Para contrarrestar las acusaciones de ser una instigadora indirecta del crimen de Tucson, Sarah Palin ha subido un vídeo a su página web bajo la doctrina de que la mejor defensa ee un buen ataque y afirmando que la víctima es ella, víctima de un blood libel, el término que se usaba para justificar los pogroms en la supuesta sed de sangre de los judíos, dándose la circunstancia de que la congresista Gifford es judía. Es fascinante a qué extremos de crueldad puede llegar la estupidez aliada a la maldad.
He aquí el vídeo
Sarah Palin: "America's Enduring Strength" from Sarah Palin on Vimeo
Maldad y estupidez que forman el engrudo en el que hierven la agresividad y el carácter incendiario y vitriólico del discurso político de la derecha. La derecha furiosa, una mezcla de fundamentalismo político e integrismo religioso extraordinariamente vociferante. Lo mismo, más o menos, pasa en España en donde, gracias a los dioses, las armas no están al alcance de los desequilibrados. Al menos no todas y no de todos.
La época es la del reinado de la comunicación política elevada a categoría de estudio universitario como rama de la comunicación en general y que es la que más abunda en el terreno práctico a juzgar por la cantidad de consultorías políticas, consultores políticos, expertos en comunicación política que hay. Es lógico. Lo que esa actividad práctica persigue es garantizar el éxito de la opción política que la contrate. Para ello se emplean técnicas puramente publicitarias porque, en definitiva, de lo que se trata es de "vender" algo, un líder, un partido, un programa. La publicidad soslaya las cuestiones morales y la comunicación política también.
Pero el problema es si eso es posible teniendo en cuenta que la teoría de la comunicación más próspera y extendida, la de la acción comunicativa habermasiana, la que da origen a las teorías de la democracia deliberativa y/o participativa, tiene un fuerte contenido moral. Moral racional universal, pero moral. Dos de las cuatro condiciones de la acción comunicativa de Habermas son que los hablantes digan la verdad, que sean objetivos y, además, que sean veraces, que no mientan. Y esto es cercano a lo utópico porque la mentira define al hombre como eso, como el único animal que miente. No que finja, como dice Pessoa que hace el poeta, sino que miente, se miente, engaña y se engaña.
Esa comunicación vitriólica de la derecha que centra los ataques al adversario en sus cabezas visibles, sus representantes, y lo hace diciendo que son antipatrióticos (antiamericanos, antiespañoles, anticlericales) arranca de una mentira. La mentira se remacha con el insulto (puesto que de un antipatriota siempre se puede decir cualquier cosa), lo que destruye toda posibilidad de comunicación. Pero ésta es un requisito imprescindible de la racionalidad. Si no hay comunicación, no hay racionalidad y reina la irracionalidad en las relaciones sociales. Tal es el camino del fascismo. Por eso también atentaban los etarras contra los representantes populares, municipales, autonómicos, nacionales. La irracionalidad reconoce en la fe a su hermana y por eso también las soflamas incendiarias de la derecha llevan incorporada una parte de guerra santa.
Así que ya sabemos: si un discurso incendiario incita a alguien indirectamente a cometer un crimen la responsabilidad del crimen no recae sobre el incitador sino sobre la víctima que algo habrá hecho. Por ejemplo, ser demócrata. O judía. O cualquier otra cosa que el incitador (o incitadora) considere disparable.
(La imagen es una foto de monado, bajo licencia de Creative Commons).