Guy Delisle es un conocido autor francocanadiense de comics novelados de variada temática, alimentada a veces por viajes a lugares alejados y exóticos. Tiene un dibujo sencillo, nada recargado, muy suelto, con un ojo para sutiles expresiones faciales. Las viñetas utilizan toda la panoplia de recursos, con mucha influencia de la fotografía y el cine en cuanto a los encuadres. Los textos son minimalistas, equilibrados. El conjunto muestra una lejana influencia de Hergé y Tin Tin que aparece expresamente citado en esta historia. Claro que también lo están muchos otros, si bien contemporáneos.
En 2008, la esposa de Delisle, perteneciente a Médicos sin fronteras, aceptó incorporarse a una misión de la ONG de un año en Gaza y el matrimonio, con dos hijos pequeños decidió aceptarla. Mientras ella actuaba en la franja, él residiría en Jerusalén, en el barrio de Beit Hanina, justo enfrente de unos asentamientos israelíes. Él se ocuparía de los niños y del hogar, en una experiencia de amo de casa y emplearía su tiempo libre en visitar el conjunto del país, trabajando en sus dibujos. Al final encontró que había hecho tantos de ellos que podría reunirlos para contar sus aventuras (que fueron muchas) en Israel y el resultado es este libro, el punto de vista de un occidental avanzado, partidario de la igualdad de sexos, en un país (mejor dicho, en dos países superpuestos) en donde esta deja mucho que desear, liberal, vagamente progresista, procedente de otro país democrático, estable, pacífico, en el que, salvo las andanadas independentistas de Quebec, nunca pasa nada. El resultado es este testimonio gráfico, apuntes sobre el terreno de una experiencia en un lugar del planeta en el que, a diferencia del suyo, puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Crónicas de guerra en dibujos de comic y narradas en primera persona.
Tenía interés por conocer su visión de un lugar que yo también conocí y recorrí, si bien hace ya casi veinte años. Un viaje por Israel/Palestina deja un recuerdo imborrable y un deseo de volver o, cuando menos, de enterarse de cómo han evolucionado las cosas. Delisle, con más tiempo y medios que yo, compró un coche (que, por cierto, dice haber vendido a un español al marcharse) mientras que yo alquilé uno. Pero con él recorrí el país y estuve en casi todos los lugares que visitó el dibujante: Tel-Aviv, Jerusalén, Hebrón, Acre, Masada, el Mar Muerto, Cisjordania y, desde luego, Gaza. No llegué a estar en Ramala, pero me da la impresión de que él tampoco fue a Jericó o Cesárea.
Mi curiosidad era saber, conocer, ver (es lo bueno que tienen los libros gráficos, fotos o comics) permiten visualizar las cosas y cómo cambian. La zona no está jamás en paz y tranquila, especialmente en los territorios ocupados. En verdad, lleva más de 2.000 años siendo escenario de conflictos y guerras, lo cual no está nada mal como signo distintivo de las tres religiones monoteístas del mundo que reconocen aquí sus orígenes. Pero, cuando yo estuve, reinaba una relativa calma: un par de atentados y el estado de sitio permanente con la multiplicidad de check points a lo largo y ancho del país. Durante la estancia de Delisle, sin embargo, se produjo la infausta operación Plomo fundido, al filo de las Navidades de 2008 y comienzos de 2009, durante la cual los aviones israelíes bombardearon repetidamente Gaza, causando más de mil muertos, innumerables heridos y destrozos, habiendo empleado en la operación bombas de fósforo blanco. También entraron los carros de combate y los inevitables bulldozers para los derribos de cientos de viviendas.
En el resto, Palestina sigue más o menos como hace veinte años, pero con todos los conflictos exacerbados y alguna que otra barbaridad nueva, como ese muro de hormigón de ocho metros de alto y (hasta la fecha) unos 500 kms que, cuando esté terminado, rodeará completamente Cisjordania con unos 700 kms. En cuanto a la convivencia de las dos comunidades, israelíes y palestinos (o árabes) las cosas también están como antaño pero mucho peor. Allí donde coexisten, los israelíes abusan y tiranizan a los árabes. Especialmente los colonos, amparados por el ejército. El caso paradigmático es Hebrón, la ciudad con la tumba de los cuatro patriarcas (dos del lado israelí y dos del árabe). Un exiguo puñado de unos 600 colonos, que viven en el centro en un barrio fortificado guardado por los militares, condiciona de tal manera la vida de una ciudad de más de 200.000 habitantes que partes de ella son zonas intransitables y otras están abandonadas. Quien visite Hebrón se habrá hecho una idea de lo que sucede en Israel. En los territorios ocupados, muchísimo peor.
La situación de los palestinos es desesperada y, con todo, resisten. Los echan de sus casas, les destruyen sus medios, les retsringen sus movimientos, dejan sus instalaciones desabastecidas. Pero ellos resisten. Delisle cuenta entrevistas con los soldados israelíes de la organización Breaking silence, esto es, militares israelíes dedicados a denunciar los abusos de los otros militares. Hace veinte años tal cosa era impensable. A lo mejor vamos avanzando.
