Cascos, el hombre de quien Felipe González decía que razonaba con el apellido, motivo por el cual probablemente la otra lumbrera del PP, Esperanza Aguirre, lo considera un cerebro privilegiado, pide ahora civilidad política porque dice que lo han insultado, vejado, maltratado en su partido.
No entiendo el motivo por el que muchos políticos recurren a esta práctica de añadir el adjetivo "político" a determinados sustantivos salvo que quieran quitarles su significado. Parece como si cuando se dice de alguien que carece de "vergüenza política" no se estuviera llamándolo desvergonzado sin más; cuando de otro que no tiene "coraje" o "valor políticos" no se está llamándolo cobarde. Es decir en boca de los próceres el adjetivo "político" sirve para desnaturalizar el sustantivo calificado, incluso para negarlo. Y eso en el mejor de los casos. En el peor el uso del calificativo no sirve literalmente para nada porque no añade ni quita nada al sustantivo. ¿En qué varía "civilidad" porque se la califique de "política"? En nada. Aunque Cascos lo ignore no existe una civilidad política, como no existe la civilidad económica o la jurídica o la literaria. Hay civilidad o no y eso es todo. Nuestro hombre, por tanto, pide que lo traten con civilidad. Es lógico: a nadie gusta que lo traten con incivilidad porque todos tenemos nuestro orgullo y nuestro sentido de la dignidad.
Pero, ¿puede Cascos pedir civilidad a los demás? En sus años de secretario general de un PP en la oposición, igual que en los que estuvo como vicepresidente del Gobierno y ministro de Fomento, Cascos fue un broncas, una máquina de insultar, agredir y vituperar a todos los que no se plegaban a las directrices de su jefe Aznar, de quien era fiel servidor. En sus años de vida pública no dejó de actuar como un jayán tabernario arremetiendo contra los órganos del Estado de derecho o presionando a los tribunales. Es célebre su barbaridad dirigida al Tribunal Supremo con motivo del proceso de los GAL cuando lo amenazó con que se desprestigiaría si no fallaba de acuerdo con "el veredicto de la opinión pública" (El País, 29 de septiembre de 1995). En román paladino y por si hiciera falta: si no fallaba de acuerdo con lo que él quería.
El mismo Cascos que sostenía en sede parlamentaria en febrero de 1998 que la etapa del gobierno socialista había sido una época de "anormalidad democrática". El mismo que decía que los GAL eran "terrorismo de bodeguiya" (El Mundo, 30 de septiembre de 1996), acusando así directamente al presidente del Gobierno socialista no ya sólo de ser el famoso Mr. X, (en lo cual coincidía entonces con su aliado Anguita y ahora con los seguidores de éste, que lo repiten siempre que pueden) sino de ser "el abecedario completo" (Diario 16, 6 de agosto de 1995).
Reclama ahora para sí "civilidad política" un hombre que calumniaba a diestro y siniestro. Igual que Cospedal acostumbra a calumniar al Gobierno socialista acusándolo sin prueba alguna de haber montado un "Estado policial", Álvarez Cascos decía del general de la Guardia Civil Rodríguez Galindo que tenía "grabados a todos los ministros del Interior" (Diario 16, 30 de septiembre de 1996). ¿Pruebas? Ni una. Es el mismo Cascos que decía del general Sáez de Santamaría cuando éste se mostró dispuesto a declarar sobre la guerra sucia de todos los gobiernos que carecía de "catadura moral" porque era un "estómago agradecido" (El Mundo, 27 de enero de 1996).
Pasado de la oposición al Gobierno, Cascos siguió insultando, agrediendo a sus adversarios, calumniándolos. Supongo que nadie habrá olvidado aquella sucia (y falsa) campaña que orquestó el primer gobierno de Aznar -y repitió Cascos por toda la geografía nacional- de que los socialistas habían perdonado trapaceramente 200.000 millones de pesetas en Hacienda a los amiguetes (El País, 30 de enero de 1997). Ni uno de ellos pidió jamás perdón por esta y muchas otras afrentas. Cuando aquel gobierno de Aznar se embarcó en la aventura de intentar amordazar PRISA y encarcelar a Polanco y Cebrián en base a una acusación falsa tramitada por un juez prevaricador, Cascos llegó a decir algo tremendo, algo que lo retrata. Según Ernesto Ekaizer, que lo dijo entonces un par de veces por la radio, esto: "Polanco no puede ganar. Y si, para que no gane, hay que cambiar las leyes, se cambian las leyes". Debe recordarse esta barbaridad, como la del supremo, como tantas otras para que no se olvide qué tipo de gente ha llegado a gobernar este país y pretende volver a hacerlo.
Podría seguir acumulando ejemplos de la "civilidad política" que Cascos se gasta con sus adversarios pero, como muestras las anteriores serán suficientes para que todo el mundo entienda porqué Miquel Roca hablaba de "comportamientos fascistoides" (El País, 11 de septiembre de 1995), refiriéndose al "general secretario" y El País llegó a llamarlo "nazi" (El País, 5 de febrero de 1997).
Conste que Palinuro es partidario de que se trate con civilidad a un supuesto fascistoide y nazi. Pero sin olvidar de quién se está hablando. En concreto de alguien a quien Josep Borrell retrató a la perfección al decir que: "estamos hartos del insulto y de la actitud mezquina del matón de barrio que sólo sabe gargarizar con palabras gruesas porque le falta la inteligencia de la razón" (El País 16 de abril de 1998).
(La imagen es una foto de PP Madrid, bajo licencia de Creative Commons).