divendres, 12 de juliol del 2013

El cerco se estrecha.


Cospedal es la primera política de relieve arrastrada ante el juez. En calidad de testigo; pero ante el juez. Los siguientes hacia arriba pueden ser Aznar o Rajoy. Dice la interesada que está deseando colaborar con la justicia. Ya lo había apreciado la ciudadanía viendo cómo no comparece en los actos de conciliación cuando se querellan contra ella por injurias y calumnia o contemplando cómo autoriza triquiñuelas legales para defender a Bárcenas con la excusa de acusarlo (antes, claro de convertirlo en objeto de todo tipo de querellas a su vez), o asistiendo a la destrucción de pruebas como el registro de entradas en la sede de Génova que reclama el juez. Si esa es su idea de colaborar con la justicia, ya puede el juez ir preparándose.

El silencio, el mutismo, el ignominioso escaqueo del presidente para no dar explicaciones de un asunto que compromete su dignidad, tiene de los nervios a sus colaboradores, obligados a hacer de tripas corazón, defender lo indefendible y mostrarse como verdaderos filibusteros parlamentarios, bloqueando cualquier intento de las cámaras de obtener explicaciones de Rajoy en sede parlamentaria. Tan de los nervios que los pierden. El portavoz del PP, Alonso, llegó a acusar a los de la oposición de ser "rehenes de un delincuente", de servirle de abogados y voceros. Dos sesiones más de la diputación permanente y Bárcenas resulta ser un submarino del PSOE en el PP. Por qué haya pasado el ex-tesorero de ser una persona intachable de la que, según Rajoy nadie podría probar que no fuera inocente a ser un delincuente tendrá algo que ver con las conciencias de sus ahora ex-compañeros de partido. Bárcenas no es hoy más delincuente que hace uno o diez años, pues aún no media sentencia judicial. Son los mismos miembros del PP, quienes antes lo tenían por persona honrada, los que ahora lo tachan de delincuente. ¿Los ha engañado a todos? ¿Durante veinte años? ¿Ha engañado a Rajoy, que lo nombró y depositó en él toda su confianza? ¿Nadie sabía nada? Cobraban substanciosos sobresueldos y, al parecer, recibían bicocas en especie, regalos, viajes ¿y no sabían de dónde procedían aquellos al parecer inagotables caudales?

¡Cómo no van a estar de los nervios con la gestión que están haciendo de un caso cuyas profundidades desconocen! Atacan al hombre que puede causar la ruina política (y quién sabe si penal) de muchos de ellos. No es algo muy inteligente sino que parece dictado por la desesperación. Evidentemente, aunque la táctica sea minimizar la importancia del asunto, el asunto tiene una importancia mayúscula y, quiera o no, el presidente tendrá que afrontarlo. En realidad, ya lo ha hecho y ha optado por lo que le parece más sabio. Tenía dos opciones: a) dimitir de un cargo que obtuvo mintiendo, conservó haciendo lo contrario de lo que había prometido y al final ha conducido a un estado próximo al colapso por la gigantesca corrupción que, presuntamente, ha tolerado, fomentado y aprovechado para su peculio; b) mantenerse a toda costa, como si el desbarajuste no fuera con él, impertérrito aunque le llamen delincuente, sin responder a las preguntas, sin dar explicaciones ni en sede parlamentaria. Es la vía escogida. ¿Su coste? A la vista está: la degradación de las instituciones, puestas al servicio de la supervivencia política de un hombre sospechoso de comportamientos corruptos. Algo que ningún sistema democrático puede aguantar.
 
En el Congreso de los diputados, el PP ejerce una sistemática tiranía de la mayoría. Las minorías son irrelevantes y solo tienen alguna posibilidad si apoyan al gobierno. La oposición existe en el orden verbal y no siempre pues se le niega la posibilidad de preguntar al presidente. Incluso se niega la presencia del presidente. La oposición hace notar su malestar y acusa a Rajoy de despreciar a la cámara y de esconderse. La evidencia misma. Por eso ya no es suficiente. Si el gobierno es malo, la oposición es peor.  Es absurdo formular ahora acusaciones que debieron hacerse meses antes, pues ya era evidente la forma autocrática del gobierno y su desprecio al Parlamento. En el caso de Rajoy es un desprecio que viene teñido también de cierta chulería.
 
Por eso, viviendo la actividad parlamentaria como un trágala continuo de la mayoría a las minorías, estas debieran considerar seriamente la posibilidad de abandonarla. Carece de sentido seguir legitimando un gobierno cuya política autocrática, arbitraria, impositiva convierte los controles democráticos en una farsa.
 
Todo el mundo en España (incluida la mayoría de votantes del PP) cree que Rajoy debe dar explicaciones, cosa que aún no ha hecho. Por no saber y aunque parezca mentira, el país sigue sin saber cuánto dinero ha cobrado en total Mariano Rajoy, por qué conceptos y con qué justificaciones. Es obvio que el presidente está obligado a rendir cuentas a la opinión pública. ¿Qué pintan, pues, sus huestes usando su mayoría para impedir que comparezca en el Congreso a hacerlo? ¿Ês compatible esa arbitrariedad con el propósito de aprobar una Ley de Transparencia? Parece un chiste. Una farsa.
 
La oposición no debe seguir prestándose a esa farsa de un poder legislativo y de control del gobierno que no legisla ni controla sino que aplaude. Cómo lo haga es asunto de su creatividad. Palinuro propone una retirada al Aventino o huelga de escaños vacíos, pero seguro que hay otras formas mejores.