dijous, 13 de juny del 2013

El espionaje universal


Había de pasar alguna vez y nos ha tocado a nosotros, a los contemporáneos. Le ha tocado a Obama, aquella esperanza de 2008 de un gobierno más democrático, más respetuoso con los derechos fundamentales de los ciudadanos, menos agresivo, menos belicista y algunos dirán, menos terrorista. De todo esto, nada de nada. En cinco años Obama no ha cerrado Guantánamo. Y luce un premio nobel de la paz.

Y ahora nos cae esto. Los Estados Unidos, la CIA, vigila a todo el mundo. 96.000 millones de llamadas intervenidas probablemente afectan al planeta entero. El sueño de todo totalitarismo, la vigilancia perpetua de los súbditos, el panopticón mundial. Hecho posible por el vertiginoso desarrollo de la tecnología digital. La ambición funesta de ser como Dios, capaz de verlo y oírlo todo se ha realizado. Y no se encuentre consuelo en la confusión de las grandes cifras. Los algoritmos de los buscadores revisan miles de millones de datos en segundos y acaban señalándolo a usted, con nombre y apellidos, domicilio, curro y aficiones. El discurso spenceriano decimonónico del hombre frente al Estado, actualizado en el siglo XX en las consignas neoliberales, termina con un Estado que lo sabe todo de nosotros. Era lo que en el fondo se buscaba, ¿verdad?

Pero siempre se oye el zumbido de la abeja. Alguien se salta las reglas. Cuando lo de WikiLeaks, Julian Assange. Ahora el ciudadano estadounidense Edward Snowden, refugiado en Hong Kong y en paradero desconocido al enterarse de que es posible que las autoridades chinas lo extraditen a los Estados Unidos, en donde ya se están preparando los cargos contra él. Lo acusarán de traición y su porvenir no es halagüeño. Este es el drama de la situación: los grandes discursos filosóficos sobre los derechos fundamentales, sobre el deber de obediencia y el de desobediencia, a veces encarnan en la vida concreta de las gentes, en sus biografías personales y adquieren tintes dramáticos que nos interpelan. ¿Del lado de quien estamos? ¿Del de un gobierno que nos vigila a todos -siempre por nuestro bien, por supuesto- y no respeta ningún secreto personal pero quiere que su acción de permanente intromisión, a su vez, sea secreta? ¿O del de quien con evidente riesgo de su libertad y quizá de su vida, nos pone sobre aviso acerca de cómo estamos vigilados sin nuestro consentimiento?

Seguramente la China accederá a la extradición. Rusia lo haría pues Putin ya ha justificado la vigilancia universal de los Estados Unidos recurriendo como estos a la necesidad de garantizar la seguridad. Sobre todo frente al terrorismo, hoy una moneda de amplia circulación. Con el pretexto del terrorismo se puede acabar con la libertad de expresión, de información y con las demás libertades y derechos. Todos los Estados están interesados en vigilar a sus poblaciones, siempre por razón de la seguridad. Harán causa común. Y ¿en dónde se refugia un hombre buscado por todos los Estados del mundo? En Snowden se reedita el caso de Bin Laden. Hasta habrá algún majadero que vea conexiones en la coincidencia de la última sílaba.

Sin embargo, Snowden nos representa a todos. Como Assange. Su mito es muy antiguo: el del titán benévolo, Prometeo, partidario de los hombres frente a los dioses. Es posible que, al final, no hagamos nada y toleremos que Snowden sea recluido en algunos de esos establecimientos de tortura que tienen los Estados Unidos, igual que a Prometeo le devoraba perpetuamente el hígado un águila.

Como nos representan esos movimientos espontáneos de muchedumbres en Túnez, en Egipto, en España, en Turquía, horizontales, sin organización, sin jerarquía, protestando contra gobiernos corruptos o ineptos, autoritarios, antipopulares. La prueba es que tienen intenso apoyo social y mueven profunda inquina de los gobiernos, que los criminalizan y los reprimen pero acaban sucumbiendo ante ellos. Y ahí están, perseveran, no desaparecen y en todas partes utilizan tácticas comunes de ocupación de lugares públicos y coordinación a través de las redes.

Hace unos días alguien preguntaba qué partido u organización estaba dirigiendo el movimiento turco. Ninguno; el movimiento empieza y acaba en sí mismo. Y Felipe González acaba de confesar su simpatía por el M25M, pero le pide que, para ser eficaz, se articule, so pena de convertirse en alguna forma de populismo y propiciar el retorno de algún salvapatrias, en diáfana referencia a Aznar. No es seguro que la articulación (o sea, la conversión del movimiento en un partido) resuelva el problema sino al contrario, puede agravarlo pues el partido es siempre más fácil de espiar y corromper que un movimiento difuso. 

Este año promete ser tumultuoso.   

(La imagen es una foto de Alberto Racatumba, bajo licencia Creative Commons).