La comparecencia de hoy es un punto de inflexión en el gobierno de Rajoy. Más o menos a mitad de la legislatura, se produce con un motivo de extraordinaria gravedad, que afecta a la legitimidad de las instituciones. Y encuentra al gobierno enfrentado a la oposición (y buena parte de la opinión pública) no solo en lo político, sino también en lo moral y hasta en lo cognitivo. Para el gobierno y su partido, Bárcenas es un delincuente (le han quitado el preceptivo "presunto") que actuaba solo, del que nadie tenía noticia, al que nadie conocía (Rajoy, en concreto, ni de nombre) y que, por supuesto, no tiene nada que ver con el partido y el gobierno cuya honradez es acrisolada, la contabilidad transparente y sus dirigentes, dechados de virtudes y amor a la Patria, por la que han renunciado generosamente a los emolumentos que en la vida civil les hubieran correspondido, dados sus muchos méritos.
La oposición, por otro lado, cree que los papeles de Bárcenas son la válvula por donde ha salido toda la podredumbre que hay en el PP, literalmente minado por la corrupción casi desde sus orígenes. No es un asunto individual sino colectivo. Es más, de ser ciertos los papeles de Bárcenas (apuntalados por la contabilidad B filtrada en la red por Anonymous), más que de un partido puede hablarse de una asociación ilícita, con claro ánimo (y práctica continuada en el tiempo) de vulnerar la ley. La imagen no es la de unos dirigentes íntegros, honrados, que se entregan a la patria, sino la de una pandilla de pillos redomados que llevan veinte años cobrando sobresueldos de fondos ilegales y dándose un vidorro de cine a costa del contribuyente.
Es duro plantear así las cosas. Pero es lo que hay. Y no todo. Todavía enciende más la sangre que, además de haber estado financiando ilegalmente las elecciones (cuyo resultados son nulos) y haberse repartido la pastuqui al modo mafioso, según parece, sean estos los mismos que imparten lecciones de honradez, sinceridad, democracia, patriotismo, sentido del Estado y no sé cuántas grandezas más. Los que llevan años llevándoselo crudo. Había que soportar a Aznar diciendo en 2010 que el PP tenía que seguir siendo incompatible con la corrupción. De respetarse esa incompatibilidad (que no se ha hecho puesto que hasta Aznar presuntamente cobraba sobresueldos) sería la única que hubieran respetado en el PP.
La situación es bochornosa. El presidente lleva siete meses ocultándose pero enviando SMS a las escondidas a aquel cuyo nombre omitía en público y que fingía no conocer. Enésimo ejemplo de una actitud costumbre en el presidente de mentir sistemáticamente sin que parezca afectarle el hecho de que todo el mundo conozca la verdad. La verdad es que se trata de un presidente sometido al chantaje de un antiguo presunto socio de golferías. Y en esa situación se ve literalmente arrastrado por la oposición al Parlamento, a dar cuenta de acusaciones gravísimas que pesan sobre él personalmente y lo hacen aparecer como el jefe de esa asociación ilícita, que ha organizado, administrado y de la que presuntamente se ha beneficiado. Pues viene diciendo que lo hace a petición propia.
De verdad, da vergüenza.
Y más lo que va sabiéndose de lo que Rajoy pretende en la comparecencia; lo de siempre: no decir nada, no responder y despacharse con perogrulladas ajenas a la cuestión. La primera señal vino con la fecha, 1º de agosto, buscada para minimizar la audiencia. La segunda con el propósito de convertir la comparecencia monográfica sobre Bárcenas en un pleno escoba para hablar de todo y de nada.
Como siempre, el plan augura catástrofe y los resultados contrarios a los previstos y queridos. Rajoy puede hablar de lo que quiera y lo hará. Pero la comparecencia es sobre Bárcenas y no habrá nadie en el hemiciclo y fuera del hemiciclo dispuesto a prestar atención a lo que no sea Bárcenas. El resto, como si quiere rezar el rosario. Además, la oposición, a la cual es forzoso dejar hablar, no le seguirá en su maniobra de distracción y se centrará en el asunto de Bárcenas, pidiendo su dimisión (la de Rajoy) por la razón evidente de que un hombre que ha llegado a estos niveles de descrédito y desprestigio, que recurre a estas triquiñuelas para rehuir el bulto y que pasa la mayor parte de su tiempo ideando tácticas para librarse de los avatares de un proceso judicial, no está capacitado para presidir el gobierno de España.
Supongamos que mañana decide el juez que, para aclarar las contradicciones entre Bárcenas y Rajoy, debe ordenar un careo entre ambos. ¿No será mejor que Rajoy dimita antes de que algo así, o similar, pueda darse?
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).