El sondeo de Metroscopia que publica hoy El País está provocando reacciones espontáneas, temperamentales, muy propias de la raza y que merece la pena comentar. Por supuesto, sin echar en olvido que Metroscopia fue la empresa que más patinó en los pronósticos del pasado 25-M, a favor del PP y en contra del PSOE. Esto no quiere decir que su yerro fuera políticamente intencionado, pero sí puede ser un factor que explique este otro sondeo, tan cargado de lecciones: armar mucho lío para dejar en segundo plano el triste fiasco anterior. Porque si este sondeo apunta realmente una tendencia, se avecinan cambios importantes en el sistema español de partidos; cambios de los que ya se hacen heraldos algunos políticos con más ilusiones que experiencia.
Empezando el análisis de menor a mayor, el 5,9% de voto para UPyD, si bien no es su máximo (que estaba en 6,3% en febrero), sí muestra una consolidación de expectativas para una opción que es poco más que el plan personal de supervivencia política de Rosa Díez, decidida a consagrarse como política bisagra profesional, entre los intersticios de un sistema en el que, según en qué lugares, caben apaños, enjuagues, triquiñuelas que den posibilidades a un partido sin más carga programática que colocar gente. La diferencia de trato entre Asturias (en donde UPyD es decisiva) y Andalucía (en donde no pinta nada) me ahorra posterior comentario.
El sondeo de Metroscopia prevé subida consistente de IU, que escala al 11,6% del voto, la mitad de lo que se anuncia para el PSOE. Solo este dato ha puesto a todos los aedas del partido comunista y los habituales aliados a entonar elel gori gori de la venerable socialdemocracia, vieja y nada respetable cantinela comunista que arranca de cuando esta tendencia se formó allá en los años veinte del siglo XX, dando por difunto el socialismo democrático. El joven diputado de IU y miembro de las Juventudes Comunistas de España, Alberto Garzón, da diez años de vida a la socialdemocracia española. Ahí es nada para alguien que prácticamente acaba de aparecer en la escena política española. Dentro de diez años, veremos cómo está el PSOE, IU y el propio Garzón. Mi vaticinio es que, en diez años más la socialdemocracia será una opción consistente de gobierno, IU habrá desaparecido y ya veremos en dónde está el segundo Garzón. No me baso en los datos de hoy de Metroscopia sino en la experiencia de casi 100 años de historia en la que los partidos comunistas aprovechan siempre la mínima para enterrar a su gran adversaria, la socialdemocracia, y la socialdemocracia resucita siempre, gana elecciones, forma gobiernos en todas partes, mientras que los comunistas jamás han ganado elecciones democráticas en ningún lugar del mundo de los miles que se han celebrado en los últimos cien años (excepción hecha de algún caso poco relevante, como el Nepal y algún otro) y en muchos países nada desdeñables (EEUU, Inglaterra, Australia, Canadá, etc) carece de toda relevancia y no existe como opción política no estrictamente desdeñable. Una situación de marasmo absoluto que parece poco sólida para ponerse a entonar la desaparición de la socialdemocracia.
Lo anterior no quiere decir que el PSOE pueda tomarse a la ligera el sondeo de Metroscopia. Al contrario: vaticina momentos malos por venir y es una especie de diagnóstico que la socialdemocracia debe estudiar sin prejuicios, sin sesgos personalistas, sin dobleces ni pago a intereses creados. Dicho en otros términos: si con un descenso de ocho puntos porcentuales en la intención de voto del PP, el PSOE no solo no aumenta la suya sino que sigue bajando, la conclusión obvia es que su oposición a la derecha está mal planteada. En mi opinión está peor que mal planteada: no existe. El PSOE se hundió el 20-N y no ha salido del agujero. El resultado de las elecciones andaluzas no sirve para rescatar el partido nacional porque es específicamente andaluz y resultado del empeño de Griñán de separarlo de la suerte del PSOE nacional. No ha sido capaz de salir del agujero a pesar de que no tiene otro remedio que hacerlo, porque su dirección nacional no da la medida para ello. Rubalcaba formaba parte del gobierno que perdió las elecciones municipales y autonómicas de 22 de mayo de 2011 y, a su vez, perdió personal y clamorosamente las del 20-N del mismo año, sin poder apuntarse el triunfo andaluz que no es suyo. Ganó, sí, las primarias a la secretaría general del PSOE frente a Carme Chacón, pero esas elecciones carecen de relevancia en el ámbito no estrictamente partidario y, por lo general, más se ganan complotando e intrigando en las covachuelas que en limpio debate ideológico. No quiero decir con esto que el triunfo de Rubalcaba frente a Chacón fuera inmerecido. Probablemente Chacón fuera peor que el exministro del Interior. Lo que quiero decir es que no cabe confundir una victoria interna con un vaticinio de éxito en el exterior.
Al contrario, los datos, aunque sean los de Metroscopia, cantan: este PSOE no es enemigo para el PP, carece de crédito, de empuje, de ideas, de resolución, está en un momento especialmente bajo y el empeño de la dirección en mantener ¡durante cuatro años! una oferta ideológica inexistente y personal sumamente adocenada solo permite barruntar una derrota aun más desastrosa en 2016. ¿No ha llegado el momento de que, reconociendo la situación, el mando del socialismo abra un proceso de reflexión, fomente un giro político programático de envergadura, no se empecine en conservar sus cargos y permita un relevo en la dirección del partido?
Nos guste o no nos guste (y no nos gusta porque siempre estamos hablando de cosas que consideramos de mayor trascendencia, de teorías y doctrinas) el gran problema de la izquierda, de toda la izquierda, desde el PSOE hasta el grupúsculo más vociferante, es su desmesurado personalismo que frecuentemente raya en el narcisismo. Todos quieren ser jefes, imponer sus ideas y que los demás se plieguen a ellas, aunque lo hagan tañendo dulces sones sobre el "pluralismo", el diálogo, etc. En el caso de la actual dirección del PSOE solo el personalismo, incluso el culto a la personalidad, explica el empeño en supeditar el destino del socialismo democrático a la ambición de su secretario general de postularse para un cargo, el de presidente del gobierno, para el que el electorado no lo considera idóneo. La larga y meritoria carrera política de Rubalcaba como segundo de Felipe y Zapatero, puede acabar en un desastre lamentable si no tiene (o su interesada corte de apoyos no le deja tener) la inteligencia de darse cuenta de que será el hombre equivocado para el momento menos apropiado.
Por último, el resultado del PP muestra que la gente, los españoles, acabamos reaccionando racionalmente. Lo hacemos tarde y a regañadientes, pero lo hacemos. ¿Cómo podía mantener su desmesurada intención de voto un partido como el PP, literalmente minado por la corrupción, instalado en el boicot institucional y la demagogia, heredero evidente del franquismo, sin programa ni capacidad intelectual para articular uno, con un liderazgo titubeante y ofuscado por el único objetivo de situar en La Moncloa a alguien claramente incompetente para el cargo? Solo porque la aternativa, la continuación del PSOE todavía era peor. Pasado este peligro, el electorado enjuicia fríamente la situación y el PP pierde ocho puntos, Rajoy suspende en popularidad y la cantidad de gente que no lo considera apto para el cargo es pavorosamente alta. La calificación de sus ministros, a tono con la idea general sobre el gobierno: cuanto más hablan (Gallardón, Wert, Mato) , más rechazo suscitan. Y no es preciso ser especialmente agudo para darse cuenta de que ese rechazo descansa en la clara conciencia de que estas personas están tan pagadas de sí mismas, son tan soberbias e ignaras, que no se percatan de la diferencia abismal entre sus escalas de valores y las de la sociedad en que viven. Son sobre todo sus rancias convicciones religiosas las que no les dejan entender la realidad y las llevan a posiciones tan ridículas como hoscas.
El batacazo del gobierno a sus cien días revela la conciencia general de que se valió de los peores ardides y los más sucios trucos para alcanzar el poder, pero que carecía de un programa alternativo que no fuera defender a ultranza los intereses de sus allegados, empresarios, curas, banqueros, incluso los delictivos. La reforma laboral que viene a reintroducir una forma de esclavitud salarial, el aumento de los impuestos, los salvajes recortes a los sectores más perjudicados de la sociedad, la amnistía fiscal a los ladrones ricos, la tolerancia ante la corrupción y el fraude, en especial el que, en el fondo, perpetra la iglesia católica bajo la forma de privilegios legales son tan escandalosos, tan insultantes, revelan tanto desprecio por la gente, los electores, los ciudadanos que el personal reacciona en consecuencia mostrando su repulsión. Y lo hace de modo muy civilizado, mucho más de lo que prueban ser los políticos del PP. De los que hablan, porque la actitud de acobardamiento y ocultación que muestra Rajoy, quien no comparece jamás ante la opinión pública sino ante auditorios cautivos (periodistas que no pueden preguntar, miembros aplaudientes de su partido) ya suscita la rechifla de la colectividad.
El rechazo que provoca la actitud despótica, clientelar e injusta del gobierno se convierte en desprecio cuando se lo enjuicia sobre el trasfondo de la crisis europea. La huera retórica de Rajoy de la "gran nación" choca de bruces con la posición servil que el país tiene en la Unión, postrado ante Alemania o Francia a quien ni se atreve a llamar la atención cuando Sarkozy se permite desprecios napoleónicos con el petit espagnol. La postración española trae a la memoria colectiva la imagen tradicional del país: mucha alharaca exterior, mucha altanería, mucha bravuconada y miseria y hambre en el interior. Los datos de Metroscopia revelan que la gente ve con lucidez el verdadero estado del país de la mano de la derecha nacionalcatólica: sin margen, sin autonomía, sin saber si podrá seguir llamándos "país" a partir de mañana, lunes.
Nadie puede felicitarse del cuadro que dibuja el sondeo comentado. Revela un fracaso general de los políticos españoles sin excepción (si habláramos de los nacionalistas catalanes y vascos lloraríamos) y debiera ser una llamada de atención para que los estamentos pensantes españoles aportaran soluciones que no estuvieran vinculadas a los intereses a corto plazo de personajes que no tienen nada que proponer salvo perpetuarse en los cargos: Rajoy, Cospedal, Rubalcaba, Cayo Lara o Rosa Díez. Los políticos que no solo no son solución sino que son el problema.