dijous, 26 de juliol del 2012

La hora de la revolución.

El capitalismo es un desastre. No solamente no puede evitar las crisis periódicas sino que no sabe cómo salir de ellas. La última crisis va ya por su quinto año sin perspectiva de mejora. Al contrario. Se ha abordado con una panoplia de políticas neoliberales que solo han conseguido empobrecer a la gente y hundir más los países en la crisis, como ya habían advertido muchos críticos. Lo importante era imponer la doctrina.
Resulta así que, después de abundantes políticas de reducción del gasto, austeridad, aumento de la fiscalidad y otras medidas tan duras como ortodoxas, en Francia sigue subiendo el paro, el infiel de Moody's rebaja la calificación de la deuda alemana y la pone en lo que se llama perspectiva negativa, algo de todas formas menos crudo que el solemne batacazo de Inglaterra. Creían los ingleses estar a salvo de la enfermedad continental y se desayunan con la noticia de que están hasta el corvejón en una depresión y que el crecimiento negativo trimestral del PIB ha sido de 0,7%, en lugar del modesto 0,2% que anticipaban los linces de la City. Por supuesto, Grecia, Portugal e Irlanda no levantan cabeza.
Cualquiera diría que las políticas de austeridad neoliberales no funcionan. El problema es que no parece haber otras. La socialdemocracia, desde luego, no aporta ninguna salvo la mayor sensibilidad hacia las cuestiones sociales de las políticas neoliberales compartidas. La izquierda algo más radical sí propone medidas concretas alternativas a las que se están tomando. Son medidas parciales, fragmentarias, ya que no se postula un cambio completo del modo de producción, y que afectan sobre todo a cuestiones fiscales, los impuestos a las altas rentas, las empresas, el impuesto de sucesiones, el impuesto sobre el patrimonio, el combate al fraude fiscal, el afloramiento de la economía sumergida, etc.
Con todo, la dificultad de esta visión de reformismo radical es su viabilidad. Su aplicación consecuente sin duda provocará una huida general de capitales de España. La teoría presupone un concepto de soberanía anterior al Tratado de Maastricht de donde salió la moneda común. Hoy, con esa moneda única, la soberanía está muy mermada. Al Estado le molesta y debilita mucho la libertad de circulación de capitales, pero no le queda otro remedio que aceptarla porque forma parte indisociable de la idea del mercado único. Y, mientras esto sea así el capital tiene un arma poderosísima frente al estado: la amenaza de expatriación. No, no hay doctrinas alternativas completas apuestas al neoliberalismo sino reformas del capitalismo más o menos radicales.
Y, sin embargo, rara vez ha estado tan claro en la historia el surgimiento de una conciencia revolucionaria, de un deseo muy extendido de reiniciar el sistema, como reza el lema del 15-M o en las distintas propuestas de abrir un proceso constituyente a través de las asambleas. Pero la huida de capitales de España pone sordina a las alegrías de los eventos mencionados para ir a fundirse con esos 17 billones de euros en paraísos fiscales que son la cifra del escándalo, el baremo de la injusticia, que es consustancial al sistema.
La Unión Europea ha estado muda en todo el proceso. Pareciera haber quedado reducida al Banco Central Europeo y a las agencias financieras que el Consejo dice que va a crear para complicar aun más la situación. Quizá sea llegada la hora en que el Parlamento Europeo convoque una suerte de Estados Generales de Europa para tratar de hacer realidad esa unión política que reclaman los alemanes. A lo mejor así puede dar comienzo una revolución europea..