Ni veinticuatro horas ha tardado Aznar en demostrar empíricamente lo que ayer afirmaba Palinuro teóricamente en el post Ética y política. Aznar provoca mucha animadversión e irritación incluso entre los suyos. Pero no cabe duda de que es un contundente comunicador, un ejemplo extraordinario de la grandeza y la miseria de la comunicación política como se exponía ayer. Nada de contemplaciones, nada de matices, de claroscuros, de diferentes facetas y de respeto por las opiniones contrarias. Directo, al grano y sin reservas. Aznar entiende la comunicación como un pugilato. Sale a noquear al adversario y lo pone a la defensiva, tratando de cubrirse de la lluvia de golpes.
La cuestión es qué tiene esta agresividad que ver con la democracia como práctica discursiva. Es más, qué tiene que ver con la realidad. Al culpar exclusivamente a los socialistas Aznar ignora deliberadamente que la crisis es mundial, que tanta ruina han traido los socialistas a España como los conservadores a Islandia, Irlanda o Italia; ignora que parte de la crisis se incuba en la burbuja inmobiliaria que él alentó, que las Comunidades Autónomas del PP la han alimentado y, lo que es más grave, ignora y oculta que su comportamiento personal a lo largo de la crisis fue claramente boicoteador de los esfuerzos del gobierno por resolverla. Esto es, ignora u oculta aspectos cruciales del fuero externo y del fuero interno. Sus intervenciones parecen seguir estando dictadas por el rencor y el afán de venganza.
Ciertamente, el discurso político de Aznar tiene mucha fuerza comunicativa que contagia a sus huestes. Lo preocupante es que pueda calar una forma de comunicación en blanco y negro, en el crudo crisol de la dialéctica autoritaria del amigo/enemigo, de vencedores y vencidos. A años luz de la ética democrática.