Zapatero y sale acusado a su vez por el gran paladín de Zapatero, el entonces ministro y antes pintoresco candidato a alcalde de Madrid, Sebastián.
Pero ese juicio ya lo ha dejado listo el propio Zapatero con una revelación y un gesto. Ha dado a luz la fatídica carta que lo forzó a reformar la Constitución por ordeno y mando de la UE, pues, dice, era eso o el gobierno de técnicos. Fuera lo que fuera, él ocultó la carta que ahora revela en su libro. Cuando menos, no es elegante. El gesto es el de traer a la presentación a Tony Blair, que ya es viejo amigo de la casa. Estuvo en la boda de la hija de Aznar y debe de pensar que los primeros ministros españoles se parecen mucho, al menos en su manía de tirar de él.
Está bien eso de traerse a Blair a la presentación de libro. Blair le ha dado el espaldarazo de leader, más o menos el que tiene una visión. Puede empezar a actuar como una jarrón chino. En realidad, ya ha empezado con esas memorias que apenas han tenido tiempo de asentarse y ordenarse y reflexionarse. La prueba, la revelación.