Cuando no trata del omnipresente conflicto, Delisle narra el día a día de la población judía, sus fiestas, Purim, Pesaj, la memoria de la Shoah, el sábado, el Yom Kippur, etc. Da cuenta de las infinitas divisiones de sus sectas, ultraortodoxos (en el barrio de Mea Sheakim), los mesiánicos (los que creen que Cristo es el Mesías), los jasídicos, etc. Aunque la ONG de su mujer lo emplea para relaciones con los palestinos, su observación se dirige más a los israelíes, dejando constancia de algo que muy poca gente conoce: hay más libertad en Israel a la hora de informar sin pelos en la lengua sobre las operaciones militares y de denunciar los abusos de las FID (Fuerzas Israelíes de Defensa) de la que hay fuera, por ejemplo en Europa. El supuesto es claro: Israel es una democracia rodeada de países que no lo son y, en su política interna, tiene una mácula que es infringir los derechos humanos de la población palestina en los territorios ocupados, si bien los árabes asentados en territorio israelí son reconocidos como ciudadanos y ejercen sus derechos políticos.
Pero el país se considera en guerra, incumple las resoluciones de la ONU, desoye los consejos de sus aliados y persigue una deliberada campaña de segregación y apatheid en el interior, mientras que extrema sus medidas de seguridad en el exterior, muchas veces violando normas y principios del derecho internacional. Cualquiera que haya pasado por los controles israelíes en los aeropuertos de embarque lo ha experimentado. Delisle hubo de sufrirlos dos veces y parecen haber agotado, sino su flema británica, porque es de origen francés, sí su cachaza bretona.
Otro elemento que hace el libro de muy grata lectura. Al ser la crónica ilustrada de un viaje, contiene abundante información sobre el día a día de un dibujante de comics que tiene que hacer de amo de casa en territorio extraño, a veces hostil. Son experiencias de trato cotidiano que nos hacen ver cómo funciona una sociedad que lleva medio siglo militarizada, pero conserva los mecanismos de producción y reproducción del poder civil, bajo una presión del elemento religioso al lado de la cual la de los católicos en España parece el reinado del librepensamiento.
En el resto, Palestina sigue más o menos como hace veinte años, pero con todos los conflictos exacerbados y alguna que otra barbaridad nueva, como ese muro de hormigón de ocho metros de alto y (hasta la fecha) unos 500 kms que, cuando esté terminado, rodeará completamente Cisjordania con unos 700 kms. En cuanto a la convivencia de las dos comunidades, israelíes y palestinos (o árabes) las cosas también están como antaño pero mucho peor. Allí donde coexisten, los israelíes abusan y tiranizan a los árabes. Especialmente los colonos, amparados por el ejército. El caso paradigmático es Hebrón, la ciudad con la tumba de los cuatro patriarcas (dos del lado israelí y dos del árabe). Un exiguo puñado de unos 600 colonos, que viven en el centro en un barrio fortificado guardado por los militares, condiciona de tal manera la vida de una ciudad de más de 200.000 habitantes que partes de ella son zonas intransitables y otras están abandonadas. Quien visite Hebrón se habrá hecho una idea de lo que sucede en Israel. En los territorios ocupados, muchísimo peor.
La situación de los palestinos es desesperada y, con todo, resisten. Los echan de sus casas, les destruyen sus medios, les retsringen sus movimientos, dejan sus instalaciones desabastecidas. Pero ellos resisten. Delisle cuenta entrevistas con los soldados israelíes de la organización Breaking silence, esto es, militares israelíes dedicados a denunciar los abusos de los otros militares. Hace veinte años tal cosa era impensable. A lo mejor vamos avanzando.
Cuando no trata del omnipresente conflicto, Delisle narra el día a día de la población judía, sus fiestas, Purim, Pesaj, la memoria de la Shoah, el sábado, el Yom Kippur, etc. Da cuenta de las infinitas divisiones de sus sectas, ultraortodoxos (en el barrio de Mea Sheakim), los mesiánicos (los que creen que Cristo es el Mesías), los jasídicos, etc. Aunque la ONG de su mujer lo emplea para relaciones con los palestinos, su observación se dirige más a los israelíes, dejando constancia de algo que muy poca gente conoce: hay más libertad en Israel a la hora de informar sin pelos en la lengua sobre las operaciones militares y de denunciar los abusos de las FID (Fuerzas Israelíes de Defensa) de la que hay fuera, por ejemplo en Europa. El supuesto es claro: Israel es una democracia rodeada de países que no lo son y, en su política interna, tiene una mácula que es infringir los derechos humanos de la población palestina en los territorios ocupados, si bien los árabes asentados en territorio israelí son reconocidos como ciudadanos y ejercen sus derechos políticos.
Pero el país se considera en guerra, incumple las resoluciones de la ONU, desoye los consejos de sus aliados y persigue una deliberada campaña de segregación y apatheid en el interior, mientras que extrema sus medidas de seguridad en el exterior, muchas veces violando normas y principios del derecho internacional. Cualquiera que haya pasado por los controles israelíes en los aeropuertos de embarque lo ha experimentado. Delisle hubo de sufrirlos dos veces y parecen haber agotado, sino su flema británica, porque es de origen francés, sí su cachaza bretona.
Otro elemento que hace el libro de muy grata lectura. Al ser la crónica ilustrada de un viaje, contiene abundante información sobre el día a día de un dibujante de comics que tiene que hacer de amo de casa en territorio extraño, a veces hostil. Son experiencias de trato cotidiano que nos hacen ver cómo funciona una sociedad que lleva medio siglo militarizada, pero conserva los mecanismos de producción y reproducción del poder civil, bajo una presión del elemento religioso al lado de la cual la de los católicos en España parece el reinado del librepensamiento.