dimecres, 2 de maig del 2012

La nao España.

De siempre los países se han comparado con los navíos y los gobernantes con los pilotos o timoneles que con pulso firme, etc., llevan el buque a buen puerto o lo mantienen alejado de las tormentas o lo enriquecen con un comercio justo. El timón también se llama "gobernalle" y el piloto es el gobernante, el cibernético. En cualquier caso un navío en el que vamos los gobernados por lo que cabe colegir que habrá opiniones discrepantes sobre casi todo: la calidad de la nave, lo acertado de su rumbo, lo adecuado de la velocidad, la pericia de la tripulación o el tino del timonel. Pero todas las discrepancias cederán ante el interés común consistente en que, por lo menos, la nao no se hunda.
Es posible que, como dice Antonio Hernando, portavoz del PP, el PSOE, pasaje inquieto del navío, no quiera que a España vuelva a irle bien. Además de presuponer que ya le fue bien en el pasado (crédito que suele concederse al hombre milagroso, Aznar) es opinión un tantico arriesgada. Aunque quizá Hernando tire de experiencia propia, recordando cómo el PP trataba siempre de que a España le fuera mal cuando gobernaban los socialistas. Es imposible olvidar al mismo Aznar poniendo al gobierno de su país a bajar de un burro en todas las latitudes y longitudes del planeta.
Uno tiene tendencia a pensar que los socialistas serán socialistas, pero no están locos y tienen tanto interés como el propio Hernando en que a españa vuelva a irle bien. Lo mismo le pasa a Rajoy que ganó las elecciones del 20-N con notable mayoría presentándose como el timonel de recambio que enderezaría el rumbo de la nave prácticamente a la deriva en procelosos mares debido a la fabulosa incompetencia de Zapatero. La promesa era clara: desalojado el incompetente, instalado el recambio, volvería la calma a los elementos, el buque estabilizaria su derrota, recuperaría el rumbo a toda vela (o toda máquina), reaparecería en el lugar que le correspondería en la flota de avanzada de la Unión Europea y saldría de la postración, el abandono y la miseria en que se encontraba en tiempos zapateriles, que semejaba la balsa de La Medusa.
Cinco meses después de la alternativa, la nave aparece desarbolada, sin rumbo y hasta sometida a los saqueos de los piratas, como si fuera uno de aquellos pesados galeones que traían el oro del Spanish Main y eran presa de los corsarios. El registro de calamidades de los últimos días deja poco lugar a dudas: la Argentina nacionaliza una empresa multinacional que dice ser española sin que el gobierno articule una respuesta medianamente digna; las agencias de rating rebajan la deuda de España que parece camino de los bonos basura; los capitales aceleran su huida del país y los inversores extranjeros se retranquean; las pérfidas agencias de rating rebajan la calificación de los bancos españoles; la prima de riesgo anda por los cielos y la bolsa por los suelos; Frau Merkel nos envía un procónsul por semana a juzgar la acción del gobierno e impartir órdenes; Evo Morales celebra el 1º de mayo expropiando una red eléctrica española sin que al gobierno del firme timonel se le ocurra otra cosa que asegurar que la Argentina y Bolivia son dos casos distintos; Sarkozy, por último, redondea a grito pelado su campaña electoral a costa de España desde la plaza del Trocadéro, o sea, recuerden los patriotas impenitentes, desde la memoria de la batalla del Trocadero en la bahía de Cádiz, una afrenta francesa más a los constitucionalistas españoles.
Ya sé que lo anterior suena como una catarata. Y lo es. La catarata de la realidad de la posición internacional de España para conocimiento de estos experimentados navegantes que confunden la mar océana con el Manzanares y que, ahítos de su propaganda nacionalista de la España-gran-nación de Rajoy, no saben ni en dónde están. El ministro de Exteriores, García Margallo, se ha estrenado en un tono belicoso típicamente hispánico por lo huero: quiere Gibraltar. Ya se ha callado, afortunadamente. Algo le habrá dicho nuestro embajador en el Reino Unido, Federico Trillo. A este sí que le haría tilín pasar a la historia como el prohombre que devolvió a la Patria el preciado Peñón.
La política internacional es el campo típico de la Realpolitik, en donde la importancia política de los países viene determinada no por lo que estos dicen de sí mismos sino por su peso económico y también, según las épocas, por su potencial militar.
La marca España, según dice El País, no vende, la nave no tiene rumbo, el timonel no sabe a dónde va, a la tripulación solo se le ocurren jaculatorias pues es muy devota. El navío se hundirá pero en él no se aborta, los gays no se casan, los extranjeros no nos chulean, los funcionarios no se escaquean, los pobres no se empeñan en estudiar, los enfermos no  dan la vara y los pensionistas no viven por encima de sus pensiones.
En cuanto aparece un problema, o varios, los pusilánimes buscan soluciones excepcionales. En la actual conciencia de naufragio, alguno, como José Bono, postula un gobierno de concentración nacional, pues la Patria está en peligro. Llámase "concentración nacional" a la forma más dictatorial del gobierno democrático. En España, por lo demás, es imposible dado que, al estar compuesto por PP y PSOE tendría enfrente a todas las comunidades nacionalistas y no solo a ellas. La alternativa de integrar los partidos nacionalistas en ese gobierno de unión nacional no sería viable porque tal gobierno carecería de estabilidad. Estas son predicciones, suposiciones, barruntos. Sería posible que el tal gobierno funcionase, cosas más extrañas se han visto. Pero, antes de echar mano a una solución tan insólita (y que, muchas veces, solo encubre el deseo personal de las gentes vacilantes por mantener un difícil equilibrio entre los dos adversarios) convendría agotar otras posibilidades. Por ejemplo, ¿que tal si la derecha se acostumbra a los usos democráticos cuando está en el gobierno y cuando en la oposición en lugar de creer que gobierna por derechgo divino? Porque eso de apuntarse los éxitos y cargar siempre las culpas sobre el otro, infantil como es, no convence ni a los niños
Los evidentes preparativos del gobierno para reprimir el ejercicio de derechos fundamentales, además de una función intimidatoria, muestran claramente qué concepto tiene aquel de los efectos políticos que su actuación suscita: todos se tratarán como problemas de orden público (lucha contra el "gamberrismo", por ejemplo). Es tradicional: la derecha pretende de salir siempre de las crisis castigando y reprimiendo a su propio pueblo.

(La imagen es una foto de Aloriel, bajo licencia de Creative Commons).