Está bien que las dos noticias vengan en pareja pues tienen un elemento en común, su inverosimilitud. Es difícil tomarse ninguna de ellas en serio. La sábana de Turín que se expondrá en los próximos días es de origen medieval, según la datación por Carbono 14 y el Papa Juan Pablo II, que tenía un pico de descreído, dijo que era un insulto a la inteligencia.
Algo de eso se da en la declaración de guerra en Corea. No obstante, los resultados pueden ser temibles. Ya hay quien habla de la tercera guerra mundial. Alguien dirá que un muchacho de veintinueve años no puede lanzar el mundo a un holocausto. ¿Por qué no? A lo largo de la historia los motivos de las guerras han sido muy variados. Una de las más famosas comenzó con un adulterio.
Sin menospreciar la vieja máxima de que no hay enemigo pequeño, lo preocupante no es la declaración en sí. Corea del Norte tiene un ejército muy bien pertrechado de carros, de lanzacohetes, de baterías de todo tipo, amasados el borde de la zona desmilitarizada. Pero su logística es muy pobre. Apenas si tiene reservas de combustible para un mes y la parafernalia bélica está en la frontera para que tenga menos trayecto que recorrer. Lo preocupante es lo que hagan los vecinos y aliados, los que estaban presentes cuando el armisticio de 1953, que puso fin a la guerra de Corea, los chinos, los rusos y los estadounidenses, por no hablar de los japoneses. Ahí sí que puede haber un lío porque, de los cuatro países, tres son potencias nucleares con capacidad entre las tres para destruir el planeta una docena de veces.
Es un consuelo a la hora de calibrar las consecuencias de una guerra hoy.
En lo que a España se refiere está por ver si una guerra en el extremo Oriente sirve como cortina de humo del caso Bárcenas.