dijous, 17 de febrer del 2011

El pulpo que asfixia España.

Hace unos días se conmemoró el centenario de la muerte de Joaquín Costa, el autor de Oligarquía y caciquismo como la forma de Gobierno actual en España, escrito en la tradición de propuestas arbitristas (Lucas Mallada, Macías Picavea, etc) que buscaban las razones de la decadencia española y trataban de ponerles remedio. Igual que Costa. Igual que el resto de los regeneracionistas de los que la IIª República fue la última manifestación. Y tantos esfuerzos tanto tiempo después, ¿han servido de algo?

Temo que no. La prueba más palpable es la desgraciada peculiaridad de España en el contexto de la crisis actual: el doble de la tasa de paro y la recesión continuada allí donde los demás países han iniciado ya la recuperación. España sigue siendo un país no enteramente europeo como se ve en cuanto se repase la actualidad.

La forma de gobierno, como en los tiempos de Costa, es la oligarquía y el caciquismo, algo edulcorada la primera que se disfraza de modernidad a través de la banca y los llamados mercados y en auge el segundo en todos los niveles de gobierno, comunidades, diputaciones, municipios en los que el caciquismo es el hilo de oro de la acción pública; y eso sin hablar del turnismo de los dos partidos del sistema cada vez más parecido al de la Restauración.

Todos los vicios y defectos que denunciaba Larra están presentes casi doscientos años después: el favoritismo, el clientelismo, el enchufismo, el amiguismo y el fulanismo continúan determinando el quehacer nacional con redoblada intensidad y amplitud. No son solamente las formas de actuación de la derecha y los sectores tradicionalistas e integristas de toda la vida sino también de los que alguna vez se presentaron como alternativa a los anteriores, los democráticos y de izquierda. Siempre se dijo que cuando estos accedieran a los asuntos públicos las cosas cambiarían, el país se modernizaría, se haría más próspero y más productivo.

Mentira.

La izquierda es tan enchufista, amiguista y clientelar como la derecha. Los partidos de izquierda son redes de influencias, camarillas unidas por relaciones de intereses personales, desde el gobierno, en donde el presidente nombra a quien le peta, sin consultar el parecer del partido ni del Parlamento, hasta la última pedanía. En todos los casos el requisito para ocupar un cargo no es la competencia ni el criterio, sino la amistad con el baranda y la fidelidad a su persona. Basta con ver algún ministro o ministra, algún director general u otros cargos. Los nombrados, a su vez, reproducen estas prácticas: llenan de amigos y clientes los órganos e instituciones públicas en un toma y daca de casta de enchufados. El rendimiento de esta miríada de cargos, dedicada a medrar, es cero o, incluso, negativo. Situación que afecta por igual a la otra formación de la izquierda, IU; no tanto en los nombramientos porque ésta tiene pocos spoils que repartir, pero sí en el conjunto de su acción política. El 95 por ciento de los conflictos internos de la coalición se origina en cuestiones personales más o menos disfrazadas de ideología. Más bien menos.

Estos vicios no son tales en la actividad privada de la sociedad civil. Si un empresario quiere colocar en su negocio a todos sus familiares es libre de hacerlo porque es responsable de sus actos y no tiene que dar cuentas a nadie. Pero el asunto ya no es tan claro cuando esa actividad privada consiste en influir sobre la pública a través de la formación de la opinión, la participación en los debates, en definitiva, la acción en el ámbito ideológico y simbólico, especialmente cuando, como sucede siempre, los opinantes, en la sombra de Catón el Censor, se arrogan la condición de conciencia moral de la colectividad.

De nuevo que esto suceda en la derecha no tiene nada de extrañar: es su forma de ser y prueba de su completa identificación con el orden constituido, basado en esas prácticas. Las distintas facciones conservadoras tienen sus predicadores a sueldo y es muy improbable que estos cambien de cobijo si no es por algún choque extraordinario. Pero lo mismo sucede en la izquierda en donde se presume de mayor autonomía de juicio y de sentido crítico. Ambas cosas falsas.

Hace muchos años que Benda señaló que los intelectuales han traicionado su independencia de criterio, su misión en definitiva, pensando y escribiendo en el marco de consignas, de intereses de partido cuando no de empresa, diríamos hoy. Ahora esa traición se hace más abyecta pues los dichos intelectuales ostentan la marca de la ganadería con orgullo. Y no son solamente los intelectuales, todos los hacedores de opinión, los periodistas, las gentes de los medios, actúan movidos por consignas partidistas, de grupo, corporativas. Y lo hacen como los políticos: con criterios de enchufismo, amiguismo y gremialismo: forman camarillas, grupos de intercambio de favores, que excluyen a los críticos y sólo admiten a los incondicionales.

La izquierda critica estos vicios en la derecha y los exhibe en su propio comportamiento a extremos vergonzosos. ¿Se quiere una prueba? En el momento en que, al ver un nombre, ya sabemos lo que va a decir o escribir, ¿estamos hablando de un opinante o de un esbirro? Generalmente muy bien pagado, pero esbirro al fin y al cabo. El resultado es este desconcierto de la izquierda en un panorama de atonía y mediocridad en los medios en donde no alumbra debate alguno de interés.

La independencia, única garantía de sinceridad, ha sido siempre un lujo y un riesgo. La blogosfera le ha procurado un medio propio de expresión. Un blog es un lugar en el que cabe leer textos como éste que será imposible encontrar en algún periódico o medio audivisual, literalmente copados por los fulanistas que parasitan a los independientes pero no lo dicen.

El pulpo que asfixia España es el incumplimiento del programa regeneracionista ayer por la derecha y hoy por la izquierda.