Hoy, 25 de noviembre, se celebra el día en contra de la violencia machista. En lo que va de año en España han muerto 54 mujeres asesinadas por sus parejas o ex-parejas. En el resto del mundo la situación no es mejor; en otras partes, en México, en Colombia, en la China, en los países árabes es muchísimo peor. Está bien que se haga cuanto se pueda por elevar la sensibilidad de la sociedad frente a esta lacra que, a pesar de las leyes y las medidas de todo tipo de las autoridades para prevenirla y castigarla, no parece remitir.
Y ¿por qué no remite? Porque no es un delito o un vicio social que haya aparecido en nuestra época, como el tabaquismo, por ejemplo, contra el que es relativamente fácil luchar. Al contrario, es en nuestra época cuando ha comenzado a manifestarse la conciencia de que se trata de un crimen sistemático que nos degrada a todos y desmiente la idea de que la civilización avance. Es importante ahondar en esa conciencia y afrontar el problema en su pavorosa magnitud.
La civilización occidental, la que presume de sintetizar el judeocristianismo, la filosofía griega y el derecho romano, está basada en la violencia contra la mujeres. No me atrevo a hablar de las otras por falta de conocimiento bastante, aunque, por lo que sé, no andan muy a la zaga. En la nuestra esa violencia no sólo esta tradicionalmente admitida, sino glorificada, enaltecida, consagrada; desde siempre. Muchos filósofos, de Aristóteles en adelante, no ha hecho sino racionalizar los prejuicios en contra de la mujeres. Un mero repaso al conjunto de imbecilidades misóginas de Schopenauer debiera bastar para cuestionar la mera racionalidad del inventor de la Eudemonología.
Y no son únicamente los filósofos; los poetas, los literatos, los dramaturgos, los músicos, los pintores rivalizan en una misoginia agresiva que traza una imagen tradicional de las mujeres como seres inferiores, despreciables, odiosos, lo que justifica que se las maltrate. La celebrada figura de la doma de la bravía, un tema muy tratado en el Siglo de Oro, en Cervantes, en Lope y también en Shakespeare, etc., tiene eco en todas las culturas. A la mujer hay que "domarla", como se doma a las caballerías. Y nos se hable ya del llamado crimen pasional que todo lo justifica y que abunda en la literatura del siglo XIX. Mujeres atacadas "por amor", como El rojo y el negro, empujadas al suicidio, como en Ana Karenina o en Madame Bovary. La mujer es siempre la víctima.
El desprecio a las mujeres y su consideración como vasos del diablo y perdición de los hombres (compatible, por cierto con su imagen ideal en la tradición caballeresca) es inherente a las religiones, al cristianismo, desde luego. Que hay que violentar a las mujeres de todas las formas posibles es recomendación que se encuentra en la llamada sabiduría popular secular, en el refranero y en las políticas de los Estados; ejemplo universalmente conocido, las tres K del nazismo como destino de las mujeres: Kinder, Kirche, Küche (niños, iglesia y cocina).
La misoginia ha impregnado las leyes civiles y penales de todos los países hasta hace muy poco y, en muchos sitios, por ejemplo en el islam, se sigue haciendo. Está embebida en las instituciones y hasta en el lenguaje mismo, como las feministas han señalado repetidamente.
Corregir esta tradición implica reevaluar toda la tradición filosófica, religiosa, artística, jurídica de occidente. No es fácil y por ello se requiere una actitud combativa e intransigente con las infinitas formas de complacencia que se dan diariamente y son como una bruma que desnaturaliza los esfuerzos de la sociedad para acabar con él. A quienes propugnan esta lucha se los trata de exagerados. ¿Que tiene de malo la simpática costumbre del piropo, los concursos de belleza, la denigración de las mujeres en la publicidad comercial? Pues que todas estas prácticas son la antesala de la mentalidad feminicida.
En efecto, puede parecer una exageración. Pero lo que verdaderamente es una exageración es que sólo en este año haya habido 54 mujeres víctimas de asesinatos machistas. La dominación de los hombres sobre la mujeres desde el origen de los tiempos al día de hoy se basa en la amenaza de la violación y en su práctica individual o colectiva, muchas veces política de guerra, como dice Susan Brownmiller en En contra de nuestra voluntad . De lo que se trata es de someterlas por ese miedo difuso a ser agredidas, violadas, mutiladas, desfiguradas, asesinadas. Y el mejor modo de mantenerlo vivo es seguir recurriendo a esas prácticas.
Queda muchísimo por hacer. Apenas hemos comenzado, y nos enfrentamos a grandes resistencias, en no pocas ocasiones ofrecidas por las mismas mujeres, y eso es terrible.
(La primera imagen es un dibujo de Max Klinger titulado Asesinato y rapto. La segunda, un óleo de Degas, La violación (h. 1868). La tercera, otro de Frida Kahlo, titulado Unos cuantos piquetitos (1935)).