diumenge, 23 de juny del 2013

¡Qué falta de respeto!


Sí, ¡qué terrible falta de respeto! Pero ¿de quién a quién? A ver qué tal esta versión:

Es horrible el destino de las autoridades en España. Doquiera que vayan las escrachean sin miramiento alguno: ministros, el presidente del gobierno, presidentes de comunidades autónomas, el príncipe Felipe, la reina Sofía. Los pitan, los abuchean, les llaman cosas feas. En algún lugar de Youtube anda colgado un vídeo en el que se ve y oye a una ciudadana de Toledo increpar a Cospedal en la calle al grito de: "¡Ladrona, que robas a los pobres para dárselo a los ricos!" De inmediato empiezan las jeremiadas. Que si la falta de modales; si la buena educación, la tolerancia y el respeto al prójimo, aunque sea político. Porque uno puede entender que el personal abuchee al ministro de Educación cada vez que aparece en público pues la petulancia y soberbia del personaje (al que la opinión pública tiene en bajísimo concepto, inferior incluso al de Mato) lo está pidiendo a gritos. Pero, hombre, escrachear a todos los políticos ya es excesivo.

¿O no? La misma opinión que detesta al pío Wert cree que los políticos en general son un problema por pendencieros, indolentes y corruptos así como voluntariamente ignorantes de los problemas de la ciudadanía a la que dicen representar. Siendo esto así, no es de extrañar que, cuando la gente avista un político, lo abuchee. Lo extraño es que no lo corra a gorrazos. Porque, puestos a faltar, la falta de respeto de los políticos, especialmente de los peperos y sobre todo con mando en plaza a los ciudadanos sí que es patente. La ineptitud y la corrupción son las peores faltas de respeto, al lado de las cuales, los pitos y abucheos son lo menos que cabe esperar.

Para sostener esta conclusión basta con repasar aquí la biografía del último (por ahora) político del PP  imputado por corrupción, Rafael Blasco, que se encuentra en la Wikipedia. Su trayectoria es como una metáfora del tiempo ideológico que va del franquismo tardío a la transición y la conversión de esta en la segunda restauración borbónica. Se prueba así que en este partido-almacen no solo se da la habitual evolución de fervoroso falangista (estilo Aznar) a demócrata de toda la vida (también estilo Aznar), sino la contraria: de revolucionario impenitente a recio conservador de los valores establecidos. Es la era del fin de las ideologías, el indiferente color de los gatos confucianos, la soportable liviandad de lo postmoderno. Todo lo sólido convertido no en aire, sino en líquido; especialmente líquido contante y sonante. La era del tremendo relativismo que el hoy dimisionario Benedicto XVI denunciaba vigorosamente en su visita a Valencia en 2006, ante un caballero de la fe cristiana, como Blasco, prodigio de solidez, rectitud y fidelidad a los principios.

Según el texto en la red nuestro hombre empieza militando en la extrema izquierda, en el FRAP, nada menos; un grupo que propugnaba la lucha armada para derribar el capitalismo. Más tarde se hace interventor de administración local (algo que tiene que ver con la fiscalización de los cuartos) y, ya sentada la cabeza, se afilia al PSOE, incluso por vía conyugal, pues matrimonia con una hermana de Cipriá Ciscar, factótum del PSPV. Llega así a Conseller de Obras Públicas, de donde sale rebotado por un asunto de corrupción a lo grande que no se sustancia en condena penal por algún defecto formal, no porque resplandezca su inocencia. Privado de partido al que arrimarse, el tribuno intenta fundar uno propio; no le sale, pero acaba ingresando en el PP en donde ha ejercido todo tipo de cargos importantes, siempre administrando cuantiosos caudales públicos. Hasta que, finalmente, se descubre el llamado "caso copperación" según el cual, al parecer, este ya experimentado Blasco se ha apropiado de seis millones de euros originariamente destinados a proyectos de ayuda al desarrollo. Estafar es siempre feo; pero estafar a los más débiles es abominable. El famoso Roldán estafó a los huérfanos de la Guardia Civil y eso lo hizo especialmente odioso. Lo mismo con este Blasco.

Pero ¿qué me dicen ustedes? Pasar de la militancia en el FRAP a estafar a los más necesitados, con parada y probablemente cómoda fonda en el PSOE, es toda una aventura. En esa prolongada carrera de político profesional, Blasco ha venido predicando distintos discursos políticos, según del partido del que se sirviera. Predicando. Pero siempre ha venido haciendo lo mismo: mirar por sus intereses y, según parece, lucrarse por cualesquiera medios, lícitos o ilícitos. Probablemente es un caso extremo en el sentido de que incorpora el no va más, el alfa y omega de la trayectoria política, y habrá pocos que puedan compararsele. Pero la inmensa mayoría de los políticos del PP y un buen puñado de los que no lo son encaja en alguna fase de este periplo cuya característica esencial es decir una cosa y hacer otra. O sea, engañar.

¿Quién falta al respeto a quién?