Lo mejor de la conferencia política del PSOE fue su clausura. Palinuro ha seguido atentamente el evento en varias entradas (Los jarrones chinos parlantes; PSOE: fuego de fogueo; y ¿Esto es todo?) con un espíritu crítico, ligeramente escéptico, muy interesado en el desarrollo de los acontecimientos y por último resignado a una conclusión que los economistas llaman subóptima. La gran maquinaria del mayor partido de la oposición, y hasta hace poco de gobierno, se había estremecido en una tarea de revisión, actualización y rejuvenecimiento. Pero, luego, se imponía la inercia de los viejos armatostes. Al fin y al cabo, como recordaron varios dirigentes, el PSOE tiene ciento treinta años y cuando algo ha resistido tanto tiempo no es fácil darle la vuelta como si fuera un calamar. Además, cualquier cambio que se le haga, tiene mucha repercusión porque afecta a multitud de equilibrios, formas, rutinas ya casi tradicionales.
Por eso, entre discursos, ponencias, enmiendas, pasilleos, declaraciones, acuerdos y votaciones, el cónclave llegó a su cuasi-final, dejando una generalizada sensación de perplejidad decepcionada: ¿hemos convocado una conferencia política para dejarlo todo como está? Bueno, como está, no. Algunas cuestiones quedaron precisadas, unas para bien (a juicio de Palinuro), como la recuperación de los derechos, el blindaje del Estado del bienestar, la política fiscal; otras para menos bien, como la imprecisión de la cuestión territorial o las ambigüedades sobre lo que debiera ser hace años ya la tajante separación entre la iglesia y el Estado; y otras para mal, como la cuestión de la República. La fórmula según la cual el PSOE, siendo republicano, apoya la monarquía, corresponde a la más firme ortodoxia cristiana, ya fijada en el concilio de Calcedonia, según la cual Cristo es una sola persona, como el PSOE es un solo partido; pero tiene dos naturalezas, igual que el PSOE, una esencial, republicana y otra de conveniencia, monárquica. O sea, quienes insistimos en el republicanismo solo y único, en el fondo, somos monofisitas.
Acababa, languidecía, la conferencia cuando el domingo, sin avisar, llegó la catarsis: un sensacional discurso de Rubalcaba que puso en pie al auditorio e hizo emocionarse a más de un veterano periodista de los de la batalla de la transición. ¡No somos iguales!, rugía el viejo zorro convertido en león. Vuelve la izquierda, vuelve la energía, la decisión, la voluntad de cambio. Vuelve el PSOE, el PSOE ha vuelto. Hay mucha miga en esa expresión. Quiere decir que se había ido. En realidad, la expresión acuñada sería: se había retirado a los cuarteles de invierno, aunque fuera verano. Pero vuelve; vuelve como partido; como instrumento para conseguir algunos cambios sociales de presumible amplia repercusión electoral; un programa no de máximos pero sí de mínimos viables y nada superfluos como andan las cosas. Rubalcaba estuvo muy bien subrayando que no son lo mismo. Claro que no. Y los hechos hasta hoy (no todos, pero sí muchos de ellos) lo avalan en sus propósitos. Un programa de izquierda posible, realista, capaz de concitar apoyo electoral mayoritario. Todavía podrá precisarse más y es claro que se necesita un nombre que simbolice este conjunto de propuestas. Por ejemplo, devolución. El PSOE se propone devolver a los distintos sectores de la sociedad (trabajadores, parados, pensionistas, mujeres, jóvenes, funcionarios, dependientes, niños) los derechos que una política antipopular del partido popular les ha arrebatado. Devolución.
Pero hay más en la expresión y en el discurso. Queda saber quién llevará adelante esos propósitos regeneracionistas de la democracia y el Estado del bienestar. Es decir, la sombra de las primarias. Y la cuestión de si Rubalcaba se presentará o no a ellas. Podría haber aprovechado el momento de exaltación que consiguió para anunciar su propósito. Pero no lo hizo. Ha vuelto a aplazar la clarificación y, se quiera o no, con el aplazamiento, se avivarán las inquietudes internas. Según parece, los llamados "barones" dan por descontada la retirada de Rubalcaba. Me inclino a suponerlo. Mi interpretación es que la categoría del discurso viene a ser como el canto del cisne, bello por lo que representa. Rubalcaba, enardecido por el patriotismo de partido, se apresta a ponerlo, reavivado y listo para la acción, al servicio de la candidatura de quien obtenga el respaldo mayoritario. Si lo hace, pasará con honores a la historia del PSOE. Pero no tiene por qué hacerlo. Muchos dirán que eso es suicida pues es imposible ganar unas elecciones cuando el noventa por ciento de los votantes no se fían de ti. Pero es que el asunto es más complicado.
Veamos: el PSOE está en situación de presentar un programa mínimo de la izquierda muy viable y que seguramente tendrá apoyo mayoritario, dado el descontento universal con las políticas del PP. Necesita, sin embargo, un candidato con tirón y respaldo. Para eso se hacen unas primarias abiertas. Supongamos que se presentan siete aspirantes. ¿Puede hacerse candidato a un aspirante que alcance el 20 por ciento de los votos porque los demás aun tienen menos? Sin duda, si Rubalcaba se presenta, tendrá un apoyo masivo que no bajará del cuarenta y tantos por ciento. ¡Ah, pero Rubalcaba es el pasado y nos lleva a la derrota en 2015! Muy probablemente. Con todo, hay una forma sencilla de evitarlo: preséntese un(a) candidatx capaz de ganar no a los otros bisoños sino a Rubalcaba. Ahí está el mérito.
Por lo demás, esa es buena lid y Rubalcaba tiene perfecto derecho a entrar en ella. A lo que no creo que lo tenga es a postergar sine die la fecha de las primarias.
(La imagen es una captura del vídeo de El País.