La famosa obra de Joaquín Costa tiene más de cien años de edad, pero está tan fresca como el rocío del amanecer. En ella se explica con pelos y señales lo que el título reza. Con el agravante de que no consiste tan sólo en la opinión del gran publicista aragonés sino que, en un espíritu muy avanzado a su tiempo, se basa en un sondeo, en un formulario que se envía a unas 172 personalidades de la época sobre esta entonces -¡y ahora!- candente cuestión. Se preguntaba a la élite de la sociedad. Había literatos, políticos, abogados, pensadores, científicos, un obispo, una mujer y, supongo, un obrero, Pablo Iglesias. La mujer, doña Emilia Pardo Bazán, el 0,5 por ciento. Aquí algo sí ha cambiado. De los encuestados contestaron cuarenta y tantos y, con sus contradicciones, la conclusión es la de la memoria, que refleja la tesis de Joaquín Costa: el mal endémico de España, la razón de su decadencia son la oligarquía y el caciquismo.
Y siguen siéndolo. Las oligarquías están en los partidos (aunque no sólo en ellos; los banqueros forman otra y los jerarcas de la Iglesia) en cumplimiento de la ley de hierro de la oligarquía del socialista, luego fascista, Michels, según la cual toda organización tiende a la oligarquía. En el caso de los partidos salta a la vista contemplando la composición de sus órganos directivos y el reparto de los puestos electivos y los cargos públicos. La oligarquía tiene su centro de poder en el gobierno o en el gobierno en la sombra, sus huestes en las bancadas parlamentarias y sus cementerios de elefantes en el Senado o en el Parlamento europeo. El funcionamiento es oligárquico si bien es cierto que las élites circulan, como explicaba Pareto; pero circulan dentro del mismo hábitat ideológico.
El caciquismo está fuera de duda y no ha cambiado casi nada. Los caciques son, como sostenía Costa, las prolongaciones territoriales de los oligarcas centrales. Están vinculados a los partidos y tienen mayor o menor autonomía. Si nos atenemos a lo que él mismo declara de que no recuerda a cuánta gente ha colocado en los últimos doce años, no cabe duda de que Carlos Fabra expresidente de la diputación de Castellón, es un cacique. Si tenemos en cuenta que, según Rajoy, Fabra es un ciudadano y un político ejemplar para el PP es fácil concluir que el caciquismo es política oficial del PP. Así que Palinuro no ve de qué se extraña el personal cuando Monago, el presidente de Extremadura, coloca a sus allegados y a los familiares de sus altos cargos. El hombre hace lo que su partido propugna. Incluso lo hace en menor medida que el castellonense, probablemente porque, siendo Extremadura más pobre, también hay que ahorrar en los enchufes. Claro que tiene el perverso interés de que, entre los beneficiados de las mercedes de Monago, está el número tres de la candidatura de IU en las últimas elecciones. ¿Cabía alguna duda?
Oligarquía y caciquismo. ¿Para qué mencionar otras comunidades? Valencia, territorio Gürtel, es casi un culebrón; y las islas Baleares. De Galicia no hace falta hablar. Feijóo, más dinámico y moderno, ha dejado chico a Fraga. Y Madrid es el segundo territorio Gürtel. Y la Comunidad de Castilla La Mancha apunta maneras.
Costa decía que el tercer elemento, el lazo entre los caciques y los oligarcas, eran los gobernadores civiles. Esto también ha cambiado. Los gobernadores civiles han sido sustituidos por los delegados del Gobierno, unas figuras borrosas que suelen estar en territorio hostil y bastante tienen con mantener el puesto. Los verdaderos nexos entre oligarquías centrales y caciques son los presidentes de las Comunidades Autónomas que tienen una sorprendente tendencia a perpetuarse en los cargos, sean del partido que sean: Pujol, Fraga, Aguirre, Valcárcel, Chaves, Bono, Ibarra, llamados en unos casos "barones", en otros "virreyes". Algunos de ellos, en especial los que presiden comunidades con partidos nacionalistas, gestionan su propia red de caciques, que no coincide necesariamente con la central.
Efectivamente, don Joaquín, oligarquía y caciquismo. Y así no vamos a ninguna parte. Por eso hay que aplaudir el 15-0; grito de regeneracionismo.
(La imagen es una foto de Wikipedia, bajo licencia de Wikimedia Commons).