dijous, 17 de maig del 2012

Reina por un día.


El nuevo conflicto que está gestándose a cuenta de Gibraltar, con las resonancias de patriotismo huero que este empeño genera es un disparate por partida doble. Lo es, por un lado, en sí mismo. El problema de Gibraltar solo tiene solución diplomática. Cualquier otra vía la aleja, pues da razones a los adversarios de la diplomática que anidan todos en la trinchera del enemigo. La situación de afrenta de la escala en Gibraltar de algún miembro de la familia real en viaje a otra parte, ha venido resolviéndose siempre con una protesta formal del gobierno español que el británico ignora y ahí se acaba el asunto. Llevarlo más lejos, retener a la Reina en España como medida de represalia, aparte de no ser caballeresco, puede resultar contraproducente. Y, si se entrevera este conflicto de negra honrilla con otro material sobre los derechos de pesca de la flota, la cosa toma mal cariz para un país que, obviamente, no puede imponer su criterio mediante el recurso a la razón última de la política.
La segunda razón del disparate es que poniéndose vindicativos los españoles puedan dar una imagen más deplorable. Si, por ejemplo, se cayera en la tentación de montar una noticia con la reconquista del sagrado Peñón con el fin de desviar el interés de la audiencia por la pavorosa situación de caja, el asunto acabaría como acabó el de Las Malvinas con la Argentina y probablemente mucho antes porque un enfrentamiento naval entre España e Inglaterra es inimaginable.
La situación es tanto más pintoresca cuanto que nuestro embajador en Londres, Federico Trillo, está pendiente del placet. Tratándose de Trillo, brazo justiciero frente a los infieles de Perejil, cabría temer que, encendido con su natural fogoso, la emprendiera a mandobles con los anglicanos y los protestantes, al fin y al cabo tan infieles como la morisma pero más pérfidos y él solo protagonizara la hazaña de la devolución de la sagrada Roca al seno de la Patria, como un nuevo Gran Capitán que entregara un reino a su Señor.
Pero Trillo es también profundo conocedor de Shakespeare y sabe que es el poder el que decide todo, qué sea la verdad y la mentira, el bien y el mal, el Peñón y el no Peñón. Así que lo más probable será que inicie una labor diplomática en Whitehall explicando en el Foreign Office que sus colegas españoles, ya se sabe, son temperamentales y no les gusta esperar trescientos años a que se les resuelva un problema. Cuando lo lógico es esperar otros trescientos, como Jacob tuvo que pasar fatigas otros siete años para conseguir a la mujer que quería. Y a continuación, reconfortado por el estudio de la Biblia, presente sus cartas credenciales.
Por fortuna lo más probable será que Isabel II no se dará por enterada del desplante de la Reina Sofía quien, probablemente ya se habrá disculpado por vía privada invocando la raison d'État. No dudo de que el ministro sea un magnífico profesional, aunque me parece un poco sanguíneo y proclive al impromptu que es vicio en un diplomático. Pero el conjunto del servicio que, sin duda, es excelente, no resiste comparación con el británico que, además, dispone de aquello de lo que el español carece, el poder militar, pues no hay diplomacia seria en el mundo que no vaya respaldada por la posibilidad verosímil y creíble del recurso a la fuerza.
España tiene muchos puntos vulnerables en su política exterior sin necesidad de que venga el ministerio a fabricar otro. Porque, si no estoy equivocado en mis cálculos y Trillo a pesar de todo presenta sus cartas credenciales, Isabel II está en una posición inmejorable para devolver la bofetada a España negando el placet. Es más, ni siquiera sería necesario hacerlo; bastaría con filtrar la posibilidad.
(La imagen es una foto del gobierno de los Estados Unidos en el dominio público).