Escondido en algún lugar de su frondosa Galicia natal, Mariano Rajoy,cuya cobardía deja chica su capacidad para mentir, aguarda que escampe la tormenta de verano sobre la Gran Nación que, gracias a él, vuelve a exportar mano de obra barata (esta vez cualificada) y a recibir ayudas humanitarias en forma de alimentos para paliar el hambre como en los tiempos del franquismo.
Vivir de la caridad ajena no es lo único que emparenta este gobierno con la dictadura del genocida Franco. También lo hace la política educativa del pedante meapilas Wert; el palo y tentetieso del francopusdeísta Fernández Díaz; la misoginia del repelente niño Vicente Gallardón; el analfabetismo multifuncional de Ana Mato; el patrioterismo gibraltareño del neofalangista García Margallo; la garrapatería de Montoro el socaliñas; la insultante holgazanería de la gandula Báñez, etc, etc.
Pero, al menos, Franco daba la cara, no se escondía, estaba siempre localizable y no disimulaba. De Rajoy, en cambio, nunca se sabe en dónde está, jamás da la cara y hace que la den esas lumbreras que tiene por ministros, manteniéndose él calladito o mandando decir que está muy ocupado pensando en los problemas de España.
Los problemas de España a este buen hombre le traen sin cuidado. Su jerarquía es muy otra. En primer lugar están él y sus posibilidades de mantenerse en el cargo; en segundo, su partido que hubiera conquistado Andalucía de no haber tenido que ocultar el presupuesto; en tercero la selección española de fútbol, también llamada lamentablemente "la Roja"; en cuarto el vino de Albariño; en quinto los percebes das Rías Baixas...etc, etc. y en nonagésimo nono lugar, España.
Ahora, escondido todo lo que puede y jugando al mus y otros deportes de riesgo, Rajoy trata de ver si el rescate pasa de largo y le permite regresar a Madrid como si hubiera ido a Fátima, a quedarse como está. Pero eso es difícil porque, como siempre, este insoportable fracaso de presidente no ha calculado los presupuestos y consecuencias de sus actos, no porque no sepa calcular sino porque su abulia mental no le deja hacerlo. ¿Cómo iba él a suponer, santo apóstol Santiago, que el malvado Monti le jugaría la perversa treta de pedir un rescate a dos por entender que será más liviano para ambos?
Pero con eso condena el italiano al gallego a la dimisión en cumplimiento del último deseo alemán, enunciado por Der Spiegel: si hay rescate, Rajoy dimisión.
¿Se acuerda el amable lector de cuando la prima de riesgo se llamaba "Rodríguez Zapatero" según esa ratita hacendosa de Sáenz de Santamaría? ¿Quién iba decir que sólo unos meses después no ya la prima de riesgo sino el rescate mismo se llamaría Rajoy; o sea, Rescajoy?
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).