dijous, 3 d’octubre del 2013

"Una empresa criminal".


Una empresa criminal es el calificativo de la acusación particular en el proceso a Fabra. Ya se verá lo que sale del juicio pero esa acusación refleja bastante bien las actividades presuntamente realizadas durante años, decenios, por este cacique, hijo y nieto de caciques, dueño y señor de Castellón, en donde hacía lo que le salía de ese atributo que él llama la pirula.

Innecesario acumular aquí las acusaciones que se hacen a Fabra, de todos conocidas, apabullantes, escandalosas: malversación, tráfico de influencias... Su biografía viene a ser como una pieza de teatro de Bertolt Brecht. Él mismo presumía a gritos de colocar a la gente a puñados según le salía de la pirula, supongo, votos agradecidos, decía. Llamaba hijo de puta al portavoz de la oposición. Le tocaba la lotería con la regularidad de las estaciones del año. Un tipo pintoresco, bravucón, mal hablado, faltón, que se creía con derecho a todo, hasta a construir un aeropuerto sin aviones sin duda por su santa pirula y que coronó luego con una estatua colosal a su propia persona, como si fuera Constantino. ¿Cabe imaginar algo más desaforado, más ridículo y necio que erigirse una estatua a sí mismo? Y con el dinero público.

Un personaje de sainete que, al parecer, no acierta a explicar su increíble enriquecimiento personal ni el de su esposa, de la que está separado actualmente, así como el otro matrimonio procesado, ambos en unos líos de divorcios y separaciones y sospechas de cuernos que deben de estar haciendo las delicias de las televisiones rosa caca. Dispuesto, además a seguir la saga Fabra en la persona de su hija, diputada en el Congreso y famosa por el muy fabriano ¡que se jodan!. Sobre todo por no tener la pirula de papi.

¿Cómo puede haberse dado un caso así en una país europeo del siglo XXI? En una gran nación. No es un caso aislado. Es regla. En todo similar a Baltar en Ourense, Matas en Baleares y muchos otros cargos, presidentes de comunidades autónomas que tienen enchufada a toda su familia hasta la tercera generación, alcaldes que contratan a sus hijos, hijas, cónyuges o a los del otro alcalde para que luego le hagan lo mismo. Es el propio Partido Popular que, a tenor de los papeles de Bárcenas, también puede considerarse como una presunta empresa criminal o asociación de malhechores. Es la mamandurria normal, los sobresueldos, los pagos en B, los diferidos, los finiquitos simulados, los gürteles, las adjudicaciones mangoneadas, la contratación de un ejército de asesores practicamente analfabetos pero cobrando una pastuqui. Es un mundo de corrupción que continuamente lo ensucia todo. La primera sesión del juicio de Fabra ya ha salpicado a Jesús Posada, el presidente/cancerbero del PP en el Parlamento como mediador o, cuando menos conocedor, del presunto delito del caso Naranjax. Curioso nombre.

¿O no era Fabra, al decir de Rajoy un ciudadano modelo y un político ejemplar? Para cuando estos ditirambos trinaban por las ondas, el tal Fabra ya era Fabra por los cuatro costados. ¿O también va a decir Rajoy que el de Castellón lo engañó, como Bárcenas? Sería hacer oposiciones a que le llamaran bobo solemne como él llamaba a Zapatero y con bastante más razón. Y, además, no es el caso. El caso es que Rajoy considera en efecto que Fabra, este Fabra, es un ejemplo y un modelo. Como Camps, como Matas, como Baltar. Es la empresa criminal. La asociación de cobradores de sobresueldos y repartidores de los caudales públicos por el afamado criterio que se atribuye a Baltar de si no eres del PP, jódete, estilo Fabra también. 

Lo de Quijorna es la excrecencia colorida de este mundo de mangantes.