Ayer dio comienzo el espectáculo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). El Papa llegará mañana. Entre tanto, actúan los teloneros. Miles, decenas de miles de fieles abarrotaban la Plaza de la Cibeles para asistir a la misa oficiada por el cardenal Rouco Varela, un mar de gentes de la confesión, jóvenes recatados, enarbolando banderas de sus países y muy sonrientes, reatas de monjas también muy sonrientes con la felicidad mística brillándoles en los ojos, adolescentes fans del romano pontífice, vocaciones dubitativas, pecadores arrepentidos, voluntarios animosos, congregaciones laicas con ánimo festivo, algún enfermo que otro en espera de un milagro. Y todos alegres, muy, muy alegres. Empalagosa pero no contagiosamente alegres. Pero, en fin, es su fiesta y Madrid es una ciudad hospitalaria que acoge a todo el mundo sin preguntar origen, credo o filiación política. Porque es una ciudad abierta. Sólo se cerró una vez, en noviembre de 1936 y quienes querían entrar en ella a sangre y fuego tardaron casi tres años en conseguirlo.
Diez mil autobuses de toda Europa van a provocar molestias sin cuento durante siete días. Pero los madrileños lo entienden como un deber de hospitalidad. Hay que acoger a ese millón de peregrinos, aunque su peregrinar se limitará al centro de la capital porque han llegado en los dichos autobuses. En autobús está Palinuro dispuesto a peregrinar hasta el Taj Mahal. Una prueba más de que en la JMJ lo que se dice no coincide con la verdad. La cuestión afecta sobre todo a la financión del conjunto del espectáculo. La iglesia ha insistido en que el erario público no desembolsará ni un céntimo. Pero eso es falso. El coste prácticamente íntegro de la JMJ recaerá sobre los contribuyentes en forma de subvenciones, prestaciones gratuitas, cesiones y desgravaciones fiscales a las aportaciones que hayan hecho las empresas privadas. Las autoridades no financian directamente la fiesta del Papa sino que dejan de recibir ingresos por el monto de esa financiación. He aquí cómo puede ocultarse una mentira tras una aparente verdad. De eso la iglesia sabe mucho.
Pero, aclarado ese enojoso punto que tanto se presta a la demagogia clerical, Madrid, ciudad abierta, acoge al millón (o los que sean) de asistentes a los que, además financia generosamente el acto en tiempos de vacas esqueléticas. Es muy de celebrar que, en justa correspondencia, Rouco Varela no la emprendiera a mandobles con la legislación socialista durante su homilía. ¡Muy de agradecer que se limitara a cumplir con su cometido pastoral espiritual! Así son las cosas. El que hace unos años se manifestaba por las calles contra las leyes anticristianas calla ahora quién sabe si para preparar el terreno a la artillería pontificia.
En la homilía monseñor ha expuesto su visión de España, cuya esencia reside en su bimilenario cristianismo. Pero eso no es decir nada. El cristianismo es bimilenario en toda Europa, desde Grecia a Irlanda y desde las Canarias hasta Helsinki. El cristianismo forma parte de la identidad cultural europea, como también lo forman la filosofía griega (2500 años), el derecho romano (2.200) o el consuetudinario (aun más antiguo). Es más, forma parte de la identidad europea pero no es genuinamente europeo, como la filosofía griega o el derecho romano por cuanto tiene un origen ajeno, foráneo, mediterráneo pero no europeo, en las creencias hebreas que componen el Antiguo Testamento que los cristianos han hecho suyo.
También es peculiarmente europea (aunque más reciente) la separación de la iglesia y el Estado, de la religión y la política. En ello, paradójicamente, quizá tenga que ver el espíritu del cristianismo porque las otras dos religiones del libro, el islam y el judaísmo, no la tienen, o no la tienen del todo. Por sí o por no la iglesia tiene que reconocer su separación del Estado de una vez, por muy católica que haya sido España en el pasado. La identificación de la religión con la conciencia nacional es un salto en el vacío hacia atrás, a los tiempos del concilio de Trento y la posterior Paz de Westfalia.
Como Madrid es ciudad abierta, acoge hoy también una manifestación laica de gentes que somos contrarias a que una visita privada del jefe de un culto religioso concreto se financie, como hemos visto, con cargo a los contribuyentes. Y es de esperar que esa manifestación trascurra sin incidentes, por más que la derecha esté preparando el terreno para que los haya. La señora Botella, cuya forma de razonar es similar a la de su marido ya ha dicho que la manifestación laica (que ella llama antipapa) es una provocación, unas declaraciones que sí que son una verdadera provocación, un incentivo para que alguno(s) de esos bárbaros ultracatólicos y/o nazis que abundan en el entorno de la derecha provoque un desastre. De hecho, la policía ya ha detenido a un demente que pretendía atentar contra los laicos con gas sarín, un menda que dice en la red que hay que matar a todas las putas y los maricones y que es, cómo no, voluntario de la JMJ, en donde habrá bastantes más fanáticos y asesinos potenciales. Es la obsesión de la derecha (y del Papa y del clero en general): el sexo. Putas y maricones son también la obsesión de Botella. Contra las putas ya la tomó hace un par de años, hostigándolas por las calles. Ahora son los maricones como se ve en ese especioso razonamiento que emplea para llamar "provocación" a la manifa laica: ¿alguien se imagina que se convocara una manifestación antigay el día del orgullo gay? Es una pregunta bastante tonta porque la respuesta es "sí, desde luego, ¿por qué no?" El problema es que Botella habla de manifestación pero piensa en agresión que es lo que dice creer que puede hacer la marcha laica y lo que en realidad hacen sus amigos y correligionarios como ese químico lunático dispuesto a hacer el trabajo sucio a la muy cristiana concejala.
(La imagen es una foto de orocain, bajo licencia de Creative Commons).