Hoy mi periódico Público me ahorra la grata tarea de pensarme un post. Sólo con comentar la portada, que es un prodigio de composición periodística, a extremos casi metafísicos, habrá más que suficiente.
El titular es expresivo y realista. Suena como un restallido. Nada de faramalla judicial. Las cosas claritas: es la Gürtel la que ha sentado en el banquillo al juez Garzón ya que la acusación son los propios implicados en el macromegaproceso por corrupción que levantó este juececillo que no puede estar quieto. Al parecer, el abogado de uno de los implicados en la Gürtel, un constructor castellano, es un antiguo fiscal de la Audiencia Nacional, en donde actuaba Garzón. Todo queda en casa. Pasar de fiscal a abogado es una opción personal perfectamente legítima y, si se toma, será porque el interesado lo encuentre beneficioso.
El titular plantea con toda audacia el asunto en el terreno que interesa a la colectividad, el político. Es verdad que habrá sectores importantes de la población que se interesarán por los aspectos jurídicos de la peripecia de Garzón; pero serán muchos menos que los que entienden el asunto en clave del interés general de qué sucede con los casos que este juez, acusado de prevaricación, ha levantado, el de la Gürtel y el de la memoria histórica. No están conectados procesalmente, pero sí lo están a través de la persona imputada en los dos casos. Éste va a ser un proceso muy sonado. En él será muy difícil deslindar lo político de lo jurídico. Incluso habrá quien diga que es imposible. ¿O no están los magistrados del Supremo interesados en que se haga justicia y no solamente en este proceso sino en todos? Porque si la justicia (de cuya escrupulosa administración no tengo duda) consiste en condenar al juez y esta condena se usa luego para invalidar el procedimiento de la Gürtel, quién sabe si para anularlo, ¿no es obvio que el efecto de una justicia puede haber sido una injusticia? Ya se sabe que la respuesta a esta pregunta es el famoso Fiat iustitia, pereat mundus que invocan siempre los que están interesados en que el mundo perezca.
Pero la portada tiene otra parte que establece una sutil relación con la noticia de titular. A propósito de lo que pasa en Costa de Marfil se dice que Gbagbo cae en manos de la justicia. Por cierto, menuda foto. En manos de la justicia. Más parece que haya caído en manos de su enemigo, Ouattara, quien quiere que se le abra proceso en el país. Si esto es justicia o no se verá en poco tiempo. Este Ouattara tiene el apoyo de las Naciones Unidas y de Francia. ¡Qué bien se da a Francia esto de actuar de potencia colonial a la antigua usanza! Y ahora con el amparo de la ONU, que va allí para ahorrar costes de intendencia y logística a los franceses. Los de la ONU vigilan y recogen refugiados; los franceses disparan. Puede que Ouattara sea un querubín democrático y el testarudo de Gbagbo, un tirano sin escrúpulos. Puede. Ya veremos qué justicia se le hace.
El empleo del término justicia en el caso de Costa de Marfil y ausente en el del Tribunal Supremo español puede ser una forma sutil de calificar lo que está sucediendo en España, algo que parece evidente desde el momento en que Costa de Marfil hace sombra en punto a eso tan abstracto y tan concreto, tan eterno y actual como la Justicia. Una crítica al estilo de las Cartas persas, en las que quedaba claro como la atrasadísima Persia tenía instituciones y procedimientos más beneficiosos, humanos, racionales, que la adelantadísima Francia de Montesquieu.
Porque si, con toda justicia, desde luego, se condena al juez que instruyó el caso Gürtel antes que a los implicados en él a los que, incluso, cabe que no se juzgue si la condena al juez invalida el procedimiento, se habrá cometido una enorme injusticia en nombre de la Justicia y ésta, en realidad, está mejor representada en Costa de Marfil que en España.