Y no solo la española; la europea en general. En una de las peores crisis del capitalismo, con evidentes signos de estafa y abusos de todo tipo, el seguimiento de la izquierda en Europa es escaso; sus fortunas electorales, magras; su presencia pública, enteca; su acción política timorata, contradictoria, invisible. Dicen algunos que, en compensación, prospera en América Latina. En mi opinión, tampoco es cierto, pero se trata de algo aquí colateral que ya trataremos en su momento. Lo importante ahora es la izquierda europea. ¿Por qué está en esta situación zarrapastrosa?
Parte de su desgracia radica en su pasado. Demasiada gloria, demasiado ejemplo, mucha bravura, originalidad, gentes que valían, gentes de coraje y determinación. Pero del pasado no se vive. En buena medida los izquierdistas de hoy, sus dirigentes, teóricos, intelectuales, son enanos que quisieran ir subidos a hombros de gigantes y no pueden porque los gigantes eran muy gigantes y los enanos son muy enanos.
Viven esos mandos una vida de mediocridad basada en el sectarismo, quizá su rasgo más característico. Incapaces de dar respuesta sintetizadora al presente, hispostasian el pasado, lo convierten en un dogma, un conjuro, un catecismo vacio. ¿Qué hubiera hecho Marx; qué Lenin; qué Bakunin, Jaurés, Guesde, Lafargue, Azaña, Largo, Trotsky, Durruti, Mao, Togliatti, Brandt, Guevara? El modelo está hecho; no es de esperar nada nuevo; la salud de la izquierda se mide observando su fidelidad a formas periclitadas: partidos, vanguardias, militancias, luchas, trincheras. Un parloteo insulso y bastante necio.
La adulación de los segundones, cuadros, enchufados, seguidores, pelotas de todo tipo hace que los jefes accidentales -que suelen ascender por su paciencia, capacidad de aguante, silencio y fidelidad al anterior baranda- da como resultado ese irrisorio vicio del "culto a la personalidad", que no es privativa de la izquierda, ciertamente, pero en ella prospera igual que en la derecha, o mejor porque si en la derecha es comprensible por su tendencia a la obediencia ciega, la jerarquía y el autoritarismo, no debiera serlo en la izquierda en donde se espera pensamiento crítico, rebeldía, inconformismo. Se espera, pero no se produce porque ya se ocupan los mediocres en el mando de no rodearse sino de pelotilleros e incapaces, los cuales retroalimentan el narcisismo de los jefes. Estos se mueven bien en las intrigas, los conciliábulos, los amaños, los conflictos sobre normas y procedimientos y consiguen que se les adjudiquen unos méritos intelectuales de los que carecen. Porque, para pesar de verdad en la izquierda hace falta mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucho tesón y capacidad de aguante frente a los ataques del enemigo y las toneladas de basura trivial y dogmática de los amigos.
Esos mandatarios -que determinan el destino de la izquierda organizada en partidos y, obviamente, la conducen a su aniquilación en Europa- carecen de todo sentido autocrítico. Está por ver que alguno de los dirigentes que llevan más de treinta años fracasando -salvas contadísimas excepciones- en Europa haga examen y reconozca haberse equivocado en algo alguna vez. Jamás. Las historias de los partidos, grupos o comités que hoy encabezan están llenas de éxitos y si derrota hubo fue por alguna traición interna (siempre ajena, claro) o el juego sucio del enemigo.
La falta de autocrítica corre pareja con la reacción furiosa frente a la crítica y las maniobras de todo tipo para ocultar y sepultar la aparición de cualquier forma de independencia, juicio propio o espíritu libre. El que no repita las adocenadas majaderías del pasado no inspira confianza y lo más probable es que jefes y mindundis hagan causa común como los anticuerpos para atajar la invasión del pensamiento original y la crítica. El dogma prevalece y quien cuestiona la inmarcesible sabiduría de cuatro burócratas empingorotados que no han hecho nada de valor sino vegetar esperando su turno tiene que ser expulsado. Como, para aniquilar este fermento de libertad, originalidad e independencia, es preciso antes identificarlo, una vez hecho esto es imposible ocultar cómo parte de la inquina, del ninguneo, del silencio que quiere hacerse sobre ellos procede de la envidia.
Una envidia de los burócratas de la izquierda a los inclasificables (que son, en el fondo, la sal de la tierra) y que suele ir acompañada del plagio más descarado, el robo intelectual más desvergonzado. Copian las ideas y quieren silenciar la voz del autor. Igual que Stalin primero fusilaba a sus enemigos y después les robaba sus teorías y se las apropiaba, los paniaguados de las organizaciones de la izquierda de hoy silencian y ningunean a la gente original, crítica, irrespetuosa, que no se rige por el oportunismo del medro personal, pero les roban sus ideas.
Pero no haya cuidado: según las hurtan y se las apropian, las prostituyen. Se les ve a la legua.
La izquierda es originalidad, empuje, innovación, fuerza; no plagio, seguidismo, mediocridad, enchufe, convención. Por eso no prospera. Ni prosperará. Para iglesias, cultos, dogmas, curas, popes, misterios, magias, mentiras y hechizos, la gente ya tiene la Iglesia, mucho más experimentada.
(La imagen es una foto de Gustavo Rivas Valderrama, bajo licencia Creative Commons).