Es casi una jaculatoria en los círculos de la izquierda: ¿cómo es posible que gobierne la derecha con mayoría absoluta siendo nosotros más? Algo de responsabilidad cabe aquí a la desunión, la fragmentación, tan típica de la izquierda como el polen de la primavera. Se oyen rumores unitarios. Esto no puede seguir así. Hay que formar frentes, alianzas, generar movimientos. Hay que ir a la unidad de la izquierda. Ya no como táctica para la victoria sino para la mera supervivencia.
Así que lo primero que se hace es montar un movimiento nuevo. Convocatoria Cívica se llama la plataforma impulsada por Garzón, Mayor Zaragoza y un buen puñado de intelectuales de izquierda. Nace con un manifiesto y se concibe como un movimiento, si bien no descarta presentarse a las elecciones, aunque el juez aclare que él no será candidato. Por supuesto, la llamada primera de la nueva organización es a unir, a aglutinar fuerzas, a hacer frente a la derecha. Si no recuerdo mal, Julio Anguita a su vez, anima algo parecido de similar denominación, Foro Cívico o Frente cívico, no estoy seguro. Por otro lado se oye hablar de un Frente amplio promovido por Llamazares que está en IU, pero con su partido propio, Izquierda Abierta. No sigo contando los otros grupos por no marear, pero hay algunos más. Todos predican la necesidad de unidad de la izquierda. Y ninguno la practica porque todos quieren que se produzca en torno al palo de su bandera. Bien es cierto que las últimas formaciones muestran un talante más abierto, no quieren poner a la gente a marcar el paso y se muestran favorables a formas mixtas, como relaciones de redes, dobles militancias y cosas así. Pero cada uno es cada uno y eso se nota en la común característica de tratarse de asociaciones con un fuerte liderazgo personal.
La izquierda tiene un problema agudo de narcisismo imposible de resolver. La idea de concurrir a las elecciones toda unida como una piña, cual hace la derecha, la asalta periódicamente, pero no lo consigue, en parte porque no quiere y en parte porque no puede. Que no puede está claro: es imposible agrupar en una sola organización racionalmente constituida a tanto líder carismático u hombre providencial como bulle en el espacio público y que cada uno brille con luz propia y tenga una presencia destacada. Esa fórmula todavía no se ha inventado. Así seguirá por tanto la feria de la unidad de la izquierda en la que cada cual monta su chiringuito.
Esta nueva Convocatoria parece loablemente volcada a las redes digitales. Sí, la ciberpolítica es muy prometedora. Pero también es muy dura. Si los dirigentes de la formación creen que, por abrir sus páginas a los debates van a movilizar una aspiración regeneracionista, como parecen pretender, no tardarán en moderar considerablemente sus expectativas.
Pero tampoco quiere. Esto es más difícil de ver. Pero es real. La quiebra principal afecta a las dos formaciones mayoritarias de la izquierda, IU y el PSOE. En la medida en que IU es una formación hegemonizada por el Partido Comunista, la situación no es absoluto distinta a la que se ha venido dando en Europa hace casi ya cien años: una izquierda comunista desgajada del gran tronco socialdemócrata que sigue generalmente su trayectoria. Durante el resto del siglo XX y lo que va del XXI se ha mantenido esa división de lo que antes se llamaba el "movimiento obrero" y es seguro que en el 90 % del tiempo ambas formaciones han estado enfrentadas y atacándose. Unirlas no es fácil.
Es hoy y, cuando alguien habla de unidad de la izquierda, seguro como la ley de la gravedad que algún otro negará al PSOE la condición de partido de izquierda. Son los censores, generalmente del ámbito comunista, que no advierten el carácter plural y los contornos difusos de la izquierda pues únicamente se rigen por los dogmas que llevan en la cabeza. En su formulación más grosera, esta mentalidad remite a esa fórmula tan falsa como inepta de que el PP y el PSOE son lo mismo. Fue Rubalcaba quien por fin hubo de responder con contundencia a Coscubiela en el congreso diciéndole algo evidente para todo el mundo que no hable a base de prejuicios: que no, que el PP y el PSOE no son lo mismo, ni mucho menos.
Los socialistas están dispuestos, al parecer, a hablar con IU para llegar a acuerdos con el fin de frenar a la derecha. Parecería lo lógico (si se olvidan las muchas veces que han pactado con la derecha en contra de IU); pero no se ve a IU entusiasmada con la idea. Es comprensible. Los sondeos le auguran subidas de votos importantes (como a UPyD) y, en esa promesa, la formación vuelve a acariciar la idea aguitiana de los ochenta del sorpasso. Superar a los socialistas en votos es la última aspiración de esta izquierda y, obviamente, eso no sucedería si fueran unidos.
¿Y si, llegadas las elecciones, no hay sorpasso? Bueno, se dispondrá de cuatro años para fundar nuevos grupos unitarios. Y se hará y así se seguirá, con una izquierda mayoritaria a la que las minoritarias niegan la condición de tal y una miríada de "verdaderas" izquierdas, todas llamando a la unidad cada una desde su irreductible trinchera.
Esa patológica tendencia al fraccionamiento de la izquierda (mientras la derecha es unitaria) debe tener alguna explicación y, luego de darle algunas vueltas, he llegado a la conclusión de que quizá se deba a una circunstancia -entre otras- muy curiosa que normalmente no se subraya: la diferencia entre la derecha y la izquierda es que, mientras aquella defiende intereses, esta defiende ideales. Los intereses son pedestres, materiales, muchas veces inconfesables, pero sólidos y aglutinan mucho. La derecha sabe siempre lo que quiere, el poder y el dinero. Los ideales son etéreos, sublimes, muchas veces quiméricos, muy diversos y alimentan las fantasías de omnipotencia de unos dirigentes carismáticos que siempre prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. La izquierda no suele ponerse de acuerdo en lo que quiere porque carece de anclaje práctico.
Pero la república de los ratones no es una perspectiva verosímil. Ni siquiera deseable.
Esa patológica tendencia al fraccionamiento de la izquierda (mientras la derecha es unitaria) debe tener alguna explicación y, luego de darle algunas vueltas, he llegado a la conclusión de que quizá se deba a una circunstancia -entre otras- muy curiosa que normalmente no se subraya: la diferencia entre la derecha y la izquierda es que, mientras aquella defiende intereses, esta defiende ideales. Los intereses son pedestres, materiales, muchas veces inconfesables, pero sólidos y aglutinan mucho. La derecha sabe siempre lo que quiere, el poder y el dinero. Los ideales son etéreos, sublimes, muchas veces quiméricos, muy diversos y alimentan las fantasías de omnipotencia de unos dirigentes carismáticos que siempre prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. La izquierda no suele ponerse de acuerdo en lo que quiere porque carece de anclaje práctico.
Pero la república de los ratones no es una perspectiva verosímil. Ni siquiera deseable.