La iglesia católica se precia de ser portadora de la llama del Evangelio. Con su llegada, el Papa ilumina el suelo que pisa y, desde aquí, irradia su luz sobre todo el orbe, si bien éste parece ignorarlo. La gran mayoría de la prensa occidental no menciona la visita o la reduce a una noticia breve (como Le Monde y La Repubblica). No hace falta hablar de la de Asia en donde mucha gente no sabe quién es el Papa o cree que es un avatar del Dalai Lama.
¿Es el mundo, son los medios o es la luz? Me da que sea la luz porque el mundo es de una curiosidad infinita y los medios viven de eso. Es la luz en sí, que no ilumina; al contrario, entenebrece, obnubila el juicio, desorienta. El catolicismo es una religión con tantos misterios y afirmaciones o negaciones contrarias a la razón que necesita una iglesia que se arrogue la facultad de pensar por los creyentes, infantilizándolos, sometidos por el miedo a un Dios al que hay que temer.
Hasta el portador mismo de la luz trae un mensaje tan oscuro que ni él consigue que no suene amenazador o simplemente incomprensible. ¿Tiene sentido que Ratzinger critique a quienes se creen como Dios por decidir sobre la vida y la muerte de la gente por razones momentáneas? Eso es lo que ha hecho la iglesia durante siglos: ha bendecido la masacre de pueblos enteros en América, ha quemados vivos y enviado al otro mundo entre tormentos y espantosas agonías a miles de infortunados, a los que acusaba de herejes, relapsos, brujas, ateos, hugonotes, falsos conversos o lo que le diera la gana. Siglos. Y si ha dejado de hacerlo no es porque no quiera sino porque no puede. ¿Prueba? Todavía no ha condenado ese temible, tenebroso, siniestro pasado. Probablemente porque lo que condena Benedicto XVI no es el que se mate, sino que se haga por "razones momentáneas." Si se hace por "razones eternas", evidentemente, la cosa cambia.
¿Tiene sentido que el Papa critique el consumismo y el hedonismo contemporáneos cuando, desde que ha llegado a España, sólo ha hablado con reyes, presidentes, cardenales, obispos, nuncios, ministros? Lo más cerca que ha estado de los civiles normales (y convenientemente escogidos por monseñor Rouco) ha sido a 600 metros y a esos los utiliza de auditorio para hablar a través de él, de modo solemne, a las mismas testas coronadas, mandos, jerarquías y autoridades de este reino terrenal con las que comparte anécdotas ligeras en la sobremesas de suculentos banquetes.
Si Benedicto XVI quiere hacer luz de verdad puede, por ejemplo, explicar por qué la iglesia considera a las mujeres seres inferiores. Y que no se refugie en que es lo que dice el Evangelio porque hay cosas de éste que la iglesia no practica (por ejemplo, "vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, ven y sígueme" Marcos, 10, 21) y cosas que practica que no están en el Evangelio, por ejemplo, el celibato del sacerdocio o la prohibición del divorcio. Así que, exactamente ¿por qué no pueden ser sacerdotisas las mujeres? Sólo con que explicara eso con algún argumento compatible con el hecho -que él dice aceptar- de que las mujeres son seres humanos plenos, como los hombres, habría hecho mucho por disipar las tinieblas que ordinariamente administra.
Las tinieblas vaticanas oscurecen el raciocinio de mucha más gente, son contagiosas. Aguirre ha encontrado brillante explicar a la parroquia que la libertad y la igualdad las ha traído el cristianismo, no Karl Marx. Marx, no; pero el cristianismo, tampoco. Al contrario, se ha opuesto siempre a que imperen esos conceptos y lo ha hecho a sangre y fuego. Y aún ahora lo hace con testarudez. La iglesia sigue sin aceptar el divorcio, que es un derecho de libertad. ¿Creen admisible los ciudadanos, católicos incluidos, que se derogue el divorcio? La iglesia que tuvo veintisiete años en las mazmorras de la inquisión a un alma de bien como Tommaso Campanella ¿ha traído la libertad al mundo? La libertad ha venido en contra de la iglesia. Lo de Marx es mejor dejarlo porque está claro que, a su ofuscación habitual, Aguirre añade ahora la obnubilación por las tinieblas importadas en este viaje tan problemático.
Como lo tiene mucha más gente. Por ejemplo, los medios de comunicación españoles. Los comerciales coinciden en decir que la manifa del día 17 se acabó en Sol. La manifa acabó en Tirso de Molina, como estaba previsto, salvando las provocaciones de los papifascistas y los inconvenientes y dificultades de la policía. En Sol quedó mucha gente ocupando la plaza, reconquistada del papifascio; y los policías, cómo no, los que trataron a cuerpo de rey a los provocadores propapa, cargaron contra ella. Y, a día de ayer, seguía cargando.
Obnubilado por las tinieblas vaticanas tiene el juicio la delegada del Gobierno. Muchos piden su dimisión. Palinuro no; Palinuro pide que salga del barullo y vea en dónde se está metiendo. La obstinación en cargar contra los laicos es tan absurda, arbitraria, insolente y virulenta que, en cualquier momento puede ocurrir una desgracia. Y lo que le falta a este Papa es salir de aquí salpicado de sangre. Porque, en contra de lo que le aconsejan al unísono todos los monagos papistas (policías, alcalde, presidenta de la Comunidad, clérigos, etc) la solución al problema es muy sencilla. Lo que la policía debe hacer porque es lo justo es proteger a los laicos en sus manifestaciones pacificas, siempre anunciadas, y mantener a raya a los peregrinos de las tinieblas. Nadie acosa a los católicos, como clama Ratzinger, sino que son los católicos los que, como siempre, acosan a los demás. Los demás sólo quieren saber cuánto nos cuesta este dispendio del millón de peregrinos gratis total, pico al que estuvo a punto de sumarse otro pellizco cuando Aguirre, aún en éxtasis místico, pidió a los hospitales de Madrid que no cobraran a los peregrinos. No a las clínicas privadas, a las que beneficia, sino a la sanidad pública, a la que acogota. Es algo tan desvergonzado que ha tenido que retractarse.
Por cierto, sin ánimo de bronca, en todo este curioso acontecimiento del Papa ¿en dónde está el 15-M? Cuando uno se erige en conciencia moral de la sociedad y critica todo en esta tierra, está uno obligado a hablar cuando el cielo baja a ella. Pero ha sido tiniebla sobre tiniebla y silencio cerrado. Claros, luminosos, racionales, hemos sido los laicos: que cada uno se pague su Papa.
La imagen es una foto de Sergey Gabdurakhmanov, bajo licencia de Creative Commons